Usted está aquí: lunes 17 de septiembre de 2007 Deportes El Canelo cerró la temporada en la México cortando 2 merecidos apéndices

TOROS

Joselito Adame lleva 10 orejas y un rabo desde que se doctoró la semana pasada

El Canelo cerró la temporada en la México cortando 2 merecidos apéndices

Sentado en una barrera de sombra, un empresario lo contrató para torear en España

Lumbrera Chico

Ampliar la imagen Joselito Adame, con la capacidad, la afición y el arte de pocos privilegiados Joselito Adame, con la capacidad, la afición y el arte de pocos privilegiados Foto: Jesús Villaseca

Con un descastado encierro de Puerta Grande, terminó ayer la temporada de verano en la Plaza México, en la que poniendo el valor y la clase por delante triunfó Luis Manuel Pérez El Canelo, mientras Arturo Saldívar reapareció luego de sufrir dos cornadas 15 días atrás, aunque en esta ocasión no tuvo materia prima para lograr nada.

La atención del público, sin embargo, no estaba tanto en el ruedo sino en las noticias provenientes de Europa, donde los taurinos no hablan de otra cosa que no sea el éxito fuera de serie que ha logrado el flamante matador de toros, Joselito Adame, desde que recibió la alternativa en Arles, de manos de Julián López El Juli, el viernes de la semana anterior.

En aquella localidad del sur de Francia, como ya se asentó aquí, el niño prodigio, de 18 años, cortó tres orejas –dos al de su graduación y otra al segundo de su lote– y salió en hombros. Días después, no sólo repitió sino que mejoró la hazaña en Toledo, cortando tres orejas y un rabo, mientras que anteayer, sábado, en la plaza igualmente francesa de Nimes, salió por la puerta grande con cuatro orejas más.

Se dice fácil, pero llevarse en la espuerta 10 orejas y un rabo después de matar seis toros en escasos 10 días habla de una capacidad, una afición y un arte que muy pocos privilegiados poseen. Por eso, en un lapso tan breve, Joselito Adame ya le tapó la boca al empresario de la México, Víctor Curro Leal, quien la semana pasada aseguraba que no lo contrataría porque no era un triunfador. Pero ante la reacción tan adversa que suscitaron sus palabras, dio marcha atrás, al menos aparentemente, y mandó a sus voceros oficiosos a filtrar el rumor de que en el cartel inaugural de la temporada grande, o menos chica, ya nunca se sabe, José Tomás le confirmará la alternativa.

Chanelando la gente de eso había transcurrido la primera mitad de la doceava novillada veraniega en la México, cuando al cabo de un desfile de tres chivos indignos, enfermos y mansos, irrumpió en la arena Justiciero, cárdeno oscuro de 375 kilos que salió rebrincando con su ridícula cuerna y que se caía reiteradamente como antes lo habían hecho sus hermanos. Luego de saludarlo de rodillas en los medios, y perseguirlo para dárselo al picador, El Canelo cubrió el segundo tercio, bien a secas, aunque mejor al clavar por adentro en terrenos muy comprometidos el tercer par, con lo que se echó a la escasa concurrencia a la bolsa.

Cogió la muleta y se fue de nuevo a los medios, a tratar de sujetarlo, a enseñarle a embestir en redondo procurando no bajar la mano para que no se volviera a caer, y como premio a su tesón de pronto le cuajó un natural estupendo, y luego otro, y luego una serie completa de derechazos, muy lentos y por ello dramáticos. Y entonces el bicho se apagó pero El Canelo se quedó en la cara, a obligarlo a embestir en pases de pecho con la diestra y la zurda, hilvanando detalles que a la gente le iban gustando más y más.

Por último se perfiló para entrar a matar ante la puerta de caballos y hundió el acero hasta las bolas y en todo lo alto, para que la bestia rodara sin puntilla en segundos. Había cobrado una estocada perfecta y los pañuelos pidieron las dos orejas hasta que el juez, remoloncito, las concedió. Pero antes de ir a recoger los apéndices de manos del alguacilillo, el muchacho fue a saludar al promotor Antonio León, ya que le había brindado la lidia, y el hombre que entre otros cosos maneja el de Arnero en el reino de Juan Carlos, le devolvió la montera con una tarjeta que decía: “Vale por 1 novillada en España”.

Antes de leer ese mensaje, que le abre las puertas de Europa, El Canelo había llorado al ver que el juez le otorgaba dos orejas, y se enjugaba las lágrimas pensando quizá en que después de ese triunfo, como bien dice Marcial Herce, seguramente ninguna empresa mexicana lo volverá a contratar, porque ya no sirve para lavar perdiendo. Sin embargo, ahora cruzará el Atlántico y eso puede cambiarlo todo. Pero la amarga paradoja reitera lo que se escribió la semana pasada aquí: para que la fiesta brava de México resurja se necesitan empresas españolas que vengan a hacer figuras, no a frustrarlas, como acostumbran los mandoncitos locales.

Y en torno de esto giraban ahora las pláticas en el pozo de Insurgentes cuando apareció el séptimo cajón, un utrero del hierro de La Paz, para que el niño Rafita Mirabal debutara preocupando con sus trucos a los que saben porque si sigue así, cuando sea grande, se convertirá en un pequeño Eloy Cavazos.

 
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