Usted está aquí: lunes 17 de septiembre de 2007 Opinión Astillero

Astillero

Julio Hernández López
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Ausentismo negociado

Tres al hilo: Informe, gasolina y Grito

Lo electoral, en riesgo; lo fiscal, firme

El 15, resistencia de usar y desechar

Todo ha sido negociado: la salida “digna” de los diputados federales para que Felipe Calderón pudiera entregar sonriente y en paz su primer Informe de gobierno; la ínfima “protesta” discursiva y simbólica en San Lázaro para permitir la aprobación del gasolinazo dosificado, y la cesión “magnánima” del Zócalo para que desde el balcón central de Palacio se pudiera dar un Grito sin crispación escenográfica.

El ausentismo como forma sesgada de cumplir con pactos en lo oscurito: no apruebo lo que haces ni lo reconozco, pero ya no protesto con la misma fuerza y, en el momento oportuno, haré un descafeinado mutis que deje el escenario, el discurso y la fuerza mediática totalmente a disposición del adversario presuntamente combatido.

Declinación anunciada desde el congreso perredista, en que el gran perdedor fue Andrés Manuel López Obrador y triunfadora la corriente colaboracionista Nueva Izquierda (con el flirteo explícito del acuerdo de última hora para aprobar un futuro “diálogo entre poderes”). Ganancias programadas para Felipe Calderón desde que Ruth Zavaleta, perteneciente al grupo de los chuchos, comenzó a reconocer el carácter constitucional del ocupante de Los Pinos y se avino a conducir las sesiones de la Cámara de Diputados con aplaudidos aires de ecuanimidad restauradora de institucionalidades en entredicho. Y luego las tres veces seguidas en que antes de que cante el gallo ha sido negada la verdad diocesana de la resistencia civil pacífica: el Informe, el gasolinazo y el Grito. Récord perfecto: tres de tres.

¿Negociar a cambio de qué? Esencialmente, de una reforma electoral en riesgo de convertirse en lamentable chamaqueada para esa izquierda bien portada si los congresos estatales son usados por los golpistas electrónicos (radio y televisión) para descarrilar los acuerdos de senadores y diputados federales para que, ¡lástima, Margarito!, no puedan ser aprobados por la mitad más uno de las cámaras locales, manejadas por gobernadores que querrían acabar negociando con los patroncitos del duopolio lo conducente para frenar lo nacional en lo regional.

Enrique Peña Nieto acaudilla las maniobras para que diputados locales de todo el país impidan la consumación de las modificaciones constitucionales del caso. El PRD, y quienes del FAP le siguieron, habrían cumplido puntualmente su parte en los guiones pactados, pero ahora se han quedado con una reforma electoral en veremos y con una reforma fiscal que le dará muchísimo dinero extra al gobierno federal y a sus aliados, como el propio Peña Nieto, quien ha tenido reuniones muy amistosas con el vicepresidente Juan Camilo Mouriño, y se lo reducirá a los gobiernos incómodos, como el de Marcelo Ebrard.

Es cierto que negociar está en la esencia de la política, pero es muy probable que este sábado se hayan rebasado los límites que la prudencia y la ética imponen a toda manipulación política. Hasta ahora los actores de las tramas convenidas habían sido los especialistas en la simulación, es decir, los diputados, senadores y dirigentes partidistas, que buenos estipendios reciben por sus colaboraciones escénicas. Pero este fin de semana se convocó a los ciudadanos en resistencia a un acto peligroso que desde un principio apuntaba a ser inscrito en la nómina de las negociaciones de cúpula: la ausencia de Andrés Manuel López Obrador daba cuenta de que no se estaba empujando con toda fuerza (el tabasqueño estuvo en una comunidad oaxaqueña), pero aun así hubo un número muy importante de mexicanos que corrieron riesgos y derrocharon valentía para instalarse en la Plaza de la Constitución y enfrentar las agresiones sónicas de un felipismo necesitado de dar el Grito, aunque sólo fuese para efectos de transmisiones televisivas, parapetado tras barreras de bocinas que le construyesen una realidad virtual enfrentando a fuerza de volumen las protestas de una plaza dominada por seguidores de López Obrador.

Esos ciudadanos que decidieron ignorar rumores que anunciaban violencia, que vieron en distintos puntos del Zócalo los emplazamientos provocadores de militares vestidos de civil y que resistieron el golpeteo auditivo y la provocación de los grupos musicales convocantes de pasiones primarias, de pronto se encontraron con que su masiva participación quedaría trunca y en algunos casos al garete, pues, tal como se temía desde muchas horas antes, el Grito también entraría en el paquete de las negociaciones pacificadoras que presuntamente darán nueva imagen (moderna, civilizada, de buenos entendimientos) a la izquierda y que, en el fondo, han permitido a Calderón instalarse en los foros oficiales y en las ceremonias protocolarias como nunca lo habría soñado.

Hasta ahora López Obrador ha guardado silencio o, incluso, ha felicitado a los actores de las entregas concertadas (recuérdese que felicitó y encomió a los diputados por la claudicación de San Lázaro el día del Informe). Ya van tres al hilo. Si ha cambiado el escenario, y la estrategia es otra, será necesario decirlo, explicarlo, fundamentarlo. El pueblo no es tonto, ha dicho una y otra vez el ex candidato presidencial. Ese pueblo no se traga las historias de las coincidencias desafortunadas. Ha habido negociación y de ello no se ha informado. Incluso, a causa de ello se ha expuesto a la gente a riesgos de violencia. Ya por último, este tecleador invita a sus abonados a leer lo escrito aquí antes y después del Informe, en las entregas denominadas “Normalidad democrática” (viernes 31 de agosto) y “¿Nuevo ciclo?” (lunes 3 de septiembre); en dichos textos hay apuntes de una nueva realidad o, como dirían los clásicos, de una nueva correlación de fuerzas. Las cosas han cambiado, pero hay que decirlo y, sobre todo, hay que respetar a la gente y no arriesgarla ni engañarla. ¡Hasta mañana, en esta columna que se entera de viejas andanzas del intelectual de derecha Chespirito en academias colombianas!

 
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