Usted está aquí: miércoles 3 de octubre de 2007 Opinión Estigmatización

Arnoldo Kraus

Estigmatización

La estigmatización es una condición que seguramente nació con los primeros seres humanos. Quienes la padecen suelen ser excluidos y sometidos muchas veces a ostracismo. En ocasiones el daño es irreparable y las marcas imposibles de borrar. Los suicidios por la crudeza con la que en ocasiones se ejerce la estigmatización no son infrecuentes. Las personas que son marcadas entienden los significados de la crueldad y de la ignominia. Marcar con hierro candente a los esclavos era práctica común. Ahora no se utiliza el hierro, pero sí otros agravios similares que duelen distinto, pero matan igual. A los esclavos, que siguen abundando, y a los no esclavos, se les infama por medio de actitudes parecidas.

Uno quisiera pensar que el fenómeno de la estigmatización debería ser proporcionalmente inverso al de la sabiduría. Y uno quisiera también pensar que la sabiduría debería ser proporcionalmente directa al paso del tiempo. Ambos supuestos son erróneos. El hambre por la sabiduría nada tiene que ver con el hambre espiritual. Quizás, incluso en ocasiones, sucede lo contrario.

La conducta estigmatizadora de la especie humana no sólo no ha cedido, sino que se ha incrementado y se ha sofisticado. Algunas de las formas modernas de mancillar son resultado del nuevo orden mundial y del brutal descaro y sordera con el cual se manejan muchos poderosos. Es harto sabido que el conocimiento poco influye en las mentes hueras de los jerarcas o en las de sus asesores, lo cual certifica que los dos supuestos previos, además de ser equivocados, parecen, por la ceguera del poder, minimizar hasta el ridículo la voz y la presencia de quienes generan conocimiento.

Que el poder, sobre todo el de los políticos, es sordo y acomodaticio, según ha dado cuenta la historia; que no existen fronteras para usufructuar su ejercicio es también escuela añeja, y que es imparable, es verdad cotidiana. Sin embargo, aún hoy, y a pesar de todas las lecciones, es inconcebible la conducta de quienes, en ejercicio del poder, y con la posibilidad de menguar daños a terceros no sólo no se comprometen, sino que callan y con su silencio avalan actitudes nefandas. Y es que el poder no es sólo sordo: es una enfermedad incurable. Tres ejemplos entresacados de los periódicos dentro de una miríada de noticias similares. Tres argumentos que retratan la inutilidad del conocimiento y la de los librepensadores para contener la destrucción generada por la estigmatización.

El primero proviene del presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, quien, de visita a Estados Unidos, en la Universidad de Columbia cosechó risas, por supuesto, no con él, sino de él. El momento cumbre fue cuando dijo que “en Irán no hay homosexuales como en su país”, comentario que no concuerda con el Código Penal vigente de Irán, el cual castiga el ejercicio de la homosexualidad con la pena de muerte.

El segundo lo extraigo de las historias de los refugiados, en este caso de la ahora muy tristemente célebre Myanmar: se considera que ese país exporta anualmente entre 15 mil y 50 mil menores cada año, sobre todo niñas, para el negocio de la prostitución. Muchas de ellas terminan sus vidas abandonadas en campos de refugiados y enfermas del síndrome de inmunodeficiencia adquirida. El sida, desde su aparición, ha sido uno de los fenómenos modernos que mayor estigmatización ha generado, no sólo contra la población homosexual, sino contra los enfermos en general por temores decimonónicos en relación al contagio. Aupados por China, Rusia e India, triunvirato de dudosa moral, la junta militar birmana que gobierna y mata a sus connacionales continúa airosa su camino.

El tercer ejemplo procede de las mujeres violadas por la milicia en el Congo. La violencia es brutal: los soldados introducen en las vaginas sus armas, lo que produce un trauma sicológico irreparable, además de que, con frecuencia, causan fístulas entre la vejiga y la vagina, lo que impide a la mujer afectada tener una vida normal. Por si fuera poco, los familiares rechazan a las afectadas por el hecho de haber sido violadas.

Tres casos que devienen estigmatización bastan para ilustrar algunos de los significados de la condición humana. Es obvia la insana participación del poder, y es igualmente evidente la complicidad de políticos y empresas en la generación y perpetuación de la estigmatización. Son dos las grandes metas de la ética: bregar por la justicia y aspirar a la felicidad. Justicia universal, felicidad, al menos mínima, para todos. Quienes generan estigmatización y quienes los acompañan niegan esos principios.

 
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