Usted está aquí: lunes 1 de octubre de 2007 Opinión Se soltaron los demonios en la Asamblea de la ONU

Gonzalo Martínez Corbalá

Se soltaron los demonios en la Asamblea de la ONU

En la sexagésima segunda Asamblea General de Naciones Unidas, durante la intervención de apertura, el presidente George W. Bush quiso olvidar su última declaración en la que acusó a Saddam Hussein de “haber matado a Mandela”. Algunos aseguran que el respetado libertador del pueblo sudafricano escuchó el discurso entre sorprendido y regocijado desde su residencia en Johannesburgo.

Nelson Mandela es el más sobresaliente defensor de los derechos humanos contenidos en la Declaración Universal, cuya puesta en práctica por la propia organización multilateral no ha sido siempre muy afortunada; por lo menos no lo fue con Koffi Annan. Y no lo fue porque no pudo frenar los ímpetus belicistas del presidente estadunidense, cuando según El País (26/9/07), avisó a José María Aznar en febrero de 2003 la inminencia de la invasión a Irak –ya decidida por el presidente Bush, con el apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU o sin él–, que Colin Powell, en ese entonces delegado de Estados Unidos en ese organismo, trató denodadamente de obtener sin éxito.

Bush hizo el anuncio a Aznar cuatro semanas antes de la invasión a Irak, mientras se discutía vivamente en el Consejo de Seguridad si iba a apoyarse o no lo que ya se sentía como una decisión tomada por el presidente estadunidense, y que finalmente, como bien sabemos, se llevó a cabo, encabezada por el ejército de Estados Unidos, bajo las órdenes de su comandante supremo George W. Bush, y con las tropas británicas que envió el entonces primer ministro Tony Blair, acompañados ambos por José María Aznar, presidente de España, quien en un acta secreta que existe sobre el encuentro en el rancho de Crawford, Texas, estaba a tal grado convencido del discurso bushiano que afirmó orgulloso: “estamos cambiando la política española de los últimos 200 años”.

“No estamos cumpliendo nuestras obligaciones con el mundo –dijo en voz alta el presidente Bush en la reciente Asamblea General de la ONU–; en última instancia, el mejor camino para combatir a los extremistas es derrotando su oscura ideología con una visión más esperanzadora: la visión de libertad con la que se funda esta organización”.

Postulándose como el gran defensor de la libertad, agregó en su exaltada alocución que “toda nación civilizada tiene la responsabilidad de actuar a favor de los pueblos que sufren bajo la dictadura”, mencionando expresamente a Bielorrusia, Corea del Norte, Siria e Irán, a los que calificó de regímenes brutales “que privan a sus pueblos de los derechos fundamentales que brillan en la Declaración Universal de la ONU”.

Más adelante citó también el caso de Cuba, del que proféticamente anunció: “el largo periodo de un régimen cruel está llegando a su fin”, provocando de inmediato la reacción de toda la delegación cubana, que abandonó la sala. Poco después, vino la defensa de Cuba y de Corea del Norte por boca del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, quien afirmó que el presidente Bush no tiene autoridad moral para hablar de defensa de los derechos humanos a los que se ha faltado repetidamente en la guerra contra el terrorismo, amenazando a naciones como Irán, cuyo joven presidente Mahmud Ahmadinejad hizo su propia defensa, anunciando que el caso del empleo pacífico de la energía nuclear estaba cerrado para el régimen iraní, insistiendo en que ni tienen planes para construir un explosivo nuclear ni tampoco lo necesitan, ya que toda su estrategia está encaminada a lograr el uso pacífico de la energía nuclear.

No hay que olvidar que esto lo dice el presidente de un país que tiene en el subsuelo el doble de las reservas de petróleo y de gas natural que Irak, por ejemplo, y tampoco hay que olvidar que el mismísimo Alan Greenspan, en su libro de reciente publicación, deja claramente establecido que los 100 mil millones de barriles de reservas probadas de Irak fueron el verdadero motivo para la invasión de este país, y hay que tener también presente que Irán actualmente es el segundo productor de petróleo de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).

Por su parte, el flamante presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, se lanzó también en su turno contra el presidente Ahmadinejad, al sumarse a la tesis de George W. Bush de que no debe permitirse que el gobierno iraní pueda tener a su alcance un arma nuclear por considerarlo demasiado peligroso, asumiendo así el papel que en el caso de Irak le correspondió jugar a Tony Blair.

En resumidas cuentas, esta sexagésima segunda Asamblea General de Naciones Unidas, que se llevó a cabo del 25 al 29 de septiembre, fue bastante desafortunada, y por lo que parece, su secretario general, Ban Ki-Moon, tendrá menos control sobre las que vengan después, así como del Consejo de Seguridad, que ya de por sí es bastante precario en los hechos, que no en las declaraciones, como se vio con el señor Koffi Annan, quien por lo menos habla un inglés académico, lo que ya es una ventaja en sí sobre el actual secretario general de Naciones Unidas.

Por lo menos aprendimos dónde queda Myanmar (Birmania): entre India, China, Laos y Tailandia. Ahí está creciendo una oposición protagonizada por los monjes budistas de Yangón, capital de Birmania. Ahora que en este caso, aun cuando ese país tiene gas y petróleo, de todas maneras tiene que importar combustible, el principal problema es el aumento del precio del aceite para cocinar. ¡Zacatlán!

 
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