Usted está aquí: martes 18 de septiembre de 2007 Opinión El imperio de la mentira

Javier Flores

El imperio de la mentira

Mentir es, al parecer, una parte de la naturaleza humana. El niño que va a la tienda a comprar un encargo de la madre pierde el dinero jugando a los volados con el vendedor de merengues y no es capaz de confesar lo que realmente pasó. Inventa una historia increíble: “Me persiguieron unos niños malos y, al tratar de defenderme, se me cayeron los refrescos; los envases de vidrio saltaron hechos pedazos en la banqueta”. La mentira casi siempre adopta un tono de heroísmo, pues en esta historia (que es real) el niño trató de defender, aun a costa de su integridad, el valor supremo de la mesa familiar. Pero la mamá, que no es idiota, descubre los cachetes embarrados con el color rosado del merengue.

Mentir es alterar la realidad para evitar la desaprobación o el castigo por lo que uno realmente desea, o lo que en verdad es. Se construye una historia para sustituir lo real. Es una máscara con la que quienes mienten pretenden ocultarse tras un rostro más amable ante los otros, casi siempre con tonalidades épicas y heroicas, pero a fin de cuentas falso. La mentira a escala social deja de ser un juego de niños para transformarse en algo sumamente grave y peligroso para la vida de la colectividad.

Los políticos mexicanos son expertos en el arte de la mentira. Voy a desperdiciar aquí algunos ejemplos que son buenísimos, como los que surgen de quienes afirman que ganaron limpiamente las elecciones, o de quienes prometieron que bajarían los precios de los energéticos y terminan subiéndolos, para concentrarme en dos de gran actualidad que me parecen verdaderas joyas de la mentira.

Los empresarios de la radio y la televisión son ahora los defensores de la libertad de expresión y enemigos de los monopolios… Es de risa loca. Ya no hay cuidado por la calidad del disfraz; lo que priva es, al parecer, el cinismo. Por favor, si el control de la información es su tarea primordial y base de su existencia. Todos lo sabemos, incluso ellos y los intelectuales que los defienden. Su poder radica precisamente en manipular la información y dar una imagen distorsionada de la realidad, para beneficiar a unos e invisibilizar a otros, a cambio de dinero; aunque no tan sólo por eso, sino también por la defensa de una ideología, que se califica a sí misma al nutrirse de la mentira. Resulta increíble su lucha contra lo que denominan partidocracia, cuando su existencia se ha basado también en las prácticas monopólicas.

Pero no sólo los políticos y empresarios mienten. Desde el punto de vista moral, mentir es algo malo y para la mayoría de las religiones, especialmente la católica, es incluso un pecado. Mi segundo ejemplo es la defensa de la vida por parte de la Iglesia católica. También voy a desperdiciar aquí algunos ejemplos para no parecer abusivo. No me voy a referir a las muertes en las guerras conducidas por la Iglesia, o a los asesinatos de mujeres y protocientíficos en la hoguera durante la Edad Media y el Renacimiento, ni a su respaldo al nazismo, ni a la controversia actual entre los cardenales Rivera Carrera y Mahony, acerca de los abusos sobre la vida de menores, en la que alguno de los dos representantes eclesiásticos miente. No es necesario.

La Iglesia católica se opone al aborto, pues enarbola la defensa de la vida. Pero, cuando su surgimiento es resultado de una intervención científica se oponen tajantemente. De aquí su rechazo a todas las tecnologías de reproducción asistida, a través de las cuales se logra la unión de óvulos y espermatozoides en el tratamiento de la infertilidad. Es decir, su defensa de la vida es una mentira. Pues en unos casos es válida y en otros no. Se trata de una contradicción que no han podido explicar (y estimo que les llevará varios años o siglos arribar a una postura coherente). ¿Por qué no defienden la vida que surge de la fertilización in vitro, o de la inyección intracitoplásmica de esperma? Los nacidos mediante estas tecnologías, ¿son humanos para la Iglesia? O si no, ¿qué son? En realidad mienten. No defienden la vida, sino otros valores que según ellos están por encima de ésta.

Vivimos sumergidos en el fango de la mentira. Las máscaras son la defensa de la democracia, la libertad y la vida, manchadas de merengue. Son disfraces que se van desdibujando para dar paso al cinismo… la anticipación de las dictaduras.

A la memoria de Hugo Aréchiga

 
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