Usted está aquí: domingo 30 de septiembre de 2007 Opinión ¿Por qué se protesta en Chile?

Marcos Roitman Rosenmann

¿Por qué se protesta en Chile?

Hoy un sector de la ciudadanía ocupa las calles de Santiago y la protesta se extiende a toda su geografía. Son parte de un Chile que no se ha perdido el respeto ni la dignidad. Representan la memoria republicana de quienes han seguido luchando por la existencia de una democracia plena, del fin de la impunidad a los militares y cómplices de genocidio, de crímenes de lesa humanidad amparados en la ley de amnistía, actuales protegidos de un gobierno socialista. Son ciudadanos defensores de la libertad de prensa, actualmente inexistente en Chile, de expresión amordazada, de la verdad convertida en mentira y transformada en traición. Sus manifestaciones expresan vivencias y sentimientos donde la paciencia se mantiene 35 años. Han soportado 17 años la figura del tirano (1973-1989) y la frustración de una transición política democrática (1990-2007).

Fueron las ganas de recuperar prontamente su estatus político los que no soportaron la larga lucha por la democracia en Chile. Transformaron el exilio en una búsqueda de relaciones políticas para rehacer su carrera a largo plazo. José Miguel Insulza es el paradigma. Allegados al poder, a la riqueza, transan su modo de vida. Y para ello sueltan amarras. Pactaron con las fuerzas armadas su retorno, así comienza la ignominia. No resulta fuera de lugar que sea el propio Insulza, secretario general de la OEA, quien viaje a Chile en estos días de protestas para proyectar su nombre como futuro candidato en medio de las turbulentas aguas de la concertación. Por ello sus palabras son de crítica a los manifestantes y al gobierno. Pero igualmente, se mantiene firme con el proyecto que rige el país: la Constitución neoligárquica de 1980. Insulza sería su mejor guardián y protector. Quienes luchan contra ella son acusados de terroristas y antidemócratas. Pero en las protestas la memoria histórica es obstinada, reaparece y lo hace mostrando, ahora a escala internacional, el grado de putrefacción sobre el cual se levanta la institucionalidad del Chile del siglo XXI.

En 1988 fueron muchos los chilenos enfrentados a la dictadura. Se opusieron a la continuidad de Pinochet, fortaleciendo los comandos al NO en un referendo para evitar su continuidad como presidente. Fue una lucha desigual. Pero se ganó, de allí nace una coalición: la concertación de partidos democráticos. Fórmula política para hacer frente a la derecha y arrebatar el poder al candidato continuista de la dictadura. Fue una unidad contra natura, excluyó a los comunistas y otros partidos de izquierda no dispuestos a claudicar frente a los asesinos de la democracia y cómplices de la tiranía. Pero las protestas y la campaña del NO, movilizaron a Chile. La respuesta fue la represión directa. El uso de los carabineros, de los militares, fue generalizado. La tortura, ejercida de forma selectiva por esos años, se extendió a toda la población. Aun así, muchos chilenos perdieron el miedo residual, facilitando la caída formal del dictador. Tal alegría hizo pensar en el fin del neoliberalismo. A la noche no siguió la aurora. Por el contrario, una noche polar parece sucederle, siendo sus administradores socialistas, demócrata cristianos y socialdemócratas. No hubo un cambio democrático, los presos políticos de la dictadura siguieron siéndolo con Alwyn, Frei, Lagos y ahora con Bachelet. La persecución al pueblo mapuche y la expulsión de sus territorios se mantiene hasta lograr casi el exterminio de los pehuenches en el sur. ¿Y Pinochet? Muerto en la cama, acaba honrado por las fuerzas armadas con el consentimiento del gobierno. Asimismo, los bancos, los empresarios, las multinacionales, disfrutan de leyes para obtener ganancias exorbitantes y sobrexplotar a los trabajadores. Los obreros tienen salarios míseros y vergonzantes. La distancia entre el sueldo de un médico y el de su enfermera es de uno a 40. Y eso no es todo. Cuando hay problemas, el Estado acude a salvar la banca de sus excesos y de las crisis financieras aportando capital público y avales en nombre de la libertad de mercado. Avala la corrupción. Sin ir más lejos, el proyecto de las líneas de autobuses de Santiago. En estas condiciones, hasta la Iglesia termina por pedir un salario mínimo ético. Así, en estos años las desigualdades acumuladas en Chile lo sitúan entre los peores del planeta, todo un récord para quienes se vanaglorian de ser un país de primer mundo.

Las protestas actuales marcan un punto de inflexión, se lucha contra la injusticia social, el alto grado de desigualdad de un modelo cuyas fisuras hacen imposible cualquier parche. Han sido tantos los zurcidos al traje que no admite más remiendos. Ni el sastre más experimentado podrá coser un roto más. El traje se cae a trozos. Y cuando esto ocurre, por mucho que se quiera ocultar, se hace visible, aunque sea por instantes, la desnudez de un cuerpo famélico. Costillas pegadas a una piel arrugada, huesos sobresalientes con falta de músculos adosados a una panza llena de aire, alimentada durante 35 años de falsas promesas. El resultado a la vista es obsceno: bajo el nombre de gobiernos democráticos de la concertación, acompañados de la imagen de un Chile posmoderno y globalizado, gracias al neoliberalismo y la mano dura de su restaurador Augusto Pinochet, sólo hay pobreza, hambre, explotación e injusticia social. Una traición tras otra. Estas manifestaciones de los trabajadores destapan una realidad de la cual nadie quiera hacerse cargo. Además de la fuerza con la cual se han reprimido. Mas de 650 detenidos, heridos, un senador apaleado; lo curioso es que desde el gobierno ven el cuerpo desnudo, pero siguen pensando que está vestido. Por ello, todo debe volver a la normalidad. El proyecto debe restaurarse. Pero lo inevitable ha sucedido. El cuerpo ha sido visto por todos, y ello es un problema. ¿Será cuestión de deshacerse de él? ¿Tirar el cadáver? ¿Proponer un nuevo proyecto político?

De ser un nuevo proyecto político, la respuesta sería, para la presidenta Bachelet y los partidos de la concertación en el gobierno, aceptar su fracaso y el del neoliberalismo, y ello es inviable para los intereses de toda la derecha chilena y latinoamericana. Hoy harán lo imposible por salvar la situación, lo cual supone aumentar la represión, y si no funciona, entregar el poder a la derecha pinochetista. Insulza aguarda en la trastienda. Si cae Chile, el neoliberalismo en América Latina habrá perdido su última gran torre.

 
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