Usted está aquí: martes 2 de octubre de 2007 Opinión El rector de la UNAM

José Blanco

El rector de la UNAM

El mes próximo cambiará la cabeza de la institución de educación superior más importante de América Latina. Hace unos días, en Bolonia, en el marco de la firma de los nuevos adherentes a la Magna Charta Universitatum, que contiene los principios que orientan el principal proceso de reforma universitaria en el mundo (el llamado Proceso de Bolonia), el presidente de ese amplio conglomerado de instituciones de educación superior llamado Universidad Interamericana de Puerto Rico me decía que en una hipotética Ivy League latinoamericana, la UNAM ocuparía el lugar número uno. No hay duda, fue mi respuesta. La Ivy League es una asociación de ocho universidades privadas del noreste de Estados Unidos; son las más antiguas y, en general, se les reconoce como las mejores universidades estadunidenses.

The Times Higher Education Supplement, de Londres, edita anualmente el ranking por hoy más aceptado internacionalmente. Incluye un amplio abanico de indicadores y formas de clasificación; la más general y sintética contiene a las 200 mejores universidades del mundo. Las ocho de la Ivy League están entre las primeras, comenzando con Harvard, que es la número uno del orbe.

La UNAM pasó del lugar 95 en 2005 al 74 en 2006. Es la única universidad latinoamericana en esa clasificación. Con muchos mayores recursos, España e Italia tienen sólo una universidad en el ranking (Barcelona y La Sapienza, en los lugares 190 y 197, respectivamente). Un referente sólido sobre los méritos académicos de nuestra institución.

El papel que ha jugado y que corresponde a la UNAM en el futuro de la sociedad mexicana no puede exagerarse (perdone el lector un comercial: véase José Blanco, autor y coordinador del libro La UNAM. Su estructura, sus aportes, su crisis, su futuro, FCE, México, 2001). La UNAM es una institución nacional y, por ello, le toca una responsabilidad con notas diversas de grande importancia, distinta que la que corresponde a las universidades públicas estatales, no pocas de las cuales han mostrado claras mejoras de su calidad en los últimos 15 años. Con todo, es preciso señalar que la institución ha dejado de ser nacional por el reducido tamaño relativo y por el origen de su población escolar de licenciatura; sí continúa teniendo un peso decisivo en el posgrado y más aún en la investigación y en la difusión de la cultura.

Acaso por su historia y su gran tamaño, por muchos lustros los unamitas dieron la impresión de ver excesivamente hacia dentro de sus propios muros. Esto ha comenzado a cambiar en los últimos años y parece indispensable que continúe, vigorosamente, con esta línea de búsquedas de convergencias, de sinergias con otras instituciones, de una política creciente de internacionalización, de una política de clarificación sobre el significado de una pertinencia efectiva, nacional y disciplinaria, en cada programa académico, en cada proyecto de investigación. Y debe hacerlo con ímpetu creciente.

Al cruzar el espejo, la Alicia de Lewis Carroll se encontró con la Reina Roja, quien la empujó a correr cada vez más aprisa, no para llegar a alguna parte, sino para permanecer en el mismo lugar. Esta metáfora, vuelta lugar común, es una realidad internacional desconocida por muchos universitarios, no sólo por una buena proporción de unamitas. Con esa imagen, pienso, Carroll mostró en una nuez el dinamismo que la revolución industrial exigió a las personas, las empresas, los países, en competencia en la moderna sociedad de mercado. Hoy vivimos cambios a velocidades inusitadas con la revolución científico-tecnológica en curso en nuestros días. Podemos quedarnos parados: pronto regresaríamos a los árboles (comparativamente).

Gran parte de las universidades europeas enfrenta hoy los dilemas que vive el continente frente a la globalización y frente al dinamismo económico y académico de China, o de India. ¡Cuántos investigadores estadunidenses prefieren trabajar hoy en Bangalore (India) que en Silicon Valley (California)! Las tensiones en Europa son evidentes. Los gobiernos saben que las sociedades europeas deben recuperar el dinamismo social y económico en el que alguna vez fueron campeones. Saben que el tema se llama productividad. Saben también que resulta del conocimiento científico y el desarrollo tecnológico, y que éste no saldrá de ninguna otra parte, especialmente el primero, sino de las universidades. El segundo sin el primero se ve seriamente limitado. Las universidades saben que deben ocuparse ineludiblemente del tema del desarrollo sostenible, pero quieren continuar trabajando por los valores que hagan de la sociedad una comunidad civilizada, de humanos, seriamente amenazada en el presente con mil procesos deshumanizantes. Pero ello cuesta. Y las tensiones están ahí, y universidades y gobiernos deben llegar a acuerdos racionales, sabiendo que quedarse parados es andar hacia atrás.

Viendo de frente a México, en una era en que el conocimiento se ha convertido en un insumo sin mediaciones de la producción de bienes y servicios de todo tipo, políticas para elevar la productividad y para la formulación de soluciones a las incontables necesidades de la sociedad mexicana, incluyéndolas en el concepto de pertinencia, tendrán que ser un foco de creciente atención especial por el nuevo rector de la UNAM. La sociedad mexicana tiene problemas primarios, básicos, que Europa ha resuelto. La universidad mexicana es pieza central, hoy, para alcanzar un acuerdo en lo fundamental, que incluye la aportación de soluciones a los problemas básicos.

La pertinencia es un foco notorio de debate universitario en Europa, y debe serlo entre nosotros. Es la pertinencia –que tiene mil definiciones, según las profesiones o las disciplinas que se cultiven– la que hará de las universidades palancas de desarrollo sostenible. Asumir cabalmente esta función se discute en Europa, significa incluirla en sus leyes orgánicas. Pensemos en México. Daré mi opinión en próximas entregas.

 
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