Usted está aquí: domingo 14 de octubre de 2007 Política A la mitad del foro

A la mitad del foro

León García Soler

El becerro de oro

Con las calles del centro de la capital vacías habrá ocasión de ver las fuentes y estatuas de la que fuera Ciudad de los palacios. El Caballito, por ejemplo, la estatua ecuestre de Carlos IV que del Zócalo pasó a Bucareli y ahora está frente al Palacio de Minería, también obra de Manuel Tolsá. No habrá, en cambio, ocasión de gozar del buen ojo anatómico de las jóvenes jarochas, si llega a develarse en Boca del Río la flamante estatua de Vicente Fox.

No será monumento ecuestre el del ranchero avaquerado, criatura de asesores de campaña en el tan distante e hilarante año 2000. Dice el panista de la alcaldada que el libertador estará en absoluta soledad con la vista al mar y los pensamientos en la inmortalidad del cangrejo. Solo, según la vergonzosa aclaración de quienes pretenden rendirle homenaje y empiezan por agraviar a Marta, su esposa, su alter ego, su sombra; motivo de la voluntad del Macabeo abajeño de convertirse en pararrayos. Mal andan los alternantes en eso de la estatuaria. Los del PNR-PRM-PRI resistieron la tentación de glorificar en vida a los del cesarismo sexenal, dueños de la expectativa que era y es unto del sistema.

Pudo ser el ejemplo de Porfirio Díaz, el llorón de Icamole que tuvo el notable acierto de llenar el país con monumentos a Benito Juárez, contra el que se había levantado en armas al grito de No Reelección. “La Revolución es la Revolución”, dijo Luis Cabrera, pero no levantaron estatuas en vida de los que salvaron al país de sus salvadores. A Obregón le hicieron su monumento en el sitio mismo donde lo asesinaron los de la mochería ignorante y despistada. Venustiano Carranza fue faro en Veracruz, muchos años después de Tlaxcalantongo. De Emiliano Zapata, ni hablar. Y de Pancho Villa se hizo estatua en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz.

Pero hablamos de estatuas en vida, de la vocación servil de “inmortalizar” en mármol, en bronce, la efigie del poderoso en turno. Habrá quien vea en la larga espera del PAN motivo de la prisa por dejar su impronta en la estatuaria nacional. En cuanto desapareció el partido hegemónico, levantaron la estatua del Maquío rampante a la vera de la avenida de Los Insurgentes. Y un aberrante alcalde potosino decidió quitarle a una avenida el nombre de Jesús Silva Herzog para ponerle el de Salvador Nava, profeta de la democracia por decreto de Carlos Salinas. Pero no es mal de impaciencia.

Los del primer relevo generacional levantaron gigantesco monumento en piedra con la efigie de Miguel Alemán, frente a la Torre de la Rectoría de Ciudad Universitaria. En el campus recién galardonado de la UNAM, incluida entre las mejores 100 universidades de la Tierra, la mejor del mundo iberoamericano. El humor negro de la guerra fría vio en la estatua “el rostro de José Stalin.” Pero la rebeldía que se había manifestado con el desmantelamiento de arcos triunfales reeleccionistas, movió a los radicales a derribar el presuntuoso monumento. Aunque Ciudad Universitaria fuera obra de Alemán y los universitarios que llegaron con él al poder. Finalmente la dinamitaron. Y las autoridades tuvieron el tino de remover escombros y no llamar a otro escultor.

Con el presidencialismo ilustrado florecieron los elogios palaciegos a la vanidad de José López Portillo. Y, desde luego, las estatuas en vida. Bob de la Madrid mandó hacer un monumento al charro en Tijuana. El charro en cuestión era José López Portillo. Para no andarse por las ramas, uno a quien le dijo: tú serás gobernador de Campeche, expresó la gratitud a la voluntad incontestada de quien llegaría a decir de sí mismo: “Yo fui el último presidente de la Revolución”, levantándole una estatua de pie, con la vista al mar; manes de Quetzalcóatl. La estatua en cuestión fue removida, sin revolución de por medio. En silencio, al amparo de la noche, pero con ecos de vergüenza y premoniciones de las actitudes vergonzantes que se multiplicarían al desmoronarse el priato tardío.

Antes de la caída, adornaron los jardines de Los Pinos con estatuas de quienes habían sido inquilinos de la vieja Hacienda de la Hormiga. Todos, incluidos Ernesto Zedillo y Vicente Fox, el del desprecio por el Estado laico y la ignorancia supina. La oferta demagógica de abrir Los Pinos como extensión del Bosque de Chapultepec, quedó en tours guiados por jovencitas que mostraban las cabañitas y el despacho presidencial. Y las estatuas: “Éste es Adolfo López Mateos, quien todas las mañanas preguntaba: ¿qué me toca hoy, viaje o vieja?” Con esa estulticia sin límites se ofrecía a los visitantes una visión “histórica” de la residencia presidencial.

Mal signo el de la estatua de Vicente Fox en Boca del Río. Fidel Herrera Beltrán contuvo la indignación retórica y advirtió con firmeza que se trata de una provocación. Veracruz está bajo el agua y a pesar de la electrificación de cientos de comunidades rurales (anunciada en visita del presidente Felipe Calderón y de Alfredo Elías, director de la CFE), la naturaleza ha golpeado como siempre a los más pobres. Y en estos días de miserias expuestas entre los millones de mexicanos que se acuestan y se levantan con hambre, Vicente Fox decidió mostrar la ostentación oprobiosa de su rancho: residencias, albercas, plantíos, lagunas, semovientes y vehículos que, desparpajadamente afirma, no son de su propiedad.

En Villahermosa se reunió Felipe Calderón con los gobernadores del sur y sureste. Ninguno es del PAN. Andrés Granier de Tabasco, Fidel Herrera de Veracruz, Juan Sabines de Chiapas, Mario Marín de Puebla, Jorge Carlos Hurtado de Campeche, Ivonne Ortega de Yucatán, Félix González Canto de Quintana Roo, Zeferino Torreblanca de Guerrero y Ulises Ruiz de Oaxaca. El PRI gana todas las elecciones locales. Contra viento y marea, Ulises Ruiz repitió en las municipales la mayoría alcanzada en las de diputados. La capacidad de construir y respetar acuerdos pone a prueba la consolidación de la pluralidad y del federalismo; el de gobernadores asentados en espacios de poder real. Y paradójicamente, pudiera ser vacuna contra la tentación golpista del cinismo democratizante: Lo que resiste apoya, decía el clásico.

La estatua de Boca del Río es una provocación. Como la campaña de Manuel Espino para llevar a Fox a la copresidencia de la democracia cristiana internacional. El ágrafo Vicente Fox resultó coautor de su autobiografía. Las entrevistas en la televisión del vecino país del norte no tienen desperdicio. Hombre sin atributos, lo mismo se presenta como crítico de George W. Bush que se declara admirador de los USA y reivindica su origen estadunidense: de ahí vengo, eso soy; mi abuelo cabalgó desde Cincinatti hasta Guanajuato “en busca de su american dream”.

Y todavía hay quienes expresan admiración por la forma en que Vicente Fox “defiende” a México frente a neoconservadores, o estultos xenófobos como un afamado conductor de la cadena Fox. Por lo visto, hay quienes están dispuestos a ser engañados todo el tiempo. El resonar del Yunque pareciera llamar hoy a la instauración de un minimato foxiano, fincado en el poder mediático y la tentación irresistible de magnificar el vacío de la verborrea: una revolución como la cristera, sin disparar un tiro y con los cardenales decididos a obtener cargos políticos y púlpitos electrónicos. Hay espacio para una réplica del becerro de oro.

 
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