9 de octubre de 2007     Número 1

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


Segundo Tiempo


Encuentro / Autor: Jonathan H. Cruz
Foto: Ana Gómez / Faro de Oriente / 2007

En 1992 nuestro diario comenzó a publicar un suplemento sobre asuntos rurales que se mantuvo hasta 2000. Tres lustros después de su aparición La Jornada del Campo cabalga de nuevo. Y es que en 15 años el agro mexicano cambió, pero la necesidad de abrirle mayores espacios en los medios de comunicación es ahora mayor que entonces. Porque el desastre rural se ha profundizado y si no hacemos algo pronto ya no tendrá compostura, pero también porque hay en el campo experiencias luminosas y promisorias que vale la pena conocer.

A principios de los años noventa los teólogos del neoliberalismo concluyeron que sobraban campesinos, y enarbolando la espada del libre comercio y la cruz de las ventajas comparativas emprendieron una cruzada para expulsar a los indeseables: la reforma del artículo 27 de la Constitución, la firma del TLCAN y el abandono de las políticas de regulación y fomento agropecuarios desfondaron la nave rural; naufragio cuyos saldos mayores son dependencia alimentaria y éxodo campesino; los inventores de la milpa todos los años importamos de Estados Unidos 10 millones de toneladas de maíz y exportamos al gabacho medio millón de mexicanos(…) muchos de ellos maiceros arruinados por esas mismas importaciones.

Y desde entonces La Jornada del Campo documentó la ira del México profundo: en 1993 cien tractores tomaban el centro de Guadalajara, nacía El Barzón evidenciando la ruina de agricultores antes prósperos; al año siguiente miles de indígenas salidos de la noche tomaban San Cristóbal, nacía el EZLN reivindicando a los más pobres; en unos cuantos meses confluían botas y guaraches rebeldes, trilladoras y coas insumisas, el sur indio y el norte mestizo.

En los tres lustros trascurridos desde el alumbramiento de La Jornada del Campo el fundamentalismo neoliberal hundió al agro: su aportación relativa a la producción se contrajo en 50% y hoy es de apenas 3.4 pesos de cada cien; salvo excepción, las importaciones agropecuarias han sido mayores que las exportaciones; la migración campesina a las ciudades y a Estados Unidos es imparable y si la propiedad social de la tierra se mantuvo, se incrementó la renta y venta informal de parcelas ejidales y comunales; en 15 años la contribución de las actividades agrícolas al ingreso de las familias rurales se redujo en 60% mientras que entre los más pobres aumentaba la dependencia respecto de los recursos públicos y las remesas; los contrastes rurales son hoy mayores que en el pasado, y al tiempo que el noroeste se capitaliza el sureste se rezaga.

Para los tecnócratas el menguante agro cuenta cada vez menos, pero paradójicamente los mexicanos del común vamos apreciando su real importancia. Porque influye poco en las cuentas nacionales, pero nos da de comer y es base de nuestra soberanía alimentaria; porque uno de cada tres mexicanos sigue viviendo en poblaciones rurales y uno de cada seis se desempeña en labores agropecuarias o forestales, de cuya persistencia depende en parte nuestra soberanía laboral; porque de ahí nos llegan cosechas pero también aire puro, agua limpia, tierra fértil, climas moderados, diversidad biológica y paisajes amables, de modo que el campo es clave de nuestra sustentabilidad ambiental; porque las comunidades agrarias son fuente de cultura y matriz de identidad; porque de la salud del tejido social rural depende la gobernabilidad democrática y la posibilidad de recuperar el país de manos de la delincuencia organizada. Porque es economía pero también naturaleza, territorio y cultura, socialidad y gobernanza, pasado y futuro, el campo es asunto de todos. Y porque es asunto de todos hoy retomamos La Jornada del Campo.

Nuestra irredenta adicción rural no es debilidad por lo exótico ni moda retro. Pueden gustarnos los corridos y dichos rancheros –como nos gusta la música de Agustín Lara y los modos de las rumberas– pero los campesinos que nos ocupan son nuestros rigurosos contemporáneos: como siempre bolseados, pero globales como nunca; apegados al terruño, pero más viajados que usted y yo; celosos de sus saberes ancestrales, pero tecnológicamente alternativos; preservadores de la tradición, pero socialmente experimentales; remontados en el cerro, pero conectados a la web. Los campesinos de por acá son profundos sin dejar de ser imaginarios; son –como todos los mexicanos– jijos del máiz y entenados de Pedro Páramo.