Usted está aquí: miércoles 24 de octubre de 2007 Opinión Isocronías

Isocronías

Ricardo Yáñez

Poesía, poetas, poema...

La poesía es algo tan natural que nos parece extraordinaria.

No escribir o leer poesía es también algo natural. Lo no natural sería no vivirla.

¿Hay quienes se esfuerzan por escribir poesía sin intentar vivirla? Sería un esfuerzo vano y, lo que es peor, propondría un objetivo fantasma. Escribir poesía es asunto más o menos digamos que sencillo si se da a consecuencia de haberla vivido.

Puede sin embargo –apunta Nosequién– vivirse la poesía en tanto se la escribe. Escribirla es entonces buscarla, convocarla, solicitar su presencia en nuestra(s) vida(s). Desde luego que tal procedimiento (¿y el otro no?) requiere de humildad.

A mi taller asistió durante un buen tiempo un joven que lo mismo hacía versos diríase cursis que de apariencia vanguardista. Era un buen muchacho. Sano, deportista, sensible, hasta bien plantado. Uno no entendía del todo por qué intentaba escribir versos (que sólo a medias le salían). No obstante, luego de un trabajo específico sobre su persona, en busca de que, por así decirlo, estableciera contacto consigo mismo, su vida mejoró notoriamente e hizo un poema, bueno, publicable (de hecho se publicó), un poema sobre un espejo. Que yo sepa dejó de insistir en escribir poesía. Pienso (no lo he hablado con él, no sé cómo localizarlo) que si no hubiese hecho ese poema todavía andaría de taller en taller. Reconozco que es exagerado lo que digo, pero no me parece exagerado pensar que lo que quería probarse lo probó: “soy capaz de hacer poesía”, aunque agregando “y no es un camino que me interese”. “Hacer poesía” significa en este caso “hablar desde mí como si yo no fuera yo siendo yo mismo”. Ese descubrimiento, digo, no es poca cosa.

La mortificación por ser o no ser poeta que de repente me parece detectar en algunos me mortifica. No hay ningún caso en ser poeta si no se es ni en mortificarse por serlo cuando se es. En cuanto a esto último, puede ocurrir que el que lo es no sea valorado como tal. No por sus contemporáneos, no por sus “iguales”, que de ser poeta la persona en cuestión no serían tan sus “iguales”. Un poeta de verdad en efecto dudosamente se mortificaría por el hecho de no ser reconocido. Imagino sentiría su verdad más allá de las lecturas que de su trabajo se hagan.

¿Tiene el camino de poeta mucho de dolor? Yo digo que sí, pero más de alegría.

El trabajo de un coordinador de taller de poesía consiste en algo paradójico, hacer sentir que hacer poesía es facilísimo, hacer saber que hacer poesía es dificilísimo.

Procura no contar mentiras, aun cuando los demás no sepan cómo leerte. Y recuerda: la verdad no hace a la poesía, pero la poesía es verdad.

Hacer sentir el sentido del tiempo es una de las características que al arte acompaña. Abocarse a sentir el sentido del tiempo parece que te saca del tiempo pero, como dijera Cortázar o uno de sus personajes, tal vez en realidad te mete al tiempo. Un poema que no sugiera la universalidad de todo tiempo podrá estar muy bien escrito (casi, casi “redactado”), pero no ser –a fondo– poema.

Las palabras no son palabras, son aliento, en el poema.

Suele creerse que ser poeta es importante. Lo importante, por supuesto, es la poesía, de la que los poemas son (¿casi nada más?) prueba irrefutable.

 
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