Usted está aquí: martes 6 de noviembre de 2007 Opinión Centro Cultural Tlaltelolco

Teresa del Conde / II y última

Centro Cultural Tlaltelolco

Recorrer la exposición de la Colección Blaisten significa el rencuentro con muy viejos conocidos que se han quedado en la retina y que ahora enseñan sus virtudes, cualesquiera que sean, en un ámbito que los mete en contexto y que a la vez establece sus inevitables genealogías, sus parentescos y sus posibles disidencias. Es el caso de El carnicerito de Agustín Lazo, de la mujer ante la máquina de coser del mismo autor (existe otra versión de esa pintura en distinta colección particular), de la Cirugía casera de Julio Castellanos efectuada al fresco o de los paisajes del Dr. Atl.

En otra sección están quienes fueron los auspiciadores, los maestros y los alumnos de las Escuelas al Aire Libre, comenzando con Mancacoyota (1930) de Alfredo Ramos Martínez, un óleo de pequeñas dimensiones que contrasta con sus conocidas y muy gustadas incursiones en la pintura al pastel. Cerca están dos tallas de Mardonio Magaña: una en piedra muy singular: El jarabe y otra en madera.

Una pintura tipo “fauve” de Fernando Reyes hace evocar a “las fieras”, pero no por afinidad electiva, sino por coincidencia y esa pudiera ser una de las la razones por las que la exposición viajera de las susodichas escuelas suscitó admiraciones en Europa, aunque también encontró algunos detractores en México, entre ellos José Clemente Orozco.

Hay tres obras de éste, el más admirado de los muralistas por parte de las generaciones posescuela mexicana. Una de ellas, realizada a la acuarela, es de magistral sutileza sin por eso carecer de fuerza; la otra es una brutal alegoría de México y la tercera es un desnudo con escultura.

Fernando Castillo, también de las Escuelas al Aire Libre, es bastante más conocido que Fernando Reyes, lo mismo que Ramón Cano, pero la pieza que en esa sección se lleva la palma es otra de las sorpresas del conjunto: se trata de un cuadro complicado, de dimensiones generosas, de cuyo autor, Luis Martínez, no se conocen ni las fechas.

Fue realizada en el año de 1928 en la Escuela al Aire Libre de Churubusco. Es como una condensación de las inquietudes que prevalecían en tales núcleos y la escena corresponde a un pastorcillo trepado en una valla, rodeado de cabras, con un campo florido en el extremo inferior, evocador del Aduanero Rousseau. Pieza deveras excepcional que podría exhibirse con beneplácito en cualquier galería de obras maestras de los años 20 y, a diferencia de lo que ocurre en otras, el método Best Maugard no priva en ella.

Otra obra sorpresiva, que representa a una niña sosteniendo un gallo en su regazo, es anónima, lo que indica que algunas de las elecciones en el momento de sus respectivas adquisiciones no fueron hechas tomando en cuenta famas y nombres, sino virtudes intrínsecas a las obras. La que sirvió de logotipo o lema para esta exposición, en tanto que se reprodujo en la invitación, es también de las Escuelas al Aire Libre: se trata de la pequeña pintura del niño de ojos muy abiertos acompañado de un gato negro, cuya expresión retrotrae a otro pintor muy anterior –no representado– que alcanzó fama sin pertenecer a academia alguna: Hermenegildo Bustos.

Entre los autorretratos se reunieron cinco de otros tantos jalicienses: Carlos Orozco Romero, el Dr. Atl, María Izquierdo, Manuel González Serrano El hechicero y Feliciano Peña, flanqueados por dos autorretratos de Emilio Baz Viaud, representado también con la cabeza de una mujer que puede o no ser retrato de Isabel Marín, haciendo pendant con el retrato de la enfermera Irma Mendoza por Diego Rivera, que se dio a conocer a partir la muestra Diego Rivera. Arte y Revolución, efectuada en el Museo de Arte Moderno en 2000.

Como incursión sorpresiva destaca allí el retrato de la niña Nora Beteta de David Alfaro Siqueiros, pintado en 1948, una formidable piroxilina en colores claros totalmente inédita en el contexto de la riquísima producción retratística de El coronelazo.

No se trata de un retrato retrospectivo, como el muy hermoso de María Asúnsolo (Munal), sino de un trabajo realizado ante la pequeña modelo, que parece descontenta de verse obligada a permanecer sentada mientras el pintor la traslada al lienzo; desde el ángulo sicológico esta pieza es muy interesante de observar, sobre todo si se sabe que en tiempos posteriores la joven Beteta fungió como modelo profesional en Estados Unidos. Se sabe que en breve tiempo habrá de publicarse el recuento biográfico de sus andanzas, realizado por el maestro MRG, en el que sin duda se mencionará la historia de éste y otros retratos con la misma modelo, incluido un dibujo de Diego Rivera.

Tanto en la zona de las naturalezas muertas como en otras se deja sentir la presencia de María Izquierdo, quien por ser artista nutridamente representada en esta colección habrá de ser objeto de una exposición individual. Otra mujer pintora presente con tres paisajes que nada piden en cuanto a concreción y atractivo a los realizados por sus colegas masculinos es Rosario Cabrera. No podía faltar el colimense Alfonso Michel, con el que culmina la sección del conjunto.

 
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