Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de octubre de 2007 Num: 659

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El suplente
LETICIA MARTÍNEZ GALLEGOS

El que arde
TAKIS SINÓPOULOS

Las cuentas del cuento
SERGIO RIVAS entrevista con GUILLERMO SAMPERIO

Long Beach
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA

En el camino: medio
siglo beatnik

ELIDIO LA TORRE LAGARES

El primer libro póstumo
de Julio Cortázar

RICARDO BADA

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
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Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
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Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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El primer libro póstumo de Julio Cortázar

Ricardo Bada

En diciembre de 2000 me encontraba en Madrid, en un restaurante vasco, almorzando con uno de los grandes teóricos de la arquitectura contemporánea, el profesor Javier Maderuelo, a quien tuve la suerte de conocer hace ya más de veinte años y desde entonces somos amigos. En sus ratos libres, que son poquísimos y contabilizables con cuentagotas, Javier se dedica a la crítica de arte.

Ese día decembrino me preguntó si continuaba profesando la fe cronopial, es decir, si seguía siendo un fiel y acendrado admirador de la persona y la obra de Julio Cortázar. Que sí, le contesté. “Pues de postre a este almuerzo te voy a dar una sorpresa”, me dijo. Y el postre-sorpresa consistió en llevarme a la Galería Sen, en el 43 de la calle del Barquillo, muy cerca de Alcalá y la Cibeles, muy cerca del palacio de Buenavista, donde hice mi servicio militar.

En la Galería Sen, regentada por la caraqueña (mantuana, diría ella) Eugenia Niño, estaban expuestos treinta y cinco ejemplares de un libro muy singular, ya desde el doble título: de izquierda a derecha se titulaba primero La puñalada y luego El tango de la vuelta . Pat Andrea firmaba La puñalada , y Julio Cortázar El tango de la vuelta . Cada uno de esos treinta y cinco ejemplares se abría por la página correspondiente a cada uno de los treinta y cinco dibujos a lápiz, carbón y acuarela de Pat Andrea, un pintor neerlandés que se enamoró de una argentina y del tango (imagino que por este orden) y realizó esos treinta y cinco dibujos teniendo como leitmotiv el tema de la puñalada, tan recurrente en los tangos más reos: y en cierto Borges.

Una vez concluida la serie, Pat Andrea le pidió a su amigo Julio Cortázar un prólogo para el libro que pensaba editar con esos dibujos. Pero Cortázar, en vez de un prólogo, le envió un cuento llamado “El tango de la vuelta”, que titulándose simplemente “Tango de vuelta” había aparecido en el volumen Queremos tanto a Glenda (Nueva Imagen, México 1980). Un cuento muy cortazariano. Valga como botón de muestra su comienzo:

Uno se va contando despacito las cosas, imaginándolas al principio a base de Flora o una puerta que se abre o un chico que grita; después esa necesidad barroca de la inteligencia que la lleva a rellenar cualquier hueco hasta completar su perfecta telaraña y pasar a algo nuevo. Pero cómo no decirse que a lo mejor, alguna que otra vez, la telaraña mental se ajusta hilo por hilo a la de la vida, aunque decirlo venga de un puro miedo, porque si no se creyera un poco en eso ya no se podría seguir haciendo frente a las telarañas de afuera. Flora entonces, todo lo que me fue contando de a poco cuando nos juntamos, por supuesto ya no trabajaba en la casa de la señora Matilde (siempre la llamó así aunque ahora no tenía por qué seguir dándole esa seña de respeto, de sirvienta para todo servicio) y a mí me gustaba que me contara recuerdos de su pasado de chinita riojana bajando a la capital con grandes ojos asustados y unos pechitos que al fin y al cabo le iban a valer más en la vida que tanto plumero y buena conducta.

Antes, como epígrafe, hay una cita del poeta quebequense Marcel Bélanger (quien entrevistó a Julio en 1978 para la revista Nuit Blanche ), de su libro o poema Nu et noir : Le hasard meurtrier se dresse au coin de la première rue. Au retour l'heure couteau attend. No resulta aventurado imaginar que esa “ hora-cuchillo ” que espera a la vuelta, debe haber sido decisiva a la hora de escoger tal epígrafe para un cuento en un libro sobre la puñalada.

Y el libro se compuso y se editó, mas por una serie de razones que no vienen al caso nunca se puso a la venta. Sencillamente se le perdió la pista, y al cabo del tiempo falleció la persona que poseía en depósito los nada más que 240 ejemplares de aquella edición limitada. Una amistad común le habló tiempo después a Eugenia Niño de la existencia de un depósito extraño de nada menos que 240 ejemplares numerados de un mismo libro, y allá que se fue nuestra galerista, a ver de qué se trataba.

El resto ya se lo pueden figurar. Eugenia Niño adquirió la edición íntegra y convenció a Pat Andrea de que colorease cada uno de sus treinta y cinco dibujos en otros tantos ejemplares de la edición. Y esa era la exposición a la que me había llevado Javier Maderuelo, en el número 43 de la madrileña calle del Barquillo.


Ilustración de Juan Gabriel Puga

Luego de que hube admirado aquella maravilla inesperada, la galerista puso en mis manos un ejemplar de los normales, es decir, los no coloreados a mano por Pat Andrea. El núm. 161. Ustedes ni siquiera pueden imaginarse mis encontradas emociones cuando alcancé la última página impresa, la del colofón, en la cual podía leerse lo siguiente: “El presente libro [ ...] se terminó de imprimir el 15 de febrero de 1984 en [ ...] Bruselas. ”

Una película vertiginosa se proyectó en la pantalla de mi memoria. Julio Cortázar murió el mediodía del domingo 12 de febrero de 1984 y me enteré al rato porque me lo contó al teléfono (desde el mismísimo 9, place du Général Beuret) el malogrado Osvaldo Soriano, a quien llamé luego a mediodía del lunes 13 para saber la hora y el lugar del entierro del Gran Cronopio, y esa misma noche la pasé en blanco a bordo del expreso Moscú-París para llegar a tiempo de estar presente en el cementerio de Montparnasse a mediodía del martes 14. Y resulta que sólo veinticuatro horas más tarde ya se estaba editando en Bruselas, donde Cortázar había nacido casi setenta años antes (el 26 de agosto de 1914), éste que iba de ser el primero de sus libros póstumos. Y es que la vida de Julio Cortázar fue una constante rayuela, una constelación cronopial de la gran flauta, para decirlo mal y pronto.

Aviso desinteresado a los lectores bibliófilos: el 20 de septiembre llamé por teléfono a Madrid, a la galería, estuve platicado con Eugenia Niño, y ella me confirmó que aún quedan a la venta ejemplares del libro, numerados y firmados por Pat Andrea. No se pierdan semejante bocatto di cardinali, cronopios míos. Les doy hasta la dirección e-mail de la galería, por si quieren echarle mano a uno de esos ejemplares: [email protected].