Usted está aquí: martes 6 de noviembre de 2007 Opinión Difícil decisión

José Blanco

Difícil decisión

Pronto tendremos un nuevo rector en la UNAM. Dificilísima decisión de la Junta de Gobierno, porque la institución se encuentra en un momento crucial. Un conjunto de reformas mayores bien pensadas y acordadas con los universitarios podrían llevar a la máxima casa de estudios a alturas sustancialmente mayores, convertirla en una clave decisiva del futuro de la nación. Difícil también porque, de otra parte, existen entre los candidatos más de uno capaz de coordinar esas tareas que están en manos de sus numerosos académicos.

¿Quién debe dirigir a la UNAM? Dibujar el perfil de la persona que debe ocupar tan alto rango público no es tan difícil. Una persona cuya trayectoria académica muestre sus prendas académicas y sus saberes acerca del mundo del conocimiento, de la investigación, de la formación de recursos humanos de alta calidad. Una persona seria, ordenada, con claros pensamientos sobre el momento que vive la Universidad Nacional y con tesis transparentes sobre los objetivos que guiarán su programa de trabajo. Una persona que ha construido sus tesis sobre el futuro de la UNAM mediante una visión de país y de los rasgos fundamentales del conjunto de la educación superior de la nación. Una persona segura que reformulará su programa de trabajo en contacto directo con la vasta inteligencia diversa que ha reunido la institución.

Una persona de carácter templado en las dificultades y en las crisis que ha vivido la institución. Una persona sin heridas profundas dejadas por las experiencias amargas que necesariamente tuvo que vivir en la historia reciente de nuestra institución. Una persona que no experimente repulsión por las diferencias de opinión, a veces abismales, que existen entre universitarios o con las autoridades, ya sobre la institución misma, ya sobre el futuro del país.

Una persona permanentemente abierta a toda razón –una razón no excluye necesariamente a otra razón distinta–; una persona decidida a conciliar los mundos diversos que conforman la UNAM, pero que no pierde la brújula del bien público y del futuro deseable de la nación. Una persona que sabe también que la autoridad –unipersonal o colegiada– es una persona o un conjunto de ellas, autorizados por la ley para tomar las decisiones que la propia ley contiene. En otras palabras, una persona que sabe oír a “todos”, pero que debe decidir sin dubitación y sin atropellos.

Una persona al mismo tiempo llena de reciedumbre y de bonhomía. Una persona convencida con Savater de que acaso el valor moral social más alto sea la hospitalidad, como él la define: la aceptación cabal del otro, tal como éste sea, siempre que sus conductas no atropellen a nadie y se ciñan a los dictados de las normas legales.

Una persona no dispuesta a “vencer” académicamente a toda costa en lo que sea, sino habilitada para desarrollar la mayor sinergia con sus instituciones hermanas, a efecto de cerrar las terribles brechas que existen entre esas instituciones, por el bien del país y, centralmente, por el bien de los chavos, principalísima razón de ser de la universidad.

Una persona que sepa cabalmente el valor incalculable que la ciencia y la tecnología tienen para el desarrollo sostenible, que conozca también el valor ingente del conocimiento sobre los procesos sociales y comprenda las elevadas tareas que realizan las humanidades y las artes. Es con todo ello que se forjan seres humanos completos y sociedades civilizadas.

Una persona que esté al tanto del complejo fenómeno demográfico que el país tiene frente a sí, y que con los responsables de todas las esferas busque una salida decisiva que de una vez por todas nos empiece a apartar del subdesarrollo que nos ahoga. El fenómeno es conocido y suele llamársele “bono demográfico”. Puede ser una oportunidad económica para un despegue acelerado, generada por la tendencia a la inversión de la pirámide poblacional que sufrirá el país en las próximas décadas. En 2000 había una población económicamente activa (PEA) de 42 millones de personas, para 2030 serán 64 millones. Puede ser también una enorme desgracia nacional, si no llevamos a cabo, como país, el mayor esfuerzo educativo que hayamos hecho jamás. En 2005 el promedio de escolaridad de la PEA era de 9.03 años, pero el decil I no contaba con primaria completa y el decil X apenas rebasaba el bachillerato, en promedio. Una fuerte desigualdad social y una bajísima educación promedio del conjunto.

Tendremos en los próximos 25 años una ola demográfica que terminará en ese lapso. Tenemos que educar al máximo a esa ola de la PEA porque en ello nos jugamos una vida económicamente vegetativa o un despegue hacia el desarrollo, si sabemos qué hacer con todos los niveles educativos.

La educación superior enfrentará una gran demanda. Pero no podemos cubrirla creando universidades al por mayor, porque no tendremos tiempo para crear los cuadros de educadores necesarios ni debemos crear una gigantesca infraestructura educativa que en poco tiempo quede vacía en gran medida. La respuesta se halla en el ámbito de las grandes innovaciones en materia de educación semipresencial o a distancia. Es necesario que sea de alta calidad y hay vías y experiencias en las que podemos apoyarnos. Pero ciertamente la UNAM debe ser un gozne central del sistema educativo que tenemos pendiente de crear. El nuevo rector deberá ser una persona que asuma esta tarea participando activamente en la creación de grandes acuerdos nacionales.

No es un dechado de virtudes lo que debemos esperar del nuevo rector, sino una persona tan enterada como comprometida con el futuro del país.

 
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