Usted está aquí: domingo 23 de septiembre de 2007 Política Navegaciones

Navegaciones

Pedro Miguel
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Madeleine como símbolo

Desapariciones desiguales

El Cascabel en el espacio

Ampliar la imagen Yazmín Herrera Corona Yazmín Herrera Corona

Ampliar la imagen Madeleine: símbolo de inequidad Madeleine: símbolo de inequidad

Nada extraordinario, por desgracia: una niñita de cuatro años desaparece sin dejar rastro y sus papás, consternados, revuelven el planeta y claman por ayuda. Hasta ahora no se sabe qué pasó la noche del 3 de mayo, en un departamento de Praia da Luz, El Algarve, Portugal: la pequeña Madeleine McCann, de origen británico, fue víctima de un secuestro que terminó mal, raptada por explotadores de menores, atacada y desaparecida por un agresor sexual, o asesinada sin querer por sus propios padres, médicos ambos, a quienes se les pudo pasar la mano en la dosis de sedantes que solían administrar a sus pequeños para poder salir a divertirse. Nada extraordinario: un martirologio infantil más en una humanidad que se ha especializado en hacerles las peores maldades a sus propios cachorros.

Con respeto al dolor que sufre o sufrió Madeleine y al de sus padres, hayan sido o no responsables o corresponsables de su desvanecimiento, es horrible que el caso individual de esta niñita levante tanto revuelo en un planeta en el que desaparecen anualmente decenas o centenas de miles de menores. Algunos de los registrados son adolescentes que se largaron de casa y se fueron a otra parte con su hartazgo ante una vida familiar desgraciada (nadie se va de casa si vive feliz en ella), o con la novia, con el novio, con la droga, con la guitarra, con el pasaporte. Otros –tal vez la mayoría– desaparecen en el marco de riñas conyugales o familiares en las que florece la canallada de raptar a los hijos propios y, con frecuencia, trasladarlos a otro país; la leyenda urbana dice que algunos menores desaparecidos sufren una muerte atroz, descuartizados por traficantes de órganos, aunque hasta ahora no hay en ningún país un solo caso documentado de tal horror; en la realidad, muchos bebés son robados por mafias que los venden a parejas infértiles de Estados Unidos y de Europa, y un número indeterminado de menores son secuestrados y destinados a la explotación laboral y sexual en una industria clandestina pero consolidada y creciente. De cuando en cuando un pederasta solitario rapta a un menor y lo lleva a vivir a su lado o lo viola, lo asesina y hace desaparecer el cuerpo o lo deja por ahí. Pero esos casos son sólo unos cuantos de los abusos sexuales de menores, los cuales son perpetrados, en su gran mayoría, por un familiar, una persona cercana a la familia, el profesor o el cura.

Hay otra forma de borrar del mapa a un niño: bombardear su casa, dispararle con un rifle de asalto o incluirlo en el abrazo de fuego de un atentado dinamitero, como lo hacen con regularidad las tropas de Estados Unidos en Irak, las de Israel en los territorios palestinos y los terroristas anónimos en Bagdad, en Afganistán, en el territorio israelí o en cualquier otra parte.

La enorme alharaca mediática que se ha alzado en torno a la desaparición de Madeleine no ayuda mucho. En ella se han involucrado los ricos y los famosos de medio mundo –Laura Bush, Joseph Ratzinger y muchos más–, los padres de la pequeña han emprendido una gira internacional, han recaudado millones de dólares y, para no ofenderlos, las distribuidoras cinematográficas británicas suspendieron el estreno de una película gringa que trata de la desaparición de una niña. La prensa inglesa se levantó en pie de guerra contra los medios y los detectives de Portugal, a los que acusa de pretender el linchamiento del matrimonio McCann, y la recompensa ofrecida a quien aporte datos para dar con el paradero de la niña llega ya a cuatro millones de libras.

Milun Dhanjee, en cambio, se esfumó el 21 de febrero de 1994 (tenía 10 años) en Bingley, Yorkshire, y nadie ha vuelto a saber de él. Es morenito, tal vez de ascendencia india o paquistaní, y si sigue vivo tal vez se congratule del esfuerzo mundial por hallar a Madeleine, y acaso le duela un poco que él, en su momento, le importó un pepino al mundo. El de febrero de 1996, a las siete de la tarde, Ana Lilia Burgos Frías, entonces de 13 años, y Yazmín Monserrat Herrera Corona, que tenía 11, salieron de su domicilio en la colonia Alborada I, Tultitlán, estado de México, para ir a comprar pan. Fueron abordadas por unos sujetos que las introdujeron a un automóvil negro, con vidrios polarizados y sin placas, y desde entonces sus familiares no las han vuelto a ver. No hubo potentado que ofreciera poner de su bolsillo el dinero para una recompensa, el Papa de aquel entonces no metió ni el dedo meñique en el asunto y ningún ministro se conmovió por el hecho. Fue un caso entre decenas de millares. Por alguna razón, la página de la procuraduría mexiquense registra dos centenares de menores ausentes pero no menciona a Yazmín Monserrat, tal vez porque hace rato que la niña, si está viva, ya cumplió 18 años. Quién sabe por qué la menor figura, en cambio, en el sitio de la procuraduría tamaulipeca.

El enigma de la desaparición de Madeleine debe ser resuelto a cabalidad por las autoridades portuguesas, pero sería deseable que no se utilizara el caso para restregar en la cara de la opinión pública internacional la extremada desigualdad que impera en el mundo.

Respuestas al Cascabel: Ana Zarina Palafox señala que esa canción va incluida en el disco de oro titulado Sonidos de la tierra que viaja a bordo del Voyager I rumbo a Sirio. “Lorenzo Barcelata, a quien se le atribuye la autoría de este son tradicional, murió en 1943, disfrutando del pleno éxito comercial en blanco y negro al que podían aspirar los músicos en esos años. Seguramente fue uno más de los que, aunque tenían piezas realmente propias, fueron acicateados por las incipientes industrias discográficas para registrar todo, incluso los sones tradicionales, y cobrar las regalías del caso. Y también estaba de moda el mariachi, como grupo oficialmente representativo de nuestro país, así que lo grabó con el Mariachi México. Digamos que ‘era un hombre de su tiempo’ y que la NASA simplemente eligió una pieza ‘bonita y alegre’, que correspondiera a la imagen turística de México. [...] ¿Qué podía encontrar la NASA? Su trabajo es explorar el espacio exterior, no las comunidades del interior. [...]

“La diferencia entre un cascabel tradicional, y la versión de Barcelata, es que el arreglo sí es de su autoría. [...] Me consuelo pensando que esas versiones son piezas aparte, inspiradas en los sones tradicionales, pero sin las características del son.”

Marco Barrera contrapuntea: “Se calcula que hoy en día hay cerca de 700 grupos de son jarocho. [...] En los años setenta no quedaban ni una treintena. Entonces México era un país eminentemente rural; hoy es una red de ciudades con un decadente número de escuálidos campesinos e indígenas que van de la agricultura a la inmigración. Hoy hay grupos de son jarocho en Washington, San Francisco, Los Angeles, seguramente Chicago, y afortunadamente, también en Japón: los jarochos comenzaron a migrar tardíamente. [...] Pero quizá la mayor concentración de grupos de son jarocho esté hoy en el Distrito Federal”.

Adiós al domingo. Dado el agotamiento del que escribe, y hasta nuevo aviso, Navegaciones deja de aparecer los domingos y se constriñe a los jueves. Se ruega la comprensión de tripulación y pasajeros, y seguimos en contacto diario, o casi, en el blog que aparece aquí abajo, en donde se consigna las fuentes de esta entrega.

 
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