Usted está aquí: viernes 9 de noviembre de 2007 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil
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Bella todos los días

Habrá que acostumbrarse a este título, impuesto caprichosamente por los distribuidores. Cualquier cinéfilo que aprecie la cinta de Manoel de Oliveira justo después de haber visto Bella de día, de Luis Buñuel, entenderá de inmediato que al nombrarla Belle toujours, el director portugués simplemente retoma una frase del personaje Henri Husson (Michel Piccoli, ya octogenario), quien al encontrarse de nuevo con Severine Sérizi (esta vez interpretada por Bulle Ogier), exclama que, después de 40 años, ella sigue siendo Siempre bella. Las intenciones de los directores parecen tener, como de costumbre, una importancia mucho menor que los azarosos cálculos comerciales de la distribución. No había mayor problema ni menor rentabilidad comercial respetando “Siempre bella”, nombre propuesto por Oliveira, pero los reflejos de la rutina o la desinformación, al parecer, segurán imponiendo títulos inexactos o triviales.

En la nueva cinta, Sérizi es descubierta 40 años más tarde, en una sala de conciertos, por el libertino Husson, quien pudo haberle perdido la pista al finalizar Bella de día. Ella rehuye firmemente su contacto, abandona el lujoso hotel donde él podría localizarla, y se pierde por las calles de París con porte de una vieja dama digna, siempre bella, llevando a cuestas la culpa de haber desperdiciado parte de su vida, malogrando de paso la de su marido, con sus extravagancias sensuales. Husson, por su parte, se libra frente a un mesero de origen portugués a una larga confidencia en la que le refiere la historia de quien décadas atrás fuera conocida como Bella de día. El joven escucha atento y plantea algunas de las interrogantes que el público podría haberle formulado al propio Buñuel o a su guionista Jean Claude Carrière. El anciano contesta tranquilamente, con la serenidad de un viejo fauno melancólico.

Como en otras cintas de De Oliveira donde el diálogo lo es todo y la reflexión filosófica el sustento principal, en Bella todos los días hay alternancia de los puntos de vista contrastados de los personajes (Husson, Severine, el mesero) en torno de los temas de la seducción, la edad o el deseo. La cinta se estructura a partir de los diálogos de Husson con sus interlocutores, y el punto climático es su encuentro final con Severine (una Bulle Ogier contenida y reticente). A cada cada bloque de diálogos lo precede una vista nocturna de París con fondo musical de Antonin Dvorák (sinfonía no. 8), a la manera de pausa, motivo o transición narrativa. Estos fragmentos de un discurso melancólico remiten a la vieja historia de Buñuel/Carrière, incorporando temas recurrentes del cine de De Oliveira, como una caja de resonancias o una galería de espejos. El realizador portugués, de 98 años, no pretende descifrar los enigmas de Bella de día, antes bien los prolonga maliciosamente en un desarrollo abierto. La fotografía de Lancelin captura con elegancia los rituales del decoro social que rige movimientos, conversaciones y sobre todo la cena con que concluye la cinta. En un momento, los viejos amigos conversan en la penumbra, a la luz de las velas, exorcizando los fantasmas del pasado y conjurando inquietudes nuevas, sobre todo las de la edad y el agotamiento del deseo. Un maestro del cine rinde así un homenaje a otro maestro desaparecido con una alegoría siempre viva. El resultado es portentoso.

 
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