Usted está aquí: miércoles 10 de octubre de 2007 Cultura La Habana: desafortunada exposición mexicana

Teresa del Conde

La Habana: desafortunada exposición mexicana

Entre el 12 y el 16 del pasado septiembre, la Casa de las Américas de La Habana, Cuba, organizó unas jornadas académicas que tuvieron como motivo central las conmemoraciones del centenario de los artistas mexicanos Frida Kahlo (1907-1954) y los 50 años del fallecimiento de Diego Rivera (1886-1957).

Como invitados de honor estuvieron dos de los llamados Fridos, Arturo El Güero Estrada, quien por muchos años fue director de La Esmeralda, y Arturo García Bustos, además de la pintora Rina Lazo, discípula y ayudante de Rivera.

Entre los tres armaron un panel tipo panegírico principalmente en torno a su maestra (a quien idolatran), si bien Rina Lazo se refirió a Diego Rivera, pues fue su ayudante en la ejecución del mural titulado Sueño de una tarde dominical en la Alameda, que ostenta su firma adjunta a la del muralista.

Las conferencias inaugurales estuvieron a cargo, respectivamente, de la afamada crítica de arte cubana Adelaida de Juan, y de quien esto escribe, acarreando inusitada asistencia de público.

Pero lo que llamó más mi atención en días ulteriores fue la participación –con ponencias bien urdidas– de jóvenes recién tituladas en la Universidad de La Habana.

El punto débil del coloquio fue la esperada exposición Una cinta que envuelve una bomba, coordinada por el Salón de la Plástica Mexicana y apoyada por la Secretaría de Relaciones Exteriores.

La visión de la muestra refrenda la falta de fuero que priva desde hace tiempo en el salón, lo que redundó en decepción honda por parte de los cubanos, pues en el recinto de Casa de las Américas se han exhibido muestras de primera línea. Faltaron perspicacia y trabajo curatorial en la selección realizada.

No sólo me refiero al hecho de que un porcentaje considerable de obras es mediocre, sino también a que tratándose de una muestra temática en torno a Frida Kahlo, se adhirieran piezas que nada tenían que ver con ese asunto, pero que tampoco mostraban algo relevante en otros sentidos, como pudieran ser innovaciones técnicas, o incursiones conceptuales que pudieran anexarse al tema.

A nadie se le ocurrió, por ejemplo, simplemente ofrecer la bomba amarrada con un listón ni recrear en grabado (con todo y que hay buenos grabadores entre los integrantes del Salón de la Plástica Mexicana) algún motivo fridesco de ésos que no se alcanzan a percibir de primer embite.

La selección, que parece haberse realizado sin discreción ni cuidado, incluye piezas muy antiguas (bienvenidas sin duda), como el óleo sobre el ángulo de la Casa Azul de García Bustos (1945) o el cuadro de Fanny Rabel de 1943.

El artista Nahum B. Zenil, quien no podía faltar, aportó uno de sus conocidos autorretratos en el que aparece vestido de marinerito, además de otro trabajo en el que Frida Kahlo luce como su madre; ambas piezas son de 2004, lo que indica que sí se hizo alguna pesquisa para rescatar obras ya existentes, pero al parecer no hubo ni el tiempo ni el empeño suficientes, porque existen centenares de obras fridomaniacas o caricaturescas de buen nivel, que pudieron haber comparecido.

Ignoro si –por ejemplo– trabajos de artistas como Georgina Quintana o Magali Lara quedaron fuera de posibilidad, debido a que ellas no pertenecen ni pertenecieron al Salón de la Plástica Mexicana.

Si se trataba de una muestra que iba a viajar a la capital cubana, la moción de armar una selección debió llevarse a cabo por un curador –pienso por ejemplo en Tomás Parra–, pues precisamente porque fue disidente fundamental del salón hubiera procedido con rigor, cuantimás que en muchos casos la oferta se integró de obras elaboradas ex profeso por sus creadores.

Entre éstas, la mayoría de obra es pésima, de modo que las que son de excepción se pierden ante la imponente mediocridad que las rodea.

Por eso quiero destacar aquí una buena pieza: la de María Antonia Reyes, quien tomó como eje una de las fotografías de Nick Muray y sobre ella dibujó motivos iconográficos con gran minucia, glosando en proporciones diminutas varios cuadros: desde Mi nana y yo o La columna rota, hasta el inconcluso retrato de José Stalin que se encuentra exhibido en caballete en la propia Casa Azul, en Coyoacán.

Igual, aunque en otro sentido, resulta grato el cuadro de Elena Tolmac, realizado en 2006, y el dibujo titulado Alas para volar, de Javier Padilla, dotado de una cierta dosis de humor.

También se salvan Froylán Ruiz y Herlinda Sánchez Laurel, junto con Helen Bickham, pero la verdad sea dicha no hay mucho más que resulte mencionable, salvo quizá la “vitrografía” de Antonio Díaz Cortés y, por supuesto, las conocidas fotografías de Héctor García.

La cosa es que por ósmosis asumí una vergüenza que no me es imputable, salvo por el hecho de haber estado allí.

Una opción plausible pudo ser la siguiente: ya que los fridos fueron invitados de honor a La Habana, aunque no todos pudieron ir, ¿por qué no haber pensado en una exposición integrada por ellos mismos y sus colegas de generación, también inscritos con la maestra Frida? Ya ni llorar es bueno.

Ojalá la muestra no itinere en otras instancias.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.