Usted está aquí: martes 23 de octubre de 2007 Opinión Salón Palacio

Salón Palacio

Carlos Martínez Rentería
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Los perros en Berlín

Ampliar la imagen Desfile de lencería en un espactáculo de moda en Berlín Desfile de lencería en un espactáculo de moda en Berlín Foto: Reuters

En Berlín los perros son como cualquier perro en cualquier ciudad del mundo, pero lo que me ha llamado la atención durante la visita que esta semana le hago al escritor Guillermo Fadanelli y a su compañera Yolanda en su acogedor departamento de la capital alemana es que los canes pueden acompañar a sus amos prácticamente a cualquier lado. Se les ve dentro del aeropuerto, en los camiones, en el metro, en los restaurantes y, hasta en las cantinas. Por eso sólo a mi me extrañó que al llegar a la primer cantina de mi recorrido, una taberna de tradición alemana llamada Zum Goldenen Hahn (significa algo así como El Gallo Dorado), la mayoría de los parroquianos entraran acompañados de sus perros. La clientela ocupaba sus mesas o se acomodaba en la barra mientras los perros se olfateaban la cola o simplemente buscaban un lugar en donde recostarse, mientras sus dueños bebían litros de cerveza y un delicado olor a hachís se respiraba en el ambiente.

Fadanelli se ve sano y más delgado, le ha sentado bien escaparse de las rutinas demoledoras del reventón mexicano (es verdad que Berlín también es una fiesta), ya se publicó en España su novela Malacara (su tercer título con Anagrama), en cuya portada aparece un perturbador fotomontaje de una joven que enciende un cigarrillo, pero cuyos correosos brazos y largas manos son los del mismo Fadanelli –se trata de una imagen del artista visual Miguel Calderón–; también ha terminado otra novela aún inédita, el guión de un cortometraje que realizará el mismo Calderón y justamente a mi llegada a Berlín ha terminado un texto que ilustrará un catálogo que se publicará en Nueva York del espléndido dibujante Daniel Guzmán, además de sus colaboraciones en publicaciones mexicanas y berlinesas.

La casa de la mariguana

Justo enfrente del El Gallo Dorado, en el barrio de Kreuzberg, se encuentra una pequeña tienda intitulada Hanf Haus, que en español sería la Casa de la mariguana. Obviamente no se vende mota, pero sí una infinita cantidad de objetos relacionados con la buena yerba y sus benéficas propiedades industriales (aun cuando lo nieguen los prohibicionistas); hay trajes, camisas, vestidos, bolsas y otras prendas realizadas con hilo de cáñamo, así como suvenires que van de encendedores y ceniceros hasta gorras y sombreros. Lamentablemente nos enteramos que la conocida revista alemana Hanf ya cerró sus oficinas, pero sigue un periódico gratuito mensual que se llama Hanf Journal, que confirma la vitalidad del movimiento cannábico en Alemania. De hecho existe un Museo de la Mariguana que aún no visitamos durante esta rápida visita.

La noche en Berlín

El espíritu festivo de El Gallo Dorado lo pone su copropietaria, una joven alemana que se llama Tony; desde que llegamos Fadanelli, Alina (una de sus nuevas hijas en Berlín) y yo a esta inolvidable cantina con todo y lechuza disecada (de acuerdo con la tradición de los bares alemanes), grafitis anarquistas en los baños y un tequila rarísimo que se llama Baranda y en cuya etiqueta aparece el surrealismo de una ballena dientuda y el obvio eslogan pirateado de “Hecho en México”, Tony cantaba, bailaba canciones de los Doors, de los Bee Gees y besaba a todos los clientes. Después supimos que era su cumpleaños y por eso nos invitó de su tequila pirata (que no sabía tan mal), vodka y hasta hachís. Comenté con Fadanelli que ahí podría ocurrir cualquier cosa y así fue. De pronto entró un anciano de 90 años y todos le aplaudieron: era Ludwik, el más longevo de los clientes, es ruso y desde luego que sólo bebe vodka. Hasta Truman Capote hizo acto de presencia, pues de manera simbólica alguien dejó olvidado un ejemplar de Desayuno en Tiffanys en traducción alemana, mientras la bella Tony era sacada en hombros, pues ya no podía sostenerse en pie. Sí, también llegaron un negro, un bebé acompañado de su padre borracho, un travesti, un persa pervertido, más perros y nosotros como mexicanos completamos el cuadro de toda cantina ideal.

Después de varias horas de fascinación cantinera recorrimos otros bares con decoraciones que saltan de lo barroco a lo kitch o simplemente no permiten definiciones. El Intersoup, el CCCP Club o el salón de baile Ball House, cuya especialidad de los miércoles es el swing, como en una evocación del Berlín de entreguerras. La madrugada es muy fría y además estaba lloviendo, pero el maestro Fadanelli debía cumplir su misión histórica de llevarnos por la noche; fuimos a dos o tres lugares más que en sólo dos días nos dejaron devastados, una especie de Hard Rock Café llamado White Trash, pero con un auténtico hoyo dark en el sótano, otro antro, el Kafe Burguer, tipo El Mestizo, pero con más espacio para bailar, y finalmente el viernes descansamos como viejitos.

El central Kino y el undreground berlinés

Un ex diplomático decía que ya no había underground en Berlín y por suerte se equivocó, pues en la calle de Rosenthaler 39 se encuentra el edificio tomado por grupos independientes para la realización de proyectos culturales. Después de cruzar un patio lleno de grafitis se encuentra el Central Kino, pequeña sala de cine alternativo que se identifica por las reproducciones en tamaño natural de dos de los monstruos que se aparecen en las alucinaciones heroinómanas de William Burroghs en su Almuerzo desnudo, llevado a la pantalla por Cronenberg. A un lado hay un bar con criaturas alienígenas flotando en peseras y hasta una vitrina con una reproducción horrenda que se ilumina y abre las fauces cuando un distraído borracho se acerca. Arriba está la galería Neurotitan, donde actualmente se exhibe una colectiva de jóvenes artistas alemanes y polacos, quienes realizaron obras en las más diversas técnicas y disciplinas en torno a la tradición del romanticismo y su relectura contemporánea. Hay video danza, escultura, video y pintura tradicional. El conjunto se complementa con una librería alternativa donde se pueden conseguir las más insospechadas publicaciones marginales principalmente alemanas, que van del más rudimentario fanzín hasta verdaderas propuestas de diseño y creación plástica. En un pequeño retrete se exhibe el número uno de la sucia revista Keule, cómic dibujado por Danny con textos de Rosti Robotnik. No se necesita leer en alemán para advertir las guarradas de que son capaces sus autores. Y desde Madrid está a la venta la revista Belio, cuyo número 20 está dedicado al tema de la Revolución.

 
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