Usted está aquí: miércoles 17 de octubre de 2007 Opinión La vida como demolición

Arnoldo Kraus

La vida como demolición

Desde que leí uno de los últimos textos de F. Scott Fitzgerald, La fisura, he repetido, infinidad de veces, para mí y con mis amigos, las palabras con las que da inicio a sus reflexiones: “Toda vida es, desde luego, un proceso de demolición”. Para no enterrar al lector, y para incitarlo a no abandonar la lectura o tirar el libro, pocas líneas después escribe: “La marca de una inteligencia de primer plano es su capacidad para concentrarse en dos ideas contradictorias sin perder la posibilidad de funcionar. Por ejemplo, deberíamos poder comprender que las cosas carecen de esperanza, y no obstante estar resueltos a cambiarlas”. No hay duda de la sagacidad de Fitzgerald y de su deseo de detener la destrucción (su destrucción): al igual que en la vida, después de las páginas sobre la demolición, siguen las de la esperanza. Y es que ambas vivencias son interdependientes, tanto en la comunidad como en las personas. De una nace la otra y, con frecuencia, se retroalimentan. Las fracturas de la vida se sellan por medio de las ilusiones y por el abrigo que implica apearse a la esperanza.

En alguna ocasión he citado la primera idea de Fitzgerald y he resumido, con el afán de comprenderlo, una biografía mínima: escritor estadunidense muy apreciado que publicó varias novelas y relatos cortos donde se ocupó del jazz con singular maestría. Murió a los 46 años (1940) a consecuencia del alcoholismo y, quizás, por el sufrimiento que le produjo la enfermedad mental de su mujer, quien tuvo que ser confinada en un hospital siquiátrico el resto de su vida.

En otras ocasiones he reflexionado acerca de los vínculos que existen entre dolor y expresiones artísticas, así como entre sufrimiento y la imperiosa necesidad de algunos creadores de vaciarse para detener un poco la erosión –la demolición– que producen algunas enfermedades. Vaciar implica verter, sacar, exponer o explicar con detalle un saber o una doctrina. Cuando se crea a partir del dolor, algunos artistas “se vacían” para paliar sus males y para dar sentido a sus querellas; el resultado es, desde luego, arte. Arte, bueno o malo, no importa; lo que importa es el significado –esperanza en boca de Fitzgerald– para que la vida continúe. De esa forma se contiene un poco el proceso de demolición y se mitigan el hambre espiritual y las heridas de la vida.

Vaciarse, como método terapéutico, implica que la vida, la vida de todos, la de la calle, la de la sociedad, la de los amigos y la de la familia, se puede impregnar de la demolición del creador, proceso que permite entender, identificar y empalizar con los dolores de la persona afectada. Las vidas de los otros –plagio el título de la película que lleva el mismo nombre– se contagian, no porque el alcoholismo o las alteraciones mentales sean contagiosas per se, sino porque la convivencia con el sufrimiento de las personas enfermas marca el entorno y a los seres cercanos.

Sin embargo, como bien dice Fitzgerlad, aunque vivir duele, no todo es oscuro: a pesar de su sufrimiento, o quizás, más bien, por su sufrimiento, en sus cavilaciones incluye la palabra esperanza. Y la introduce para confrontar las destrucciones producidas por su alcoholismo. En ese sentido, y gracias a la sabiduría de los enfermos, es válido afirmar que aprender a vivir –y a vivirse–, y a curar –y a curarse–, implica que la demolición, a la que nos enfrentamos todos los días, se puede atemperar desde los múltiples significados de la palabra esperanza.

 
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