Usted está aquí: martes 16 de octubre de 2007 Cultura Sorpresiva exposición

Teresa del Conde

Sorpresiva exposición

Hay ocasiones –como la comentada en mi artículo anterior– en que se sufren decepciones al enfrentar exposiciones. La contrapartida, aunque no es frecuente, se da cuando acontece lo contrario y estas líneas dan cuenta de ello.

Rafael Rabec es ingeniero civil egresado de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México. Si se hubiera definido desde sus inicios como artista plástico, se encontraría entre aquellos que Margarita Nelken reseñaba en sus artículos del Excélsior o también entre aquellos que Schifra Goldman reunió bajo tónica neoexpresionista en su libro Mexican Art in a Time of Change, cuyo meollo se integra con quienes algo tuvieron que ver con Nueva Presencia, corriente neofigurativa capitaneada por Arnold Belkin y opuesta, aunque simultánea, a la que ejemplificaron los principales representantes de la Ruptura.

Este expositor tiene en su haber el diseño y construcción de varios bancos y edificios corporativos, así como su pertenencia a ICA (Ingenieros Civiles Asociados) en los momentos más exitosos de la empresa.

Adjunta al vestíbulo de la biblioteca Enrique Rivero Borrel hay una galería amplia y bien acondicionada que yo no conocía. La primera sorpresa que recibí al visitar la exposición Rafael Rabec: cuatro décadas de pasión por la pintura, fue ésa. La segunda consistió en que “la pasión” (desbordada, atípica y compulsiva) ha dado como resultado obras que –tengan o no carácter retro– dan cuenta de dominios muy especiales del diseño y de las técnicas pictóricas sumadas a un imaginario sesentero comprometido con cuestiones sociales, como el ejemplificado, sobre todo, por conducto de la Escuela Nacional de Artes Plásticas en esos años, aunque también mediante los múltiples salones de pintura, escultura y grabado del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA –incluido el de Aguascalientes–), verificados a lo largo de décadas.

El artista que comento está en esa tónica, pero supera a varios de los integrantes de tales salones o bienales porque practica métodos combinatorios. A eso suma buenas capacidades dibujísticas, audacia en el color, cuando se propone usarlo, y talento sui generis en el empleo de materiales de desecho (como espuma de poliestireno reciclada, producto de empaques).

Así confeccionó unos paneles que, superpuestos, integran un amplio mural tridimensional. Visualmente parece hecho en cerámica o con ladrillos cortados y perforados. La intención narrativa, que llevó al autor a relacionar estas arquitecturas con los manuscritos del mar Muerto, está más bien por el lado del Teatro del Absurdo que de los imaginados escenarios megalíticos, pero la visión de conjunto es muy efectiva, sobre todo si pensamos en su posible aplicación a escenografías teatrales.

En composiciones bidimensionales, casi monócromas, acusa además de horror vacui, otro tipo de horror, el de la destrucción planetaria, el de las masas en estado de indefección, el de las máscaras de la hipocresía de toda índole. Tiene además una serie sobre el terremoto del 19 de septiembre de 1985, bien urdida. Es decir, en varios momentos de una trayectoria que abarca 40 años, Rabec se ha puesto del lado del arte comprometido y es una pena que se haya encontrado prácticamente fuera del escenario artístico, porque de lo contrario tal vez los curadores de La era de la discrepancia lo hubiesen convocado a comparecer en la exposición del Museo Universitario de Ciencias y Arte.

Digo que ha estado fuera de “las jugadas”, pero en realidad, cuando ha incursionado, ha encontrado respuesta, como ocurrió en el Salón de Pintura de 1982 del INBA (donde obtuvo mención honorífica) o en la exposición itinerante, también de 1982, México y la muerte que se exhibió en Japón. Participó en 1986 de Espacios Alternativos que tuvo lugar en el Auditorio Nacional y la única vez que envió obra a la Bienal Tamayo, en 1994, fue seleccionado por jurado integrado por Gilberto Aceves Navarro, Rafael Cauduro, Mariana Frenk, Luis Carlos Emerich y Fernando de Szyszlo.

Empecé a ver su retrospectiva con desconfianza y acabó por atraparme la atención, porque significó el encuentro con algo inesperado, “un caso”, se diría. Distinto del que encarnaron artistas que –al descubrirse como tales– abandonaron sus anteriores profesiones, como ocurrió con Alfredo Castañeda y Antonio Luquín. Hasta hace muy poco, Rabec abandonó sus labores constructivas, pero a la vez dice pintar, dibujar, armar sus composiciones, sólo como una vía de afrontar sus fantasmas (vaya si los tiene). Entre sus pinturas hay una que se titula Yo muerto. Salvo en el aspecto simbólico, no se trata de un autorretrato identificable, o si lo es, resulta extremamente futurista, pues se representa convertido en momia.

La exposición conserva vigencia hasta principios de noviembre y ojalá esta nota sirva para que especialistas como los del Cenidiap la vean, porque aquí sí hay “guerra de imágenes”.

 
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