Usted está aquí: sábado 22 de septiembre de 2007 Opinión Los de Abajo

Los de Abajo

Gloria Muñoz Ramírez
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Andrés Aubry

El jueves después de las cinco de la tarde los teléfonos celulares en San Cristóbal de las Casas empezaron a sonar. “Don Andrés Aubry tuvo un accidente en la carretera de Tuxtla Gutiérrez a San Cristóbal”. Nadie se atrevía a hacer la segunda e inevitable pregunta: “¿Cómo está?” La dramática e ineludible respuesta confirmando su muerte conmocionó a todos. Venía precisamente de ver a su médico, a quien le insistió en que se iría manejando su camioneta hasta Vícam, donde participaría, sin lugar a dudas, en el Encuentro de Pueblos Indígenas de América, en octubre próximo.

Antropólogo e historiador, pero, ante todo, un hombre comprometido con las causas de los de abajo, con los pueblos indígenas, con los desposeídos y con los marginados del planeta, don Andrés no se dedicó a “estudiar” a los pueblos indios, sino los acompañó y se comprometió con ellos a partir del histórico Congreso Indígena de 1974, evento fundacional de la resistencia de los pueblos originarios.

Aunque él llegó a San Cristóbal en 1973, la mayoría lo conocimos en los primeros días de enero de 1994, en medio de la insurrección armada encabezada por el EZLN, un levantamiento que sólo personas como él podían explicar a los miles de periodistas ignorantes que invadimos la ciudad.

Más de 13 años después, su cuerpo es velado en la capilla de San Nicolás. Una bandera del EZLN fue colocada sobre una caja llena de flores y coronas. Su verdadera familia, la que construyó durante 24 años en esta ciudad, abarrotó lo catedral. Don Andrés era respetado por los enemigos (que también enviaron coronas) y entrañablemente amado por una comunidad formada por indígenas, mestizos y personas de muchos países que siempre recibieron de él una orientación y una sonrisa iluminada.

Don Andrés “fue un servidor profundo de los pueblos. Don Samuel lo invitó a San Cristóbal y aquí encontró la razón de su vida. Se interesó por el hombre y la mujer indígenas, los vio sufrir y dijo ‘yo aquí me quedo”’, recordó el sacerdote dominico Pablo Iribarren, quien junto con su entrañable amigo Michael Chanteau, encabezó la misa de cuerpo presente.

Hace apenas unas semanas, Aubry explicaba la actual ofensiva militar y paramilitar contra las comunidades zapatistas: “En esta área reocupada, los peces bravos desarticulan los municipios autónomos, amenazan sus escuelas y clínicas alternativas, contaminan tierras regeneradas o reforestadas por la agroecología zapatista, imposibilitan el nuevo mercado justo y sin coyotes de las cooperativas exitosas. Es decir, se inicia un desmonte de la vía política pacientemente construida por los caracoles”.

El jueves 20 de septiembre se despidió Andrés Aubry de su médico en Tuxtla Gutiérrez. El doctor lo invitó a comer, pero él lo rechazó argumentando un compromiso “muy importante”. Su cita era todos los jueves a las cinco de la tarde en la Universidad de la Tierra, donde se dedicaba a escuchar a los hombres y mujeres de abajo que reflexionan sobre los caminos de la otra campaña. “Se fue uno de los buenos y cumplió cabal”, dice una voz tzeltal desde la Selva.

 
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