Usted está aquí: domingo 21 de octubre de 2007 Opinión Irresistible

Ángeles González Gamio

Irresistible

Ir a pasear por las calles del Centro Histórico –¡sin vendedores ambulantes!–, descubrir las edificaciones maravillosas que le merecieron la declaratoria de Patrimonio de la Humanidad que otorga la Unesco, conocer nuestra historia mediante los distintos estilos arquitectónicos representativos de las diferentes épocas, extasiarse con los palacios y emocionarse con las antiguas casas plenas de encanto, disfrutar los templos, las inumerables plazas, poder ver los aparadores de los comercios tradicionales y los del siglo XXI, acceder sin dificultad a sus cantinas, fondas y restaurantes, y descubrir vestigios de la ciudad prehispánica y virreinal en la traza de muchas de sus calles, como la de Perú, que muestra la forma ondulante que le marcaba el paso del agua cuando era una importante acequia, que desembocaba en el pequeño laguito que dio nombre a la Lagunilla, popular barrio que alberga el famoso mercado de chácharas de los domingos.

Hace tiempo hablamos en este espacio de un lugar, un templo podríamos decir, que se encuentra en esta calle, para los aficionados a la lucha libre: la Arena Coliseo.

Construida en los años 40 del pasado siglo, aún conserva su sabor y ambiente: pequeña, redonda, con las butacas que llegan prácticamente a unos pasos del cuadrilátero, lo que lleva a que continuamente los luchadores caigan a los pies de los espectadores de las primeras filas. Sea verdad o ficción, la lucha libre es un espectáculo catártico, que lleva las emociones al límite: carcajadas, gritos, palabrotas, abucheos y llanto, todo acompañado por las cornetas y tambores de las porras, el tema musical que acompaña la salida de los luchadores y la voz del elegante maestro de ceremonias, quien busca hacerse oír entre el bullicio.

Hace unos días fuimos nuevamente a gozar el popular espectáculo, en compañía de dos de los vecinos más comprometidos y entusiastas del Centro Histórico: Petra Fischer, dinámica alemana con alma mexicana, quien vive desde hace una década en un precioso departamento en la calle de Bolívar, con la vista de cúpulas, del domo de Bellas Artes y de la Torre Latinoamericana, desde su balcón pleno de plantas tropicales y colibríes, que no dejan de acudir al bebedero que se mece plácidamente, en la loggia que resguarda el espacio.

El otro vecino es Víctor Zavala, quien habita desde hace un lustro en otro lindo departamento en Motolinía y es famoso porque recorre el sitio en un sedgeway, que es un peculiar vehículo de dos anchas ruedas en que se viaja de pie, tan práctico y exitoso que su uso ya se está popularizando entre otros vecinos de la zona y funcionarios del gobierno capitalino, pues no contamina ni afecta el tráfico, prácticamente no ocupa espacio y puede llevar un pasajero, eso sí muy pegadito, así que es más grato que sea del otro sexo. Además, el activo y simpático joven preside la asociación Unidos por el Centro Histórico de la Ciudad de México, en la que también participan Petra y muchos otros habitantes del lugar, quienes defienden y luchan incansablemente por mejorar ese sitio prodigioso, patrimonio de todos los mexicanos, así es que mucho tenemos que agradecerles.

Volviendo a las otras luchas, ahora presenciamos, entre otras, un encuentro cabellera contra cabellera, en el que el puertorriqueño Bam Bam fue despojado de su larga melena, al haber perdido contra Pequeño Violencia. También hubo un round de damas, en el que Las Amapolas se enfrentaron a las Lunas Mágicas; espero que los maridos sean medio mandilones, porque una llave de una de estas damas lo puede dejar baldado para el resto de su existencia.

Espectaculares –como siempre– los enfrentamientos entre tríos, en los que, a la par de la habilidad y el coraje, compiten en la extravagancia y originalidad de los atuendos, como el de Calígula, ataviado como gladiador romano con todo y casco, el cual no perdió ni en las más audaces piruetas. Acompañamiento indispensable son las cervezas frías y las palomitas recién hechas que le llevan calientitas a su lugar, al igual que cueritos con limón y sabrosas tortas. El acogedor recinto, con sus butacas pintadas de vivos colores y el entusiasmo del público, que incluye niños de todas las edades, es muy seguro y limpio, y justo enfrente hay un estacionamiento.

La caminata por la calle de Perú nos hace evocar la dualidad azteca, o la esquizofrenia, diría un siquiatra, ya que al ser el límite donde se prohíbe el ambulantaje, la banqueta del lado sur está libre de vendedores y la del lado norte plagada de puestos, pero indudablemente hay que felicitar al jefe de Gobierno por cumplir su promesa, que para muchos parecía una hazaña imposible, y confiar que pueda mantenerse así, y no está de más acudir a las plazas en donde se instalaron los desalojados y adquirir las mercancías que antes se compraban en las calles.

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