Usted está aquí: sábado 10 de noviembre de 2007 Opinión México armado: 1943-1981

Laura Castellanos

México armado: 1943-1981

Ampliar la imagen Portada del libro de Laura Castellanos, publicado por Ediciones Era Portada del libro de Laura Castellanos, publicado por Ediciones Era

En el libro México armado: 1943-1981, Laura Castellanos presenta un ágil relato periodístico en el cual rescata testimonios que documentan esa historia nacional reciente que necesita conocerse con profundidad. En este trabajo están presentes desde la “firme y apostólica” lucha de Rubén Jaramillo, o la tenacidad de los normalistas de Chihuahua y Guerrero, cuyas ideas propiciaron el asalto al cuartel Madera y la guerrilla rural encabezada por Lucio Cabañas, hasta el idealismo de los estudiantes universitarios del 68. Dice la autora que, lejos de sucumbir a las valoraciones simplistas o las opiniones maniqueas, “pone en orden la historia” para entender mejor las ideas de un país inconforme, guerrillero, “que se lanza a la lucha armada porque ve cerrados todos los caminos. Con autorización de ediciones Era, La Jornada ofrece a sus lectores un adelanto de la obra que esta semana empieza a circular en librerías

Refuerzos femeninos

La presencia femenina en las filas de la organización había crecido en el transcurso de 1975 y se había incrementado durante 1976. Desempeñaban actividades de mayor riesgo porque estaban menos identificadas.

Algunas de ellas hacen trabajo de propaganda en las maquiladoras de Ciudad Juárez, participan en la investigación de las acciones, en las “repartizas”, son correos, puntos de contacto entre quienes actuaban en los operativos, en algunos de los cuales tienen “la voz de mando”.

Su número aumenta al igual que se multiplican sus riesgos, aprehensiones y muertes, destacadas por la prensa. El saldo femenino que corre de 1976 a 1978 es incierto. De algunas muchachas muertas prevalece el alias: Isabel, Andrea, Loren, Mariana o la Güera, la Chapis, la Pata, así como el de otras desaparecidas: Tere, Susan, la India.

Algunas de las muchachas que llegan a puestos directivos son Margarita Andrade, Andrea; Teresa Hernández, Alejandra; Olivia Ledesma, la Güera; Aurora Castillo, Belén, Alicia de los Ríos y Susan, entre otras. Casi todas terminan muertas o desaparecidas. El comité coordinador de la capital mexicana está integrado únicamente por muchachas, una veintena, cada una responsable de una brigada conformada por cinco o seis personas. El comité servía de enlace entre la base militante y la dirección nacional. Aunque en esta última los hombres tienen la mayor participación, ahora las mujeres ya están incluidas. Sus edades oscilan entre los 17 y los 25, la mayoría son normalistas.

Desde su creación la Liga había tenido una fuente de reclutamiento en las normales públicas. Creaba círculos de estudio del marxismo en los cuales se iba detectando a las muchachas y muchachos más avanzados para irlos involucrando en la organización clandestina. En 1974 uno de estos círculos contaba con una veintena de estudiantes, la mayoría mujeres entre 15 y 16 años de edad, de las cuales varias de ellas fueron reclutadas y luego pasaron a formar parte del comité coordinador del Distrito Federal e, incluso, de la propia dirección.

De un día para otro estas adolescentes habían renunciado a sus estudios, habían roto de tajo la relación con sus familias para entrar en la clandestinidad. Aurora Castillo forma parte del comité coordinador y del comité militar de la ciudad de México. Esta normalista de abundante cabello negro, pequeña estatura, de apariencia casi infantil, nacida en una modesta familia de la colonia Casas Alemán, había participado en uno de los círculos de estudio marxista que la Liga impartió en la Normal Superior en 1974. Ella era apenas una quinceañera.

Luego supo que trataba con la Liga y se fue metiendo aún más. Un año después, fue invitada a asistir a un seminario de fin de semana que tenía el objetivo de seleccionar nuevos militantes. Pidió permiso para ir a una excursión estudiantil y le fue negado. Fue el pretexto para irse de su casa. La creencia familiar sería que fue por berrinche, la realidad es que entraba en la clandestinidad. Su decisión la hizo romper con el yugo paterno pero también con su madre y sus nueve hermanos (seis mujeres y tres hombres), una prolongada madrugada.

Poco a poco se fueron incrementando las responsabilidades de Aurora Castillo. Estuvo un tiempo como responsable de cuatro infantes, dos niñas y dos niños, hijos de militantes presos. Tuvo que aprender a manejar vehículos, a usar armas, fue responsable de brigada y participó en otra que tenía comisionado el funcionamiento de una imprenta. Así llegó al comité coordinador, luego a la dirección.

Ley de amnistía

El aumento de la presencia femenina en la Liga hace que a partir de 1976 ellas participen más en las riesgosas “repartizas” de propaganda en las zonas fabriles. En mayo de 1976 la Liga elabora, por primera vez por escrito, un “Plan Nacional de Trabajo” en el que prioriza crear comités obreros clandestinos en sectores que consideraba estratégicos, como el ferrocarrilero, el metalúrgico y el de los obreros de la construcción. La organización había intensificado la distribución de su material ideológico en industrias como Altos Hornos de México, Campos Hermanos, Spicer, Consorcio Industrial, pues en el documento reconocía que el proletariado fabril era la minoría en sus filas. Éste tenía, además, un atraso teórico y militar “bastante grave”.

Las mujeres de la 23 también tienen participación en el combate frontal contra los policías. El día del aniversario de las ejecuciones de Teresa y Mariano en Ciudad Universitaria, un comando con una mujer que llevaba oculta una metralleta debajo de un rebozo, a modo de un bebé cargado en brazos, balea una caseta de la policía auxiliar en Ciudad Azteca. El saldo es de seis policías muertos y cuatro heridos. Otra mujer participa como “muro” o vigilante del ametrallamiento contra nueve policías que desayunaban en un restaurante de la colonia Lindavista en la ciudad de México, noticia que ocupa la primera plana de La Prensa con el titular “Masacre terrorista”.

Al tiempo que aumenta la vulnerabilidad de las guerrilleras en acciones armadas, la Liga insiste en el recurso de secuestrar mujeres, familiares de hombres encumbrados. Primero secuestra a Nadine Chaval, de 16 años, hija del embajador de Bélgica en México, André Chaval, de quien obtienen 10 millones de pesos; luego a Socorro Soberón Chávez, hija del rector de la UNAM, Guillermo Soberón Acevedo, de quien no trasciende el monto del rescate.

El impacto de las acciones de la Liga, particularmente la de las ejecuciones de policías, provoca una severa condena de legisladores del Congreso de la Unión. Pero mientras Echeverría advertía al Excélsior que la vida institucional de México no iba a ser socavada “por la violencia, la arbitrariedad y por el crimen”, su futuro sucesor, López Portillo, mostraba, en el dicho, una posición más moderada.

“No se debe caer en la trampa que trata de orillar a las fuerzas organizadas del país a dar respuestas de desprestigio, como son las de la represión, que mancharían la verticalidad de este régimen”, declaraba.

De pronto, un asunto político salta al horizonte nacional y da el tiro de gracia a las expectativas de recuperación del grupo subversivo.

Sucede que el presidente Echeverría había enviado una iniciativa de ley de amnistía al Congreso de la Unión. La propuesta beneficiaría a todas las personas contra quienes se había ejercitado acción penal por los delitos de sedición, invitación a la rebelión, resistencia a particulares y conexos, cometidos durante el movimiento de 1968.

En marzo había iniciado la polémica que estará presente en los medios periodísticos el resto de 1976. A su entrada Echeverría había promovido la libertad bajo protesta de las muchachas y muchachos del 68 aún presos, pero para el fin de su gobierno todos seguían encausados según la averiguación previa 272/68 del fuero común.

La iniciativa tenía la clara intención de dejar a un lado a quienes durante su mandato estaban acusados de cometer los mismos delitos pero que habían actuado en organizaciones armadas. José Revueltas, Florencio Osuna, Raúl Álvarez Garín, Roberto Escudero, Roberta Avendaño, Pablo Gómez y Eduardo Valle, el Búho, a nombre de más de 40 activistas del 68, rechazan la ley de amnistía por considerarla “parcial, insuficiente y tardía”.

¿Cómo iban a aceptar una amnistía que “amablemente” Echeverría les otorgaba, mientras descabezaba sin piedad a militantes de la guerrilla?, externa Eduardo Valle. Cómo aceptaríamos graciosamente la amnistía al tiempo que les dejábamos libre para que asesinaran. No estábamos locos, por eso nos reímos todos. Era un lazo de solidaridad moral, de reclamar que la violencia del gobierno había generado la guerrilla.

De explicar que la guerrilla representaba un problema político social y no solamente un problema militar y policiaco.

El tema de la posibilidad de una amnistía a quienes habían pertenecido a grupos subversivos surge en medio de la indignación generalizada por el ataque a la caseta policiaca de Ciudad Azteca. Sin embargo, las mujeres del Comité de Familiares de Presos y Ex Presos Políticos y sus abogados Fernández del Real y Andrade Gressler habían logrado el acercamiento con varias agrupaciones de izquierda que, aunque tenían sentimientos encontrados, buscan distender el asunto. El PCM, el PMT, la Liga Socialista, la Liga Comunista Internacional, la Unión de Campesinos Independientes, demandan también que la militancia guerrillera reciba la amnistía.

Eduardo Valle va más allá. Lanza en El Universal una acusación temeraria contra el subsecretario de Gobernación, Gutiérrez Barrios, y contra Nazar Haro. Los responsabiliza de cometer múltiples asesinatos de militantes de la Liga. Echeverría no escucha sus inconformidades. Finalmente la ley, tal como la presentó, es publicada en el Diario Oficial en mayo de 1976. Arrancado junio, precisamente Nazar Haro y Gutiérrez Barrios echan a andar la leyenda siniestra de la Brigada Blanca.

 
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