Usted está aquí: martes 25 de septiembre de 2007 Opinión Ahmadinejad en Nueva York

Editorial

Ahmadinejad en Nueva York

La más reciente piedra de escándalo internacional es la presencia en Nueva York del presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, quien hoy tiene previsto hablar ante la Asamblea General de la ONU, y ayer visitó la Universidad de Columbia, donde tuvo una accidentada intervención pública.

Era previsible que la visita del mandatario desatara reacciones de fobia descontrolada en el gobierno de George W. Bush, que tras el asesinato judicial de Saddam Hussein ha proclamado al gobernante iraní su mayor enemigo y malvado entre malvados –“el mayor patrocinador del terrorismo”, lo llamó Condoleezza Rice–, y por parte de los medios sensacionalistas –The New York Daily News y The New York Post, por ejemplo–, siempre dispuestos a llevar a niveles pintorescos e hiperbólicos las obsesiones del discurso oficial de la Casa Blanca. De esos sectores cabía esperar la descalificación total de las acciones y las palabras de Ahmadinejad. Sería deseable, sin embargo, que la opinión pública, y especialmente los círculos pensantes del país vecino, pudieran percibir al personaje y lo que representa con mayor serenidad. Por desgracia, y a lo que puede verse en lo sucedido ayer en la Universidad de Columbia, la histeria antiraní se extiende inclusive a los sectores que debieran salvaguardar la lucidez en un periodo en que la sinrazón neoconservadora enturbia el pensamiento estadunidense hasta grados que hace unos años habrían sido inconcebibles.

No es ningún secreto que Ahmadinejad representa a los sectores reaccionarios y autoritarios de la revolución islámica, y que puede llegar a expresar su ideología con disparates lamentables, como el que dijo ayer de que en Irán “no hay homosexuales”, o con frases inadmisibles y condenables como aquella de que Israel debe ser borrado del mapa. Pero si se le coteja con el propio Bush, no es precisamente el iraní el que carga con el muestrario más abultado de expresiones hirientes o llanamente tontas. Por el contrario, con frecuencia el mandatario iraní se expresa con sensatez ante algunos de los asuntos más candentes de Medio Oriente y de la conflictiva relación entre su país y Estados Unidos. Más allá del célebre e irresponsable exhorto a la destrucción de Israel, Ahmadinejad señala, con razón, la imperiosa necesidad de “solucionar un problema que tiene ya 60 años de desplazamientos, de asesinatos, de conflictos y terror a diario y de torturas en prisiones”, en referencia al drama impuesto al pueblo palestino a raíz de la fundación del Estado hebreo. Palestina tiene tanto derecho a existir como Israel, por más que éste haya negado ese derecho durante seis décadas y se empeñe, en la actualidad, en hacer completamente inviable el mandato internacional de desalojar la totalidad de Gaza, Cisjordania y la Jerusalén oriental, que es donde debe asentarse el Estado palestino.

Por lo que hace al terrorismo, fue por demás pertinente el llamado del presidente iraní a su público estadunidense a que reflexione acerca de la génesis de los atentados del 11 de septiembre de 2001, perpetrados, hasta donde se sabe, por Al Qaeda, facción sunita del integrismo islámico adversaria de siempre del régimen chiíta de Irán. Más aún: si la revolución islámica encabezada por el ayatola Jomeini se desarrolló desde un principio en abierta confrontación con Estados Unidos, Al Qaeda tiene sus orígenes en los apoyos otorgados por la CIA estadunidense a los mujaidines que combatían la invasión soviética de Afganistán en los años 70 y 80 del siglo pasado. De cualquier forma, por condenables y atroces que hayan sido esos ataques, no debiera desconocerse que constituyeron la respuesta de grupos sin duda fanáticos y exasperados a las permanentes y cruentas agresiones estadunidenses contra las naciones árabes e islámicas.

A la luz de lo dicho por el mandatario iraní –y cuyo gobierno tiene ciertamente aspectos cuestionables, criticables e intolerables, pero que no corresponde a la figura de “un dictador”, como afirmó equivocadamente su anfitrión, el rector de la Universidad de Columbia, Lee Bollinger–, debiera ser materia de reflexión entre los estadunidenses el hecho de que la respuesta bushiana a los ataques del 11 de septiembre haya empezado como una escalada bélica contra Al Qaeda y sus aliados del depuesto régimen talibán, pero que posteriormente se haya desviado contra dos enemigos declarados del grupo que encabeza Osama Bin Laden: el derrocado gobierno de Saddam Hussein y, posteriormente, la República Islámica de Irán.

En suma, Mahmoud Ahmadinejad, una de las figuras más odiadas por el gobierno de Bush, se encuentra en el corazón de Estados Unidos y ha mostrado disposición a dialogar y a comunicarse en directo con los ciudadanos de ese país. El que se le haya respondido con adjetivos demonizadores y con una gritería dice mucho del estado mental que la Casa Blanca ha logrado imbuir en la sociedad del país vecino.

 
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