Usted está aquí: sábado 6 de octubre de 2007 Política Desfiladero

Desfiladero

Jaime Avilés
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Chiapas: elecciones, marines y rebeldías

Tres paramilitares, candidatos del PRD

El modelo de Salazar en manos de Sabines

La línea de Marcos (2001-2007): un balance

Ampliar la imagen Cartel de la cinta de Luis Mandoki Cartel de la cinta de Luis Mandoki

Una de las funciones vitales del periodismo es la de prevenir desastres (en la política, en la economía, en la sociedad y en la naturaleza). En lo que va de este año, por ejemplo, la información oportuna evitó que el PRD lanzara las candidaturas de Ana Rosa Payán y Jorge Hank Rhon a las gubernaturas de Yucatán y Baja California, lo que habría sido terrible para el movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador. O que los diputados del PRIAN derogaran la Ley de Neutralidad para permitir que las tropas de Estados Unidos se estacionaran en territorio nacional con el fin de sostener al tambaleante Felipe Calderón, lo que habría sido peor para el país (y que de todos modos va a suceder ilegalmente con el Plan Colombia versión México, que le dará al espurio mil millones de dólares y asesoría de militares gringos para que luche “contra el narcotráfico y la guerrilla”, según la etiqueta que llegará con ese dinero).

En Chiapas, por desgracia, el periodismo preventivo no actuó a tiempo y no pudo impedir que el gobernador perredista Juan Sabines impulsara las candidaturas de al menos tres reconocidos paramilitares, que serán votados mañana durante las elecciones de diputados y ediles de aquella entidad. En su artículo del martes pasado, Luis Hernández Navarro dio a conocer los nombres de dos de ellos: Rafael Ceballos Cancino, protector y financiero de Los Chinchulines, grupo al que se atribuye la muerte de más de 50 indígenas zapatistas o perredistas, y Uriel Estrada, burócrata de medio pelo que en 1995 secuestro, torturó y mató al campesino Reyes Penagos.

Hoy, a sólo unas horas de que se abran las urnas, Desfiladero agrega el nombre de José Pérez Conde, candidato del PRD por un distrito de los Altos (que abarca partes de los municipios de Chamula, Zinacantán, Chenalhó y Pantelhó), responsable de las continuas agresiones de los indígenas perredistas contra los indígenas zapatistas de Zinacantán, tema que Hermann Bellinghausen ha seguido y reportado con su siempre admirable perseverancia.

De un total de 118 alcaldías, 24 diputaciones de mayoría simple y 16 de representación plurinominal, Sabines manda a competir por los colores del PRD a tres matones –Uriel Estrada va por la presidencia municipal de Simojovel, Pérez Conde por la diputación de Zinacantán y Ceballos por la quinta plurinominal– vinculados con la guerra de baja intensidad que desde 1995 sufren las comunidades rebeldes del EZLN. A la luz de lo anterior, sin atenuar la gravedad de los hechos, resulta exagerado afirmar que en Chiapas el PRD es “el partido de los paramilitares”.

No me interesa en absoluto defender al PRD, pero la paramilitarización es un proyecto del Estado mexicano, apoyado por la cúpula del Ejército y financiado por la Presidencia de la República (y muy pronto también por el gobierno de Estados Unidos, gracias a los mil millones de dólares que están por caerle a Calderón). Que algunos ejecutantes de esa política criminal hoy sean candidatos del PRD es un insulto para las bases mismas del PRD, para las comunidades indígenas rebeldes, para el propio movimiento obradorista y para todo el país, pero no alcanza para simplificar una realidad más compleja.

Juan Sabines llegó al poder con el apoyo de López Obrador y de los tres partidos que integran el Frente Amplio Progresista (PRD-PT-C), pero también y, sobre todo, con los votos corporativos del ex gobernador priísta Roberto Albores Guillén, ejecutor implacable de la política de mano durísima de Francisco Labastida Ochoa después de la matanza de Acteal (1998-99). Hoy, como bien señala Hernández Navarro, Sabines se ha distanciado de López Obrador para echarse en brazos de Calderón y estrechar sus ligas con Albores, pero en las elecciones de mañana tiene fichas encima de todos los números de la ruleta, apoyando a los candidatos de todos los partidos –no sólo a los de la alianza que le dio el triunfo (PRD-PT-C, a la que ahora se sumó el Verde Ecologista) sino también a los del PRI e incluso a los del PAN–, de modo que gane quien gane, ganará él.

Ejemplos: en Altamirano apostó por un priísta, pariente de los siniestros ganaderos Kanter, pero en Ocosingo por un panista, pero en Tuxtla por un perredista, pero en Sabanilla por un priísta, pero en Chamula por un perredista, igual que en Chenalhó, donde el candidato a alcalde pertenece a la organización filozapatista de Las Abejas, mientras en San Cristóbal se la jugó por Cecilia Flores, del PRD, que seguramente perderá ante el priísta Mariano Díaz, el mismo hotentote que ya fue edil de los coletos entre 1999 y 2001, y declaró persona non grata a una persona tan grata como Ofelia Medina.

Sabines ha heredado y está usando, porque funciona, el modelo de gobernabilidad que construyó su antecesor, el priísta-panista-perredista Pablo Salazar Mendiguchía, para aplicar la política de la Coca-cola y de Marta Sahagún e incluso de Vicente Fox, con la simpatía de todas las fuerzas políticas de la entidad, y con la anuencia del EZLN, que no sólo nunca lo puso en jaque sino que ni siquiera lo rozó con el pétalo de una crítica.

Salazar logró establecer, implícita o explícitamente, un pacto de no agresión con el EZLN, y tuvo la suerte de interactuar con un presidente como Fox que le permitió hacer y deshacer sin estorbarle. A Sabines, en cambio, Calderón le descompuso el panorama desde el principio, renovando la presión militar y paramilitar contra los zapatistas en pos de las riquezas naturales de Montes Azules, lo que por otra parte pone en tela de juicio la línea de acción desarrollada por el señor Marcos después de 2001, cuando tras el fracaso de la Marcha del Color de la Tierra bajó el telón para que dejáramos de ver a las comunidades indígenas en rebeldía.

Con la misma eficacia con que de 1994 a 2001 metió en la selva y en los Altos a la sociedad civil y a la prensa para usarlas como escudo humano, las echó de 2001 a 2004 cuando dejó de necesitarlas gracias al pacto con Salazar, que fue también el pago de la contribución del señor Marcos a la derrota de Cuauhtémoc Cárdenas en 2000. Luego, en 2005 se produjo el desmantelamiento del Frente Zapatista y su reconversión (2006) en La otra campaña para ayudarle a Calderón a vencer a López Obrador con el cuento de que éste era un peligro para… la izquierda. A juzgar por los resultados, no ha sido muy exitosa esta estrategia.

Muy a su pesar, el señor Marcos se convirtió en comparsa del fraude, Calderón rompió el acuerdo de no molestar a las comunidades y a fuerza de expulsar a sus bases de apoyo para disciplinarlas (cuando muchas salieron de la selva por hambre en busca de trabajo en la Riviera Maya o en el DF), el EZLN se volvió lo más parecido a una secta maoísta de los 70. Y lo peor, hoy el zapatismo se encuentra al margen de un movimiento de masas en ascenso mientras el “gobierno” central se desmorona y los marines se acercan escondidos en un paquete de mil millones de dólares mandado por Bush. La buena noticia es que el 15 de noviembre se estrena en 200 cines la película de Luis Mandoki sobre el fraude y, tres días más tarde, el 18, el Zócalo con AMLO, no lo descarte, romperá con el PRD… tal vez.

 
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