Usted está aquí: sábado 6 de octubre de 2007 Opinión Cena en Beirut, una lección de valentía

Robert Fisk

Cena en Beirut, una lección de valentía

Lo secreto, dijo un intelectual, es un poderoso afrodisiaco. Lo secreto es excitante. El peligro es más oscuro y siniestro. Recorre como la niebla las calles de Beirut en estos días, escabulléndose en los callejones donde los policías pueden o no estar trabajando para las fuerzas de la ley y el orden, gritando instrucciones mediante altavoces.

Prohibido estacionarse. ¿A quién se engaña? Cuando el diputado libanés Antoine Ghanem fue asesinado hace unos días, los policías no pudieron o no quisieron acordonar la escena del crimen. ¿Por qué? Por esto la niebla de peligro se introdujo a través de la reja de hierro de la casa de campo del líder druso Walid Jumblatt en Beirut, donde él y algunos valientes diputados se reunieron antes de la inútil votación parlamentaria que decidiría las elecciones presidenciales y que ahora se ha postergado hasta el 23 de octubre.

Mucho se habló de mayorías y quórums. La regla parece apuntar a 50 más uno, a esto se oponen los simpatizantes de Siria. Debo admitir que aún me topo con diputados libaneses que no entienden su propio sistema parlamentario. Sospecho que se requieren varios doctorados para lograrlo.

La comida siempre es impecable. ¿Por qué habrían de privarse de comer bien todos los días aquéllos que a diario enfrentan el riesgo de morir por bombas y disparos? No por nada Nora Jumblatt ha sido llamada la mejor anfitriona del mundo. Me senté cerca de los Jumblatt, mientras sus huéspedes Ghazi Aridi, el ministro de Información, Marwan Hamade, ministro de Comunicación, el diputado libio Mosbah Al Ahdab y un juez de Beirut bromeaban y hablaban despreocupadamente de la niebla de peligro que amortaja sus vidas.

En 2004, “ellos” casi lograron deshacerse de Hamade en su hogar, que queda cerca de mi apartamento. En total, 46 diputados libaneses se esconden en el hotel Phoenicia; hay tres en cada suite. Jumblatt escuchó rumores de otro asesinato el día antes de que Ghanem fuera hecho volar en pedazos. ¿Quién sigue? Esa es la pregunta que nos hacemos todos. “Ellos”, los sirios o sus agentes o sus sicarios que trabajan para gobiernos misteriosos, están ahí planeando el próximo asesinato que acabará por destruir la diminuta mayoría del gobierno del primer ministro Fuad Siniora.

“Ya todos hemos hecho nuestros testamentos” dijo Nora en voz baja. “¿Tú también, Nora?” Respondió que ella no cree ser un objetivo, “pero podría ocurrir estando yo con Walid”.

Miré a estos hombres educados y valientes –sus políticas no son siempre sabias, pero su valentía es indudable– y medité en lo poco que nos interesa ahora a los occidentales la vida en Líbano.

Ya no existe siquiera estupor cuando mueren diputados en Beirut. Ya ni siquiera yo lo siento. Hace poco una joven pareja libanesa me preguntó cómo me ha afectado Líbano despues de 31 años de trabajar aquí, y respondí que cuando vi el cadáver de Ghanem no sentí nada. Eso es lo que Líbano me ha hecho y lo que le ha hecho a todos los libaneses.

Se reunieron escasamente mil drusos para el funeral de Ghanem. Y ahora casi no hay seguridad. A mi chofer Abed se le permitió sin problema estacionarse a sólo 100 metros de la casa de Jumblatt, sin que ni uno de los policías que ahí estaban se molestara en revisar el automóvil. ¿Qué pasaría si Abed trabajara para alguien más peligroso que el corresponsal de The Independent? ¿Y quiénes son y para quién trabajaban todos esos policías?

Con todo, en esta cena en Beirut no pude evitar pensar en nuestros autocomplacientes estadistas, los Brown, los Straw, los Sarkozy, los imperiosos Kouchner y Merkel, y su igualmente autocomplaciente convicción de que están combatiendo en la “guerra contra el terror”. ¿Todavía creemos en ella? Reflexioné que aquí en Beirut hay intelectuales, hombres y mujeres, que podrían huir a Londres o París pero han elegido quedarse aquí porque están dispuestos a morir por la democracia de un país más pequeño que la provincia inglesa de Yorkshire. No creo que los estadistas occidentales tengan este calibre.

Bueno, pues continuamos hablando de la muerte y poco antes de la medianoche llegaron a la casa de los Jumblatt un hombre con cola de caballo y una mujer elegantemente vestida de negro (color apropiado para la conversación). Trajeron una pancarta que iban a utilizar en la sesión parlamentaria del día siguiente. Rafiq Hariri estaba en la parte superior. También figuraban los retratos del periodista Jibran Tueni, del diputado Pierre Gemayel, del colega de Hariri, Basil Fleihan, y de Ghanem, por supuesto. Todos ellos muertos por creer en Líbano.

Le pregunté a Jumblatt qué se tiene que hacer para volverse famoso en Líbano. Él estalló en carcajadas. Está de moda el humor macabro. Jumblatt alcanzó el libro de Curzio Malaparte, que es un terrorífico y brillante recuento de la Segunda Guerra Mundial en el frente este titulado Kaputt, y me lo regaló añadiéndole una dedicatoria personal. “Para Robert Fisk. Espero no rendirme, pero este libro es horriblemente cruel y algo hermoso. W. Joumblatt (sic)”. Me pregunté cómo es posible que la crueldad y la belleza puedan llegar a unirse.

Quizá deberíamos hacer una película sobre estos hombres y mujeres. Alastair Sim podría interpretar al adusto Aridi, Clark Gable al diputado Ahdab (todos coincidimos en que Gable obtendría el papel). Pensé que quizá Herbert Lom interpretara a Hamade. (me imagino que él ya está buscando en Google el nombre de Lom). ¿Y Nora? Su papel tendría que hacerlo Vivien Leigh, o si hacemos el casting con actores actuales sería Demi Moore. ¿Quién interpretaría a Walid Jumblatt? Bueno, pues Walid Jumblatt, desde luego.

Recuerden estos nombres libaneses y piensen en ellos cuando la próxima explosión sacuda esta peligrosa ciudad.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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