9 de octubre de 2007     Número 1

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada


Tiempos de encrucijada 

¿Cómo contribuye la agricultura a la crisis ambiental?

Víctor M. Toledo

“La Tierra comenzó sin nosotros y terminará sin nosotros”, esta frase lapidaria y terrible, dicha sin rubor por el célebre antropólogo francés Claude Levi-Strauss, se puede cuestionar, debatir o comentar, pero lo que ya no se puede hacer es ignorarla o soslayarla. Los innumerables impactos provocados por la civilización industrial al delicado equilibrio ecológico del planeta, cuya expresión más preocupante es el calentamiento global, han resultado mucho más peligrosos de lo que se había supuesto o especulado. Hoy se viven ya tiempos cruciales, pues es necesario tomar medidas radicales y urgentes que eviten la inminencia de un colapso ecológico en las próximas décadas. Las llamadas de atención han sido las innumerables calamidades climáticas, biológicas, alimentarias, sanitarias y sociales de la década pasada.

El futuro cercano turba ya los sueños de las mentes más lúcidas, de los habitantes más conscientes del planeta, y al mismo tiempo obliga a realizar un replanteamiento de una profundidad y una radicalidad inesperadas. En los meses recientes, además de reportes de carácter científico, han aparecido significativas voces de alarma y acciones que llaman la atención sobre la posibilidad de una catástrofe global en corto plazo: el documental de Al Gore, La verdad incómoda, sobre el cambio climático; el Informe Stern preparado para el primer ministro inglés; la significativa frase con la que Fidel Castro terminó su última carta pública de 2006 (“tenemos el deber de salvar a nuestra especie”); el cuarto informe del Panel Internacional sobre el Cambio Climático preparado por 600 científicos de 40 países (febrero del 2007), y especialmente la obra más reciente del científico James Lovelock, La venganza de Gaia (2006).

Y sin embargo, los responsables no son todos los seres humanos, pues la crisis ecológica global es fundamentalmente una crisis desatada por la civilización industrial y más específicamente por el capitalismo. Aún más, conforme el tiempo pasa se hace evidente que la causa final de la crisis planetaria se origina en la racionalidad que funda el capital a partir de su diabólica maquinaria acumuladora. No es casual que mientras la crisis avanza se documentan las máximas ganancias de toda la historia del capitalismo, puesto en evidencia por los datos del Índice Dow Jones, la lista de los 946 millonarios reportados por Forbes y los informes financieros de las mayores corporaciones. La responsabilidad de la crisis debe entonces ser matizada no sólo entre sectores sociales o espaciales, sino especialmente en función de las lógicas para producir, circular, transformar, consumir y reciclar los bienes y servicios que provienen de la naturaleza. ¿Qué papel juegan en este contexto las áreas rurales?

En los campos, como en los mares, los seres humanos realizan la apropiación del universo natural, primer acto del metabolismo entre la sociedad y la naturaleza: agricultura, ganadería, pesca, caza, recolección, extracción, forestería, acuacultura. Como sucede en el resto de los ámbitos de la vida humana, la historia reciente de las áreas rurales es la historia del conflicto entre las fuerzas dominantes del capital y las fuerzas de resistencia representadas por las formas tradicionales, campesinas o premodernas. En el contexto mundial, 2 mil 600 millones de seres humanos se dedicaban todavía en 2004 a laborar la naturaleza (datos de la FAO) representando 40% de la población total. De esa cifra, que abarca en sentido estricto a la población rural del mundo, entre 60% y 80% son pequeños productores que utilizan métodos tradicionales y fuentes de energía solar, animal y humana, el resto son productores modernos o semi modernos. 

Las contribuciones rurales a la crisis ecológica del planeta surgen fundamentalmente de la expansión de las formas modernas, especializadas, de producción agroindustrial, en la que enormes espacios y territorios quedan convertidos en “pisos de fábrica”para la implantación de monocultivos agrícolas y ganaderos y modos forestales y pesqueros basados en el aprovechamiento de una o unas pocas especies. Por ejemplo, cuando se revisan los orígenes de los gases de efecto invernadero que están provocando el calentamiento del planeta, las áreas rurales contribuyen con un nada desdeñable 31% proveniente de los campos agrícolas y los pastizales ganaderos (13.5%) y la deforestación en las regiones tropicales (18.2%); el resto proviene del transporte (13.5%), la energía utilizada en las casas urbanas (24.5%), la industria (17%) y otros. La responsabilidad rural se amplifica si se consideran los gastos energéticos de los sistemas agroindustriales, pues éstos trabajan a partir de máquinas movidas por petróleo y gas y requieren para su rentabilidad económica de grandes explotaciones o propiedades.

Las reses a su vez eructan metano, más dañino aún para la atmósfera que el bióxido de carbono. Hoy existen en el planeta mil 500 millones de reses, una por cada cuatro humanos. La expansión de la ganadería vacuna ha sido, además, la causa principal de la destrucción de millones de hectáreas de selvas y otros ecosistemas tropicales. No son pues los modos milenarios, tradicionales, de uso de la naturaleza los agentes primordiales de la debacle ecológica, sino las formas agro-industriales que buscan la generación masiva de mercancías (agronegocios), aunque en ciertas condiciones (como la presión demográfica) los sistemas tradicionales se pueden volver depredadores. Basados en una estrategia de uso diversificado y de pequeña escala donde la agricultura, la ganadería y el aprovechamiento forestal coexisten en mosaicos de paisajes y donde las fuentes de energía son la solar (directa e indirecta), el músculo animal y la fuerza de trabajo del productor, los sistemas tradicionales o campesinos son el mejor punto de partida para crear sistemas sustentables de producción tales como la agricultura orgánica, la ganadería holística, la pesca responsable y la producción forestal ecológicamente certificada.

Investigador del Instituto de Ecología [email protected]