Usted está aquí: miércoles 7 de noviembre de 2007 Sociedad y Justicia Las emisoras oficiales no oyen los gritos de ayuda de las comunidades aisladas

Al paso de lanchas de la Marina, hombres, mujeres y niños hacen señas de que tienen hambre

Las emisoras oficiales no oyen los gritos de ayuda de las comunidades aisladas

Ayer llegaron a Aztlán I los víveres enviados por los habitantes del Distrito Federal

Alonso Urrutia y René Alberto López (Enviado y corresponsal)

Ampliar la imagen Habitantes de Aztlán construyeron viviendas provisionales con plásticos luego de que el paso de la corriente se llevó sus casas Habitantes de Aztlán construyeron viviendas provisionales con plásticos luego de que el paso de la corriente se llevó sus casas Foto: Alfredo Domínguez

Villahermosa, Tab., 6 de noviembre. En las orillas del Grijalva, el cruce de embarcaciones de la Marina despiertan una fugaz esperanza entre los lugareños: la posibilidad de por fin ser abastecidos de lo indispensable.

Desde lejos hacen señales inequívocas de que quieren agua, comida. Pero no, esta vez no; o, más bien, esta vez tampoco les tocará a ellos, como no les ha llegado en días. El cargamento donado por el gobierno del Distrito Federal, que transportan la Marina y los bomberos de la capital, ya tiene destinatario.

Agua embotellada, cobijas, despensas y las brigadas médicas provenientes de la capital del país se dirigen hasta la comunidad de Aztlán I, en los confines del ayuntamiento de Villahermosa, en la zona rural, para lo cual se requiere navegar casi dos horas por el Grijalva.

Es un punto recóndito de poca rentabilidad política para un gobierno estatal que ha optado por saturar de víveres la Quinta Grijalva, para convertirla en el gran surtidor de bienestar social, aunque mantenga la desesperación de las comunidades aisladas por el agua, cuyos gritos de ayuda no se oyen en las emisoras oficiales.

Aztlán tiene más de una semana entre el agua, una constante en centenares de comunidades, pero eso en nada consuela a quienes padecen hambre y sed, y les falta de todo. Ahí, los enfermos han visto empeorar su condición por las paradojas de la vida de esta comunidad.

Cuentan que el primero en salir de aquí fue el médico del pueblo. Apenas sintió el agua, “echó candado” al consultorio y ahí los dejó, con los medicamentos enbodegados y los enfermos “sin medicinar”.

Y el candado sigue cerrado, porque primero hay que abrir la mentalidad del delegado municipal, Reyes Valencia, cuyos pruritos han respetado la decisión del médico, aunque vaya de por medio la salud del pueblo. Hay que mantener el resguardo de las dos computadoras del dispensario, algo de lo más costoso en la comunidad, no vaya ser que el pillaje termine por llevárselas cuando ya no haya candado, sostiene.

Por ello, las brigadas de salud del Distrito Federal, que traían pocos medicamentos, se limitaron a hacer valoraciones generales, sugerir comportamientos a la población para prevenir más enfermedades y prometer que vendrán mañana, cuando se hayan decidido a abrir la bodega de fármacos.

Hasta ahora, la situación no se ha desbordado, pues sólo han proliferado gripas y diarreas infantiles, hongos entre la población y malestares en todos aquellos hipertensos, diabéticos o enfermos crónicos.

Reyes Valencia, a quien el pueblo parece respetar y seguir en sus decisiones, ha mantenido su ascendencia entre la comunidad en estas horas difíciles, a diferencia de otras comunidades, donde la desesperación se refleja en caóticos recibimientos a las brigadas que traen agua y alimentos. Hoy, por lo menos hoy, existe orden para recibir las donaciones, “las primeras”, dicen todos, desde que el torrente de agua les anegó su vida.

–¿No han intentado ir a Villahermosa por las despensas del gobernador?

–¿A Villahermosa? Cómo están las cosas, ahorita es un viaje a la Luna, Padre Santo, dice Trinidad Pérez, a quien rodean sus tres nietos.

En las condiciones en que están, nadie se atreve, o, más bien, nadie puede pagar los 70 pesos por viaje en lancha, nada más por la ida. Sin un quinto, como afirman y es evidente que están, nadie ha intentado ir desde este recóndito lugar hasta la Quinta Grijalva, donde se concentran los donativos suministrados desde todas partes del país.

Sólo el dueño de la tienda hizo el intento de ir a surtirse a la ciudad, para regresar casi con las manos vacíos. Los precios se han disparado. ¡360 pesos la caja de huevo!, dice la esposa. No trajo nada para que no lo acusen de especulador; no vaya a ser que termine condenado por la comunidad.

Otros, muy pocos, lo han intentado: “mi marido, con lo viejo que ya está el pobre, quiso ir por víveres, pero no llegó ni a la loma… mi chamaco tampoco pudo”. No hay paso, la carretera está quebrada y hay agua por todos lados.

Noches de pánico

La gente, que tímida empieza a contar sus penas, paulatinamente se va animando hasta narrar todas las desgracias que les ha provocado el Grijalva. Pasar la noche es una odisea, por la falta absoluta de luz y el temor, casi pánico, a las nauyacas que merodean en el agua estancada.

Como en todos los casos, las carreteras se han convertido en refugio de personas y animales; lo único que en algunos tramos permanece seco, justo donde se han concentrado ahora para recibir lo que les han traído.

Hoy se sienten un poco aliviados. Por lo menos el agua, la leche, los cobertores y la ropa usada que les trajo el gobierno capitalino les permitirán mejorar un poco sus condiciones durante unos cuantos días, entre los muchos que les faltan para que esto comience a restablecerse.

Apenas comienzan a descargarse las cobijas enfrente de las dos filas rigurosamente distribuidas por sexos, y las expresiones de júbilo se desatan entre la gente. Las noches en las casas inundadas serán un poco menos frías.

Hasta acá ha llegado Eduardo Interano, quien vive en Achapan, la comunidad de enfrente, al otro lado del Grijalva, donde tampoco hay alimentos ni agua y, para colmo, no está el delegado municipal. Nadie le ha visto la cara desde que todo esto pasó.

Por lo menos, Reyes Valencia pudo lograr contacto tras varios días de intento para hacer saber a alguna autoridad, de las que se concentran en Villahermosa, que Aztlán I aún existe y gestionar que alguien les llevara algo para subsistir.

Reyes dice que tiene ya apalabradas 200 despensas en Villahermosa, sólo falta saber si alguien quiere hacérselas llegar.

A las 4 de la tarde, las embarcaciones de la Marina inician el regreso para evitar navegar en la oscuridad, y empieza otra vez la misma historia. A la distancia, de nuevo, mujeres, hombres y niños hacen señas de que quieren agua y comida.

Las dos lanchas no se detienen. Ya no traen nada que repartir.

 
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