9 de octubre de 2007     Número 1

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


HACIENDO MILPA

"Sin maíz no hay país"

Pelar Mazorca

Cristina Barros


Terreno fertil / Autor: Jonathan H. Cruz
Foto: Ana Gómez / Faro de Oriente / 2007

Desde el mes de junio estamos de fiesta, pues entonces inició en la ciudad de México la Campaña Nacional en Defensa de la Soberanía Alimentaria y la Reactivación del Campo Mexicano, Sin maíz no hay país. ¡Pon a México en tu boca! Nos reunió el amor por la tierra, por el campo, por el maíz, por lo nuestro. Los elotes abiertos como flores en la ofrenda, mostraron suaves tonalidades del blanco al negro, del rosa al violeta.

Nuestros antepasados lograron esta planta tras milenios de cuidado paciente; transmitieron sus conocimientos de padres a hijos por generaciones y lograron este prodigio que asombra a los botánicos actuales. Se trata de un trabajo ininterrumpido que se renueva en cada cosecha.

El paisaje está cubierto por la milpa; las plantas erectas de maíz muestran al sol su espiga dorada; el viento provoca música entre las hojas. En muchos lugares de México está espigando la milpa, “güereando”, dicen los campesinos; en algunos lugares los elotes estarán pronto listos para comerse. Nuestros campesinos han desarrollado maíces de ciclo corto, medio, largo, que se adaptan a los distintos climas, aprovechan las lluvias o esquivan las heladas.

Mesoamérica fue uno de los centros de irradiación de la agricultura y por tanto de un poderoso tronco cultural. El cereal que lo identifica es el maíz. Se trata de un grano rico en proteínas, en vitaminas, en minerales. Hecho nixtamal a partir de una técnica generada también por los antiguos mexicanos, aumenta sus propiedades alimenticias, pues al hervir con la cal se libera la niacina y se enriquece con calcio.

“Pelar la mazorca” se dice popularmente cuando alguien sonríe de forma abierta, porque al hacerlo, los mexicanos, sobre todo los de antes, muestran unos dientes blancos, sanos, relucientes como granos de maíz.


Esperando el porvenir / Autor: Jonathan H. Cruz
Foto: Ana Gómez / Faro de Oriente / 2007

No sólo por eso nos identificamos con el maíz; dice el Popol Vuh que de maíz fue hecho el hombre, y la mujer, desde luego. Somos gente de maíz. Esto debe enorgullecernos, como deben enorgullecernos nuestras raíces. Un pueblo sin identidad es como hoja al viento, no lleva rumbo ni tiene reposo.

Pero, cosas de la vida, hoy tenemos que unirnos para defender lo que es fundamental: la salud de la tierra que nos alimenta, el cuidado de sus ríos, mares, bosques, desiertos, lagos, porque sin ellos no hay futuro posible. Además nos ha reunido la necesidad de defender a quienes por siglos han cuidado estos paisajes y nos han dado de comer.

Y también al maíz. No por mero romanticismo, por cierto, sino porque la inteligencia, el instinto vital, nos permite darnos cuenta que igual que en Oriente protegen al arroz o en Europa al trigo, tenemos que preservar al maíz como base y sustento. No hay gobierno que se precie de ser un buen conductor de su pueblo, que ponga en riesgo la alimentación de los suyos. Las más graves crisis de la historia surgieron con las sequías y el desabasto que produjeron hambrunas.

Sin embargo, algunos parecen no entenderlo; han optado por dar la espalda a los suyos y ponerse del lado de quienes acaparan o buscan de manera perversa infectar las más de 40 razas de maíz con todas sus variedades, con polen o con semillas que provienen de maíces que en nada nos son útiles, que surgieron a partir de una tecnología primitiva, pero que se ofrece como solución convenciendo a incautos, ignorantes o deshonestos que cambian, como en tiempos pasados, oro (maíces criollos), por cuentas de vidrio (maíces transgénicos). Buscan privatizar nuestro patrimonio.

Por fortuna, a lo largo y ancho de este territorio hay millones de personas conscientes que conocen el valor de su cultura, que ven hacia las generaciones por venir y saben que salvar al maíz es preservar su futuro.

Queremos entonces ver a los hombres de nuevo en los campos de su tierra, no en las tierras de otros, heredando de sus padres saberes y estrategias; a las mujeres desgranando y eligiendo las semillas, y a los hijos rodeándolas y aprendiendo como jugando entre silencios, pláticas y risas. Los que pactaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) a contrapelo de su pueblo y con engaños, hoy quedan al descubierto, basta saber que entre 200 mil y 300 mil personas dejan de sembrar en el campo anualmente para ir a buscar fortuna más allá de la frontera, para saber que no se cumplieron sus promesas de bienestar y progreso. Estamos en campaña para obligarlos a dar marcha atrás.

Qué podemos hacer: lo que hasta aquí se ha dicho: sacar el maíz y frijol del TLCAN respaldados con al menos un millón de firmas; negarnos a que se siembren maíces genéticamente modificados con tecnologías poco probadas, primitivas y dañinas, buscar que la cultura del maíz se inscriba en la Lista de Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad y, sobre todo, dar a conocer a nuestros hijos, vecinos, compañeros de trabajo, amigos, todas las bondades que representa el maíz. Se ama y cuida lo que se conoce.

La presencia de Marcelo Ebrard y de representantes de los diversos sectores del Gobierno del Distrito Federal en la ceremonia de inicio de la campaña, muestra que la ciudad renueva su vocación de ser la capital del país, el lugar a donde confluyen todos los rincones de la Patria y que a todos acoge. Esta campaña surge porque en todas partes, desde los cuatro rumbos llegan las voces que reclaman volver los ojos al campo, valorar a nuestros campesinos y defender al maíz, nuestro ser, nuestro alimento.


Popol Vuh
(Anónimo, siglo XV)

Cómo fue creado el hombre

Habiéndose acercado ya el tiempo de la creación del hombre, buscaron los señores Tepeu y Cucumatz algo para poner en lugar de la carne del hombre(…) Cuatro animales manifestaron las mazorcas de maíz amarillas y blancas y, enseñando el camino de Pampaxila, fue hallado el maíz, y de esto fue hecha la carne del hombre y su sangre, cuando fue formado. Mucho se alegraron de haber hallado una tierra tan hermosa y abundante: toda está llena de dulzura, mucho maíz blanco y amarillo(…) Y, tomando nuestra abuela Xmucane de aqueste maíz blanco y amarillo, hizo comida y bebida de que salió la carne y la gordura y de esto formó el señor Tepeu Cucumatz a nuestros primeros padres y madres, y de aquesta comida fueron hechos sus brazos y sus pies.


Leyenda de los soles

Entonces bajaron los tlaloques,
Los tlaloques azules,
los tlaloques blancos,
los tlaloques amarillos,
los tlaloques rojos,
Nanáhuatl lanzó en seguida un rayo,
entonces tuvo lugar el robo
de maíz, nuestro sustento,
por parte de los tlaloques.
El maíz blanco, el oscuro, el amarillo,
el maíz rojo, los frijoles,
la chía, los bledos(…)
nuestro sustento,
fueron robados para nosotros.


Los problemas y secretos maravillosos de los indios


Bellas Artes / Autor: Jonathan H. Cruz
Foto: Ana Gómez / Faro de Oriente / 2007

Juan Cárdenas, 1591

El maíz es una de las semillas que con mayor título deben ser estimadas en el mundo, y esto por muchas razones y causas; la primera por su generosidad, por ser como es una semilla que en tierra fría, caliente, en seca, en húmeda, en montes, en llanos, en invierno, en verano, de riego y de temporal se coge, cultiva y beneficia(…); lo segundo es por su abundancia, que es como decir que de una hanega se cogen ciento, y doscientos(…); lo tercero por la facilidad y presteza con que se amasa y sazona(…); lo cuarto por la brevedad(…); lo quinto: se puede preciar que ninguna parte tiene toda la planta que no sea de grandísimo provecho(…); lo sexto: se aventaja el maíz sobre todas las semillas, en las muchas y varias cosas que de él se hacen y componen.

 


No está el maíz para esquites

  • Las cuatro plagas que azotan la milpa

Armando Bartra


A donde voy / Autor: Jonathan H. Cruz
Foto: Ana Gómez / Faro de Oriente / 2007

Contigo la milpa es rancho y el atole champurrado. Más que hombres de maíz, los mexicanos somos gente de milpa. Es la nuestra una cultura ancestral sustentada en la domesticación de diversas plantas como maíz, frijol, chile y calabaza que se siembran entreveradas en parcelas con cercos de magueyes o nopales, donde a veces también crecen ciruelos, guayabos o capulines silvestres y donde se recogen quelites. Milpa que junto con las huertas de hortalizas y de frutales, con los animales de traspatio y con la caza, la pesca y la recolección, sustentan la buena vida campesina. Los mexicanos no sembramos maíz, “hacemos milpa”, con toda la polifonía que esto significa. Y la milpa –sus dones y sudores– es el origen de nuestra cultura. No sólo de la rural, también de la urbana, que los pueblos son lo que cosechan pero también lo que comen y lo que beben, lo que cantan y lo que bailan, lo que lamentan y lo que celebran.

Pero no hay milpa sin huitlacoches, y últimamente el sustento histórico de nuestra identidad está en grave riesgo. Cuatro son los demonios que acechan al maíz campesino: el primero es trasnacional, el segundo es del país aunque no lo parece, el tercero se oculta en las semillas y el cuarto –el más peligroso– amenaza la milpa desde dentro.

No me suene el máiz, que no soy su gallina. Al demonio trasnacional lo invocaron los gobiernos del PRI y del PAN que en nombre de las “ventajas comparativas” renunciaron a nuestra soberanía alimentaria y laboral alegando que es más rentable importar comida y exportar mexicanos que apoyar a los campesinos. Ésta es la causa de que hoy una cuarta parte de nuestros alimentos la tengamos que comprar en Estados Unidos y cada año medio millón de compatriotas se vaya al gabacho. Porque cuando hay excedentes internacionales los gringos nos inundan de maíz subsidiado que arruina a nuestros campesinos, mientras que cuando hay escasez –porque ahora el grano también se emplea en producir combustible– tenemos que importarlo aunque salga caro y se arruinen los consumidores.

Ni máiz, paloma. El demonio nacional son los maizales superintensivos del noroeste: que producen con riego, maquinaria, semillas mejoradas, fertilizantes, herbicidas y pesticidas; que dependen de las trasnacionales para los insumos y para la comercialización de sus cosechas; que siendo de los ricos acaparan subsidios públicos, y que le endosan los costos ambientales a las futuras generaciones. En los años recientes, mientras que la descobijada producción campesina de maíz se estancaba, el agronegocio maicero iba de gane, y hoy cerca de 30 por ciento del maíz blanco que consumimos proviene del enclave de las trasnacionales que es Sinaloa. Y esto es muy peligroso, pues el día en que los agroempresarios del noroeste decidan que les conviene más entrar en la cadena del etanol y producir granos para alimentar coches, no va a alcanzar el maíz blanco para alimentar a los mexicanos.

Nos cayó el chahuistle. El demonio transgénico es maíz injertado con genes de otros seres vivos, que nos llega sobre todo con el grano forrajero que importamos de Estados Unidos. Es ésta una tecnología de impactos poco estudiados y difíciles de controlar, pues la polinización esparce sus efectos y en la de malas la “contaminación” –que ya se comprobó en Oaxaca, Puebla y el Distrito Federal– puede erosionar el germoplasma que hace de nuestro país cuna y reservorio de la planta que domesticaron nuestros ancestros y que hoy cuenta con cientos de variedades adaptadas a todos los climas y a los más diversos usos.

¡Ah que jijos del máiz prieto! Si el maíz tiene su demonio en las semillas, el maicero tiene el suyo en el llamado “paquete tecnológico”: un conjunto de prácticas y agroquímicos que carcomen desde dentro el ancestral modelo milpero. Porque antes el agricultor seleccionaba sus semillas de entre las que había cosechado y procuraba restituirle al suelo los nutrientes, mientras que ahora depende cada vez más de semillas de marca, fertilizantes químicos, herbicidas y pesticidas. Un modo de trabajar que comenzó a imponerse hace medio siglo, que crea dependencia y que no es fácil de erradicar, pues para desengancharse de los agrotóxicos el campesino necesita fuerza de voluntad y fuerza de trabajo. Y si la primera a veces existe, la segunda ralea debido a que la migración está dejando el campo sin jóvenes, de modo que resulta más fácil cultivar con insumos comprados con el dinero de las remesas que meterle a la milpa un trabajo cada día más escaso y caro.

No l´aunque que duerman alto, echándoles su máiz se apean. La milpa y con ella los campesinos, el agro y el país están amenazados desde fuera y desde dentro. Y el riesgo lo abarca todo, porque el campo no es –como dicen los tecnócratas– un sector irrelevante, dado que aporta menos de cuatro de cada cien pesos que produce nuestra economía. Al contrario, nuestro campo es polífónico y multifuncional como ningún otro ámbito de la nación. El campo y los campesinos producen alimentos, ingresos y empleos; producen cohesión comunitaria, paz social y gobernabilidad política; producen aire puro, agua limpia, suelo fértil, diversidad biológica y paisajes amables; producen la riqueza de la biosfera que ayuda a moderar las variaciones del clima; producen la cultura que nos da identidad. Y el campo mexicano, que es múltiple y diverso, tiene su emblema en los mil rostros de la milpa. Defender la milpa contra los demonios que la atosigan es tarea de todos: de los rurales y de los urbanos, de los que trabajan en el campo pero también de los que comemos del campo(…) y el que siembre su maíz que se coma su pinole y el que no, no.
Profesor-Investigador, UAM-Xochimilco [email protected]


De pejes, poetas y maestros de civismo

En el primer aniversario del infausto 2 de julio de 2006, Andrés Manuel López Obrador dijo en el Zócalo: “Me uno al llamado ciudadano de la Campaña Nacional por la Soberanía Alimentaria y la Reactivación del Campo(…) Estoy convencido de que para proteger a México hay que defender al campo, a los campesinos, a los indígenas. ¡Que coman quienes nos dan de comer!” Lo que no dijo ahí es que esa consigna se la transmitió su maestro de civismo, quien a su vez la leyó durante una conmemoración del Día del Trabajo en Villahermosa, Tabasco, en la cartulina que llevaba uno de los participantes. El manifestante era el poeta Carlos Pellicer.