Usted está aquí: jueves 15 de noviembre de 2007 Opinión ... pero sigo siendo el rey...

Soledad Loaeza

... pero sigo siendo el rey...

En uno de esos momentos de euforia insolente que se apoderan del presidente Hugo Chávez en los actos públicos, para burlarse del presidente mexicano Vicente Fox se puso un sombrero charro y entonó a todo pulmón “… pero sigo siendo el rey …” y estalló en carcajadas. Esta imagen evocaba los mismos gestos y los mismos gallos de Alán García en el Zócalo de la ciudad de México, durante la visita oficial que hizo en su primera presidencia, de triste memoria. Lejos estaba José Alfredo Jiménez de adivinar que su composición, destinada a enriquecer el repertorio de ardidos del Cancionero Picot, habría de convertirse en un grito de batalla de líderes y políticos posdemocráticos del siglo XXI, que parecen haber sustituido la botella de tequila con la silla presidencial, para defender su permanencia en el poder o la arbitrariedad de sus decisiones.

No se necesita mucha ciencia para reconocer en las estrategias del presidente Chávez las tradiciones autoritarias de gobiernos plebiscitarios que se apoyaron en el voto popular para destruir las instituciones democráticas. (Asunto que Karl Marx discutió de manera irrepetible en el 18 Brumario de Luis Bonaparte.) Bien conocemos los mexicanos el recurso a argumentos como la supuesta necesidad que impone un ambicioso proyecto de cambio de largo plazo –en nuestro caso la Revolución Mexicana, y en Venezuela el Proyecto Nacional Simón Bolivar y el establecimiento del socialismo–, para justificar y legitimar tanto la permanencia indefinida en el poder de un partido o de un líder, como el silenciamiento o la exclusión de las oposiciones que sólo “obstaculizan” la marcha de los grandes proyectos. Así que para nosotros poco hay de nuevo y de prometedor en la alternativa chavista.

La centralización del poder en la figura del presidente Chávez se ha visto favorecida por los abundantes recursos que le proporciona el petróleo –cuyo precio ha alcanzado niveles extraordinarios– para limitar las acciones de la oposición, financiar sus programas de gasto público –que, por cierto, no garantizan el abasto de bienes de consumo básico–, y promover la causa antimperialista en otros países de la región latinoamericana. Sin embargo, ninguno de estos objetivos está forzosamente asociado con la democracia. Al contrario, en la experiencia latinoamericana las políticas chavistas, o similares, han servido para construir una estructura de poder personalizada que no admite límites a su autoridad, y tampoco a la incontinencia verbal que parece ser uno de los rasgos de los nuevos liderazgos populistas en América Latina. Esta dolencia puede ser también una táctica de políticos autoritarios a los que no les gusta escuchar, y cuyo inacabable discurso impide a otros hablar y hacerse escuchar.

En el ánimo de institucionalizar lo que hasta ahora han sido prácticas personales, el presidente Chávez ha propuesto reformas a 69 artículos de la Constitución bolivariana que apuntan hacia la construcción de una presidencia poderosísima, habilitada para gobernar por decreto. Entre las propuestas, que serán sometidas a referendo el próximo 2 de diciembre, destaca en primerísimo lugar la relección indefinida del presidente de la República y la extensión del mandato presidencial de seis a siete años; pero no menos importante es el fin de la autonomía del banco central y de las universidades, o la reducción de la autonomía de los gobiernos estatales y locales en beneficio del gobierno federal. De votarse las reformas el presidente venezolano tendría más poder que el rey de España.

Las manifestaciones de apoyo a las reformas revelan la creciente confusión entre el presidente Chávez y el poder del Estado. Por ejemplo, en apoyo al proyecto marcharon todos los ministros de su gobierno y directores de empresas del Estado, y buen número de funcionarios públicos, la Asamblea Nacional está íntegramente formada por chavistas. En junio del presente año, a propuesta del presidente Chávez, se formó al Partido Socialista Unido de Venezuela, al que se unieron los siete partidos que atendieron su invitación a disolverse para integrarse a esta nueva organización. Solamente tres se rehusaron, entre ellos el Partido Comunista de Venezuela.

Las reformas constitucionales han provocado el rechazo no sólo de los antichavistas ya reconocidos, sino de miles de estudiantes de universidades públicas y privadas que han salido a las calles a manifestarse, y que han tenido choques con la policía. La reacción de Hugo Chávez tampoco nos es del todo ajena, pues al igual que lo hizo el presidente Luis Echeverría en una azarosa visita a la UNAM, descalificó a los estudiantes llamándolos “fascistas”. El presidente venezolano también pidió a sus ministros mano firme para enfrentar a los opositores, y sugirió que se les negara incluso el permiso a manifestarse. Ése sí que es el caminito seguro de regreso al pasado.

 
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