Usted está aquí: viernes 2 de noviembre de 2007 Sociedad y Justicia Villahermosa se va a pique; las denuncias y las aguas no cesan

Muchos tabasqueños desafían al Grijalva con la esperanza de rescatar sus bienes

Villahermosa se va a pique; las denuncias y las aguas no cesan

Rebasadas, las autoridades solicitan ayuda para asistir a los cientos de miles de damnificados

Alonso Urrutia y René A. López (Enviado y corresponsal)

Ampliar la imagen La azotea de la escuela Secundaria Técnica 39 funciona como helipuerto. Elementos de la Armada de México auxilian a los tabasqueños afectados La azotea de la escuela Secundaria Técnica 39 funciona como helipuerto. Elementos de la Armada de México auxilian a los tabasqueños afectados Foto: Francisco Olvera

Villahermosa, Tab. 1º de noviembre. “Dicen que esta noche Villahermosa se va a pique”, suelta con un dejo de tremendismo y otro tanto de verdad Juan Diego Castro. Estilista de oficio, hoy ha pasado todo el día desafiando al Grijalva con un cayuco para evacuar, de la laguna en que se han convertido Las Gaviotas y colonias aledañas, a los últimos que han enfrentado la crecida del río.

Con la certeza que da la vox populi repite la especie de que Peñitas “va a tronar”. Juan Diego maldice la presa que está a punto de “quebrarse” y la corriente que no cesa de subir; lamenta la falta de apoyos y alerta sobre las decenas de personas que permanecen “refugiadas” en las azoteas de la zona cuando falta un par de horas para el anochecer.

Al llegar la oscuridad, el primer cuadro de la ciudad –en la orilla contraria de Las Gaviotas– reciente los estragos. Los miles de costales de arena con que apresuradamente el Ejército y la Marina intentaron contener el agua ceden ante la fuerza del torrente. Apresuradamente el Ejército da la orden de evacuación ante el desbordamiento en varias zonas del río.

El Grijalva cruza la ciudad amenazante con su corriente acelerada. Villahermosa está casi paralizada por tierra, pero las lanchas, cayucos y otras embarcaciones improvisadas surcan los brazos del río en que se han convertido las calles de decenas de colonias.

Por aire, un interminable ir y venir de helicópteros militares, de las corporaciones policiacas y de protección civil han establecido un puente aéreo evacuando a quienes desafiaron vanamente la tempestad en aras de que el agua no esfumara todo su patrimonio.

En lo más profundo de Gaviotas Sur, el techo de la Escuela Secundaria Técnica 39 es puerto y helipuerto a la vez. Hasta ahí confluyen lanchas que recogen damnificados de las calles aledañas. Es también usado para que arriben los helicópteros para acelerar la evacuación.

Por la zona de las Gaviotas, el malecón es un mero referente que divide el río de esta nueva laguna urbana. La parte alta del tajamar, el puente Solidaridad, se ha convertido en otro improvisado puerto, en el que atracan todas las lanchas que llevan continuamente a quienes resistieron hasta el final la embestida de las aguas. El puente conecta a quienes salen de Las Gaviotas con la parte aún sin inundarse al otro lado del Grijalva.

Algunos de quienes salen “rescatan” documentos, ropa y restos de la última comida que prepararon en la “isla” en que se convirtió la azotea de sus casas. Hay quienes no olvidan sus perros, guajolotes y hasta ardillas. Las barcazas, a la distancia, se observan endebles por el peso que cargan. El sol comienza a ponerse y la angustia de quienes aún esperan va en aumento.

Hay quienes cargan lo indispensable para sobrevivir, resignados por no haber podido rescatar más. Isidro Silva, casi recién desembarcado, proveniente de Las Gaviotas, apenas ha superado un ataque asmático, que a sus 78 años y entre tanta incertidumbre, pudo ser mortal si no hubiera traído consigo el espray al que le confiere dotes milagrosos y que alcanzó a rescatar de la inundación.

Se asume como un viejo lobo de mar, aunque casi toda su vida ha sido campesino. Con sus casi ocho décadas a cuestas ha visto pasar no menos de 10 crisis como esta. Eso sí, “antes era más fácil. No había papá gobierno, pero teníamos el cayuco para salir de las tierras”, nave que desde que vive en la ciudad, ya no lo tiene”.

Su hija, María de Jesús, es un torbellino de denuncias. Menciona que las últimas horas en la colonia las pasaron casi todas en el altar de la Iglesia de San Pablo hasta que la corriente irrumpió irreverente en el templo. “Ni Dios Padre –dice– nos iba a resguardar ahí”.

Nadie los quería traer, nadie les avisó que deberían salir. Con el “naufragio” de la iglesia, no hubo más remedio que salir, con sus septuagenarios padres y su trío de hijos que no superan los diez años.

Ellos, dentro de todo, tuvieron suerte. A unos metros de ahí, Celia de la Cruz no para de sollozar y su angustia crece conforme pasa el tiempo y su esposo no aparece entre las decenas de evacuados que traen las lanchas. Está desesperada.

Ha dado todas las señas y nadie sabe de su marido. Entre tanta agua, las coordenadas de un cruce vial son absolutamente insuficientes por más que se traten de dos vías principales: Periférico casi con Avenida Universidad.

Muy cerca de ella, un jefe policiaco estalla en gritos ante el incesante clamor para que rescate a infinidad de personas trepadas a las azoteas: “no puedo hacer más, no hay tantas lanchas”, dice, y se aferra a sus palabras como si fueran una tabla de salvación en medio del desastre.

 
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