Usted está aquí: martes 2 de octubre de 2007 Política Liquida Roger Mahony la coartada de Rivera

Interrogatorio al prelado angelino, en poder de La Jornada

Liquida Roger Mahony la coartada de Rivera

Ambos cardenales sabían que Aguilar era pederasta

Sanjuana Martínez (Especial para La Jornada)

En las postrimerías de la primera fase del juicio al cardenal Norberto Rivera en la Corte Superior de California, el interrogatorio al cardenal de Los Ángeles, Roger Mahony, ha terminado por destruir la coartada del purpurado mexicano.

Así lo demuestra la versión estenográfica de la declaración del purpurado angelino a la que ha tenido acceso La Jornada: un documento que devela el duelo sostenido entre los abogados de los cardenales y Jeff Anderson, representante de las víctimas, quien finalmente logró demostrar que los dos purpurados sabían –mediante un “código secreto” usado en la Iglesia– que transfirieron a un sacerdote pederasta.

La transcripción del interrogatorio, de 205 páginas, ofrece los detalles de cómo el abogado de Mahony, Donald F. Woods, improvisa una alianza con Anderson para demostrar frente al abogado de Rivera, Steven R. Selsberg, que el prelado mexicano envió al cura pederasta Nicolás Aguilar a Los Ángeles para evadir la acción de la justicia por los abusos sexuales que éste cometió en la década de los 80 contra niños mexicanos.

La declaración de Mahony se efectuó a las 9:50 horas del 13 de septiembre de 2007 en la catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles, sede de la arquidiócesis más importante de Estados Unidos. Fue un enfrentamiento dialéctico de tres abogados. Anderson venció de manera inapelable.

Tres cuartas partes de la grabación reflejan un duelo sin cuartel, un debate jurídico entre fuerzas poderosas que negocian, reclaman, ceden, se plantan, avanzan, retroceden, plantean obstáculos y los sortean; todo, mientras Mahony, impasible, espera a que, por fin, le llegue una pregunta que pueda y deba contestar.

La estrategia de Anderson, después del enfrentamiento inicial con los dos abogados rivales, se fijó en términos sutiles que, sin embargo, Woods entendió y aceptó de inmediato: el interrogatorio era sobre y contra Norberto Rivera Carrera.

Mahony acaba de llegar a un acuerdo con las dos víctimas mexicanas del cura Nicolás Aguilar, incluidas en la compensación de 660 millones de dólares. Anderson ofreció a Mahony la oportunidad de descargar sus culpas en el cardenal mexicano, y el purpurado estadunidense entró en el juego con beneplácito de su abogado, aunque después él mismo exhibió también su responsabilidad.

La clave del interrogatorio a Mahony se basó en sus respuestas relativas al canon 271, relacionado con la transferencia de un sacerdote y la autorización de su obispo responsable, en este caso para que Nicolás Aguilar ejerciera en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, en Los Ángeles.

El debate empezó a complicarse a Rivera cuando la discusión llevó a Mahony a explicar cómo había llegado el pederasta Aguilar a la arquidiócesis de Los Ángeles. Mahony aseguró que el cura mexicano nunca había pertenecido a su arquidiócesis, sino que había sido admitido temporalmente en Los Ángeles en 1987 como “sacerdote externo” y siguió perteneciendo a la diócesis de Tehuacán. Indicó que tales admisiones y trámites los tenía delegados en el obispo auxiliar Thomas Curry, quien seguramente tramitó la admisión. Acerca de las gestiones que se seguían para admitir a curas de otras diócesis, Mahony dijo que normalmente bastaba una carta de recomendación del obispo del lugar de procedencia. Las objeciones iniciales conjuntas de Woods y Selsberg, que bloqueaban las respuestas de Mahony, fueron distanciándose hasta que una pregunta importante, inculpatoria para Rivera, fue respondida afirmativamente por Mahony, con el beneplácito de Woods, a pesar de la objeción formulada infructuosamente por el abogado del prelado mexicano. Ésa fue la primera victoria de Anderson: había conseguido abrir una brecha entre las defensas de los cardenales, utilizando el viejo axioma “divide y vencerás”.

Llegó el segundo golpe de Anderson con su pregunta: “¿Fue Nicolás Aguilar admitido por recomendación?”

–Sí –respondió Mahony.

–¿Quién hizo esa recomendación? –preguntó Anderson.

Mahony no vaciló: “La hizo Norberto Rivera, obispo de Tehuacán”.

El canon 271

Anderson estaba en minoría, solo frente a los letrados de los purpurados. Aunque se trata de un acto judicial, el juez no se encuentra presente. Los abogados acordaron los términos del encuentro, convinieron las preguntas que podían responderse y la manera y el orden en que debían ser formuladas y contestadas, y todo quedó registrado para que el juez pudiera después dirimir las controversias que no hubieran podido resolverse con el diálogo.

Mahony fue contundente al hablar de “las recomendaciones” que los obispos hacen sobre los curas transferidos. Éstas, dijo, no son de orientación o de cortesía. “Nos guiamos por el Código de Derecho Canónico (la ley de la Iglesia católica, cuyas reglas se denominan cánones). El canon 271 nos obliga, antes de recomendar a alguien para el servicio, a cerciorarnos de que es idóneo para el ministerio”. La recomendación es, según Mahony, como un certificado de buena conducta o de carencia de antecedentes desfavorables. “Si un sacerdote viene con la carta, yo presumo que es apto, sin problemas”, contestó ante la insistencia del abogado de las víctimas de Aguilar.

“En este caso”, preguntó Anderson, para amarrar la prueba contra el purpurado mexicano: “¿Fue el entonces obispo Rivera quien certificó la idoneidad de Nicolás Aguilar?” Selsberg protestó, sin éxito. “Sí”, respondió Mahony. “Esa carta me permitió admitir a este sacerdote considerando que no había problema.”

–¿No le dio un significado especial a que la carta mencionara “motivos familiares y de salud” como razones del traslado? –preguntó Anderson.

–Mi impresión es que cumplía los requerimientos del canon 271 –respondió Mahony para desesperación de Selsberg que intentó objetar.

La cuestión no tenía vuelta. Aguilar era apto porque Norberto Rivera había dicho en cartas que lo era. Pero Anderson quiso asegurarse:

–¿Puede ser evaluado apto un abusador de niños?

–No –contestó Mahony.

–¿Alguna vez, en esa carta o de otra manera, le dijo Rivera que Aguilar podría no ser idóneo?

–No.

El canon 489

En la primera parte del interrogatorio Mahony se sirvió del canon 271 para echar toda la responsabilidad sobre la espalda de Rivera, pero otro canon lo esperaba a él en un recodo del interrogatorio. Ante la insistencia de Anderson, Mahony ratificó que nada de lo que le había comunicado Rivera, ni como práctica o costumbre, ni abierta ni implícitamente, podía considerarse aviso de la peligrosidad del cura pederasta. “Ni siquiera esa vaga alusión a problemas familiares y de salud.”

–¿Nada en absoluto?

–Nada.

Anderson dejó correr el interrogatorio y al rato volvió sobre el tema.

–¿Cardenal, recuerda el documento 24 que le hemos exhibido?

–Sí –contestó el purpurado.

–Se trata de una carta de Aguilar al entonces obispo Rivera en la que le dice que ya ha visto a monseñor Curry, quien le ha pedido que su ordinario (Norberto Rivera) envíe una nueva carta, pero esta vez “confidencial”, explicando con más detalle “los motivos del traslado de Nicolás Aguilar a Los Ángeles”.

Éste fue el momento de gloria para Anderson, porque demostró conocer el derecho canónico, mientras Steven Selsberg y Donald Woods no. Los abogados de los purpurados tenían que haber parado esa pregunta, la más incriminatoria para los dos cardenales, pero ninguno vio venir el peligro y no protestaron.

–¿Por qué la carta debía ser confidencial? –preguntó cándidamente Anderson.

Mahony no tuvo más remedio que contestar: “Por nada en particular”. Pero Anderson no se quedó allí.

“Bueno, creo que está regulado que algunos asuntos deben ser tratados confidencialmente, ¿no es así?”

“Sí”, contestó el cardenal.

–¿El canon 489 dice que los asuntos escandalosos, como el abuso sexual, deben ser mantenidos en secreto? –preguntó Anderson.

Cundió el pánico entre los defensores. “Perdón, ¿qué número dijo?”, preguntó Woods. “Canon 489”, repuso Anderson. Mahony, desasistido en el momento más crítico e incriminatorio, tuvo que contestar: “Sí, sí”.

De esta manera, el saldo del interrogatorio fue favorable a la acción de las víctimas de Aguilar que solicitan al juez Elihu Berle la jurisdicción. Para Anderson la responsabilidad de Rivera quedó ya muy clara. Y sobre la de Mahony, que quería salir limpio imputando a su colega, planean hoy grandes sombras y dudas:

¿Por qué monseñor Curry reclamó una explicación adicional de los motivos del traslado de Aguilar? Eso contradice por completo la afirmación de Mahony de que la carta de recomendación era suficiente. ¿Qué sabían o sospechaban Mahony y Curry de la biografía del pederasta que requería más información y respuesta “confidencial”? ¿Era la mención de “problemas familiares y de salud”, el “código secreto” del intercambio de depredadores sexuales con sotana entre distintas diócesis develado por Rivera? Mahony finalmente reconoció que fue precisamente mediante Curry como tuvo por primera vez noticia de los abusos de Aguilar Rivera en 1988. Según él, nunca recibió esa información vía Rivera Carrera.

 
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