Usted está aquí: domingo 11 de noviembre de 2007 Sociedad y Justicia Vecinos de El Cuy, Tabasco, continúan aferrados a un islote; siguen anegados

Persiste la escasez de alimentos y agua, los cuales llegan sólo por helicóptero

Vecinos de El Cuy, Tabasco, continúan aferrados a un islote; siguen anegados

Las rancherías aún no son prioridad, afirma coordinadora de un albergue

Los animales muertos comienzan a ser amenaza para pobladores que regresan a sus casas

Alonso Urrutia y René Alberto López (Enviado y corresponsal)

Ampliar la imagen Pobladores de El Bajío se organizaron para comer los pocos víveres que les quedan, ya que no han recibido ayuda alguna en su comunidad, la cual sigue inundada Pobladores de El Bajío se organizaron para comer los pocos víveres que les quedan, ya que no han recibido ayuda alguna en su comunidad, la cual sigue inundada Foto: Alfredo Domínguez

Villahermosa, Tab., 10 de noviembre. Para algunos, la emergencia ha quedado atrás y han entrado en la dura etapa del recuento del desastre; algunos más, al menos han superado la situación desesperada, pero aún racionan la comida y el agua a la espera de que la inundación abandone sus casas.

No obstante, aún hay decenas de comunidades cuya condición crítica cumple ya casi dos semanas, hacinados, con raciones alimenticias y de agua insuficientes, que únicamente les llega por helicópteros, los cuales siguen trasladando despensas.

La comunidad de El Cuy, en la zona denominada como Aztlán segunda sección, aún está aferrada a un islote, que en realidad debe ser un monte, en el interior de un área donde sólo se ve agua por todos lados en varios kilómetros a la redonda.

A la distancia, el helicóptero del gobierno del estado de Puebla comienza a acercarse tras varios minutos de sobrevolar sobre el agua que domina gran parte de la región. En el islote, medio centenar de pobladores de El Cuy se agitan ante la inminencia de que les llegará agua y comida para resistir algunos días más en esa condición, que dista mucho de que cambie en el corto plazo.

La aeronave se acerca y alcanza a posarse casi en el límite entre el agua y la tierra. Desde el helicóptero comienzan a salir cajas de leche, botellas de agua, sopas, latas de atún, algo de pañales y papel higiénico.

En el lugar ya se encuentra una brigada médica de Sinaloa que ha regresado por segunda ocasión al lugar, en esta ocasión para iniciar la vacunación para prevenir un posible brote epidémico producto del hacinamiento y la insalubridad de ese monte, al que se aferra la comunidad.

El cargamento que ha llegado no será suficiente, porque estas personas, buena parte de ellos menores de edad, no son los únicos en la zona, sino quienes llegaron al “islote” ante la visita médica, pero hay decenas más, alejados en otras lomas que no cubrió la creciente del río Grijalva.

Así lo hace saber Carmen Gómez, quien a gritos se hace entender pese al ensordecedor ruido del helicóptero. Sin tregua, recita toda la serie de sus necesidades, que son muchas.

La escena no dura más de 10 minutos, lo suficiente para descargar a marchas forzadas todo lo que pudo traer el helicóptero poblano en su cuarto viaje del día, de los 10 que realizan, en promedio, los socorristas. La brigada sinaloense, emprende el regreso, tras casi tres horas de atenciones médicas: aún les espera un segundo viaje a otra comunidad con grandes riesgos epidemiológicos.

Francisco Javier Soto, médico que encabeza la brigada, dice que por ahora se han logrado controlar las diarreas y las enfermedades respiratorias.

La vaca rindió hasta ayer

A un costado de la iglesia del Señor de las Lluvias, en la ranchería El Bajío, ha llegado la hora del almuerzo. Esta vez ya no habrá carne, la vaca que mataron hace cinco días ya se terminó. Las menudencias con que hicieron los tamales de anoche fue lo último que les proveyó, por lo que hoy la comunidad volverá al menú recurrente: frijoles y arroz.

Bertha Ruiz es la coordinadora del albergue y se nota el liderazgo que tiene entre su comunidad, a pesar de que se dice una más. “Agua para todos lados”, dice para resumir que el ejido se convirtió en parte de la laguna El Chiflón, en un hecho que nunca habían visto en su vida.

La vaca que se repartió entre el pueblo en los pasados tres días la donó su papá. La semana pasada se tuvo que sacrificar un cerdo para dar de comer a la gente, pues las muy escasas despensas que llegan no alcanzan para las tres comidas.

Hoy se han guisado 10 kilos de arroz y cuatro de frijoles, dice Ruiz, quien dice que la mortandad de animales que trajo el agua, les obliga ahora a racionar para no padecer en las muchas semanas que, augura, tardará el agua en dejarlos en paz.

“Aquí no hay bombeo de agua”, admite resignada. En verdad, las bombas andan ocupadas en evacuar el agua de las zonas centrales de Villahermosa, las rancherías no son, por ahora, prioridad.

En otras colonias de la ciudad, la inundación se ha disipado, ahora han pasado a la fase crítica de la insalubridad, pues entre la pestilencia tienen que comenzar a levantar el tiradero que hay en sus casas, lodosas, inmundas en muchos casos, donde los animales no sobrevivieron y se han convertido en riesgosa herencia.

Los camiones de la basura no parecen suficientes para cargar con tanto desperdicio que, entre tanto, se queda en las banquetas a la espera de que en algún momento pueda cargarse con ella. La desilusión domina a estas familias que recogen, con pesar, lo que era suyo.

Es parte del tortuoso regreso a la ¿normalidad? Ahora habrá que esperar para ver si las promesas de apoyos de los gobiernos federal y estatal se materializan en esta fase que, sin duda, es la más costosa económicamente y puede ser, igualmente, la más cara social y políticamente.

 
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