Usted está aquí: martes 13 de noviembre de 2007 Sociedad y Justicia Damnificados sospechan que no recibirán recursos del gobierno

La capital tabasqueña, convertida en inmenso basurero

Damnificados sospechan que no recibirán recursos del gobierno

Alonso Urrutia y René Alberto López (Enviado y corresponsal)

Villahermosa, Tab., 12 de noviembre. “¿Y quién va a pagar todo esto?”, se pregunta Beatriz Alamilla tras varias horas de sacar a la calle la chatarra en que se convirtieron los muebles y enseres de su casa. “¿Será cierto eso del Fonden? Dicen que son miles de millones, aunque así han dicho muchas cosas en la televisión, pero la realidad no es lo que dicen”.

La calle parece una larga sucesión de barricadas, como gran parte de Villahermosa, convertida en inmenso basurero tras el descenso del agua. El desastre aflora por todas partes.

La definición de Tilo Priego sobre su saldo tras la inundación es elocuente: “de la chingada”. De su casa sólo sale lodo y basura. Casi nada se salvó del paso del Grijalva por Las Gaviotas Sur, donde por fin hoy bajó el agua al nivel de la banqueta. “La inundación llegó hasta donde ves la mesa de La última cena”, afirma. Es decir, unos dos metros de altura.

Su motoneta, en la que transportaba carga y personas para subsistir, se convirtió en un cacharro más, por lo que ya no tendrá su ingreso diario, que en promedio era de 250 pesos. La familia deberá ajustarse al sueldo de su hermana Inés, camarista en un hotel de cinco estrellas.

En las colonias populares, la sucesión de casos de pérdidas en vivienda y en los pequeños estanquillos o talleres se reproduce por decenas. Totalmente en el agua, la tienda de abarrotes El Poder de Dios sólo destila pestilencia, producto de los alimentos podridos que apenas comienza a sacar su propietario, Aljebar Chanona.

Su historia es la misma del pollero de la esquina, del electricista de dos cuadras adelante, de quien vivía de un pequeño local de Internet, del taxista que no pudo sacar el carro, del dueño de la farmacia de enfrente, del carpintero que ya no tendrá quien le pague por sus servicios, del propietario del taller de autos... de muchos que asocian el desastre no sólo a su vivienda, sino también a su modus vivendi.

El ánimo comienza a cambiar. Del agradecimiento por los rescates, las despensas y los albergues se ha pasado a la desperanza, la resignación y la indignación.

Muy pocos aún ven su nueva realidad como un hecho inesperado del que pudieron salir peor. Israel Jiménez, trabajador petrolero a punto de jubilarse, tiene una historia más de las miles que se reproducen por las pérdidas patrimoniales.

“Jodidos, los campesinos”, se resigna, mientras sigue sacando el lodo de su casa. “Ellos sí, si no tienen un pollo que criar, no comen; si no tienen cultivos, tampoco. Ellos sí que la sufren”.

La colonia Las Gaviotas es de arraigo popular. Cuentan que hasta Chico Che se inspiró en ella para componer alguna canción, y sus residentes sobreviven de empleos mal pagados, del pequeño comercio o del subempleo, quien puede.

Rodolfo Guzmán llegó hoy de Veracruz, adonde se fue creyendo las historias que se esparcían un día sí y otro también sobre la ruptura de la presa Peñitas, que sumergiría a toda Villahermosa en el agua.

Saturados los albergues, optó por salir con el éxodo en aquellos días desesperados y hoy volvió a casa, de nuevo a la desesperanza. Hace un par de meses perdió el empleo que tenía en un centro comercial, y si ya era difícil conseguir otro puesto, más lo será tras el desastre.

Internándose en las calles se percibe el hedor de los animales muertos y se llega al cementerio de automóviles en que se convirtió el parque de Las Gaviotas Norte.

Gerardo Sánchez vivió toda una historia en los días de emergencia. Residente de las “profundidades” de Las Gaviotas, llegó a casa de su hermana, situada a unas cuadras del Grijalva. Un día después volvió a salir para refugiarse en la iglesia de la colonia, ubicada en una zona más alta, a la que también alcanzó el agua, por lo que terminó en el albergue del Ejército.

Trabaja en una panadería, pero ésta, como un ritornelo interminable, también se inundó. No se salvaron ni el horno ni las reservas de harina. Nada.

Habrá que volver a empezar, por ahora, con recursos propios, a la espera de que llegue el dinero del gobierno, si llega.

 
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