Usted está aquí: sábado 22 de septiembre de 2007 Opinión Partidocracia, telecracia y te excluyocracia

Gustavo Gordillo
http://gustavogordillo.blogspot.com

Partidocracia, telecracia y te excluyocracia

Dinero para asegurar equidad. La reforma electoral de 1996 fue realizada bajo la égida de dos ideas. La primera, que las elecciones en 1994 habían sido legales pero inequitativas. La segunda, que rompiendo el control del Ejecutivo sobre el proceso electoral, cualquiera de las tres grandes opciones partidistas estaba en condiciones de ganar la presidencia. El monto de recursos públicos para garantizar un campo de juego relativamente equitativo fue establecido en una altísima cota porque uno de los jugadores que en el pasado había recibido ilimitados recursos públicos para las campañas electorales tenía que asegurarse que en esa transición no iba a quedar subfinanciado. El IFE contó desde el inicio con autonomía, pero insuficientes mecanismos para hacer efectivas las sanciones que dictaminara. Mas todavía en el nombramiento de los consejeros electorales para el segundo Consejo General uno de los tres grandes jugadores fue excluido y los personeros de los otros dos otros quienes realmente la instrumentaron se encuentran impugnado o fuera del partido con el originalmente ejercieron esa facultad.

Responsables la vaca y el que le agarra la pata. Las elecciones intermedias de 1997 demostraron que efectivamente un solo partido podía alzarse con el triunfo en las elecciones presidenciales siguientes. Por ello el primer gobierno dividido no avanzó ni un ápice en lo que de otra manera habría sido una necesaria consecuencia de los resultados. Construir una alianza parlamentaria para canalizar la transición de régimen. La victoria de Fox en el 2000 confirmó lo anterior convirtiendo las elecciones en un referéndum contra el PRI. En la práctica se delineo una coalición política que facilitó el triunfo de Fox, pero que no se vio después expresada ni en la composición del Ejecutivo ni en las prácticas parlamentarias. La presidencia de Fox –carente de visión estratégica, propulsada por una venganza retrasada y abrevada en el bagaje cultural de los cristeros, y terriblemente irresponsable– pululó entre dos polos: aliarse con el PRI para impulsar las reformas económicas que definía la Secretaría de Hacienda o aliarse con el PRD y ajustar cuentas con el pasado priísta. Ni uno ni otro. Hubo siempre en Fox una veta profundamente populista que buscaba marginar a las instituciones particularmente el Congreso de la Unión para apelar directamente al “pueblo”, a “los ciudadanos”. De ahí nació la única verdadera alianza en el gobierno de Fox. La alianza con el duopolio televisivo. Esa alianza lo acompañó en sus dos más graves aventuras: el intento de desafuero y la campaña presidencial de 2006.

Por un puñado de dólares. Los tres grandes partidos coquetearon y buscaron apoyarse en el duopolio televisivo por una sencilla razón. La ausencia de una voluntad colectiva por conformar una coalición gobernante que incluyera a las principales fuerzas políticas generaba, una vez más la tentación de buscar la presidencia por sí solos. Además los vacíos institucionales generados por la ausencia de una construcción institucional que se hiciera cargo del hecho central que junto con la alternancia venía la llamada “reforma del Estado”, abrió las puertas para el excesivo peso político que adquirieron los poderes mediáticos. Lo habían tenido siempre, pero siempre subordinado a la Presidencia. Es decir la renuncia a definir nuevas reglas del juego donde la esencia del viejo régimen: el vínculo entre la Presidencia y el partido hegemónico, había desaparecido, profundizó lo que venía ocurriendo desde los noventas. Instituciones disfuncionales y actores políticos cortoplacistas jugando todos con reglas informales y pactando en lo oscurito con los poderes fácticos.

Por unos dólares de más. La limitación al poder mediático que surge de la reforma electoral implica el inicio de una reestructuración política. Su mayor virtud es que rompe con la parálisis política en la que estaba inmersa la clase política. Puede romper el equilibrio catastrófico en el sentido de claramente establecer un polo hegemónico. O puede llevar a un reacomodo entre partidos y medios. En cuyo caso la parálisis continuará.

El bueno, el malo y el feo. Que esto ocurra o no –hay que ver la muy mediocre reforma fiscal que generará muchas protestas sin resolver el problema central de insuficiencia financiera del Estado– depende de tres conglomerados. El presidente Calderón y su red política, que podría construir sobre estos dos triunfos parciales la base de una coalición histórica de largo alcance. Los tres partidos mayores que requieren someterse a un doble proceso de transformación interna alineando dirigencias formales con dirigencias reales y aggiornando discurso político. Y las redes ciudadanas que para bien proliferan por todo el país y que debería sumar esfuerzos en una misma dirección. La definición de un conjunto de responsabilidades de los partidos políticos para con los ciudadanos en términos de transparencia y de compromisos con lo que debería constituirse en acuerdos básicos para gobernar la pluralidad.

Érase una vez en el oeste. El script de los grandes jugadores políticos en tratándose de reformas siempre desemboca en un punto. Mayor centralización política y administrativa. Las razones que esgrimen algunos gobernadores para desempolvar la tan olvidada –por ellos mismos– soberanía de las entidades federativas obedece a intereses más bien mezquinos. Empero no deja de ser un espectáculo decadente –como el “mininforme” presidencial del 2 de septiembre– observar a los grandes jugadores intentando recrear los rebaños legislativos del pasado. Veremos ahora que pasa porque las pugnas interpartidistas pueden obsequiarnos sorpresas. De las 31 entidades que cuentan para estos efectos –¡los capitalinos no contamos!– en 23 estados el partido del gobernador cuenta con mayoría legislativa: en dos estados, Chiapas y Nuevo León, hay gobiernos divididos; en el estado de México y Quintana Roo hay una frágil mayoría de un diputado a favor del partido del gobernador; en Tlaxcala los dos partidos principales están empatados; en Michoacán, Sonora y Veracruz las principales fuerza opositoras si votaran juntas alcanzarían mayoría. Veremos cómo funciona el federalismo contrahecho.

 
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