Usted está aquí: jueves 15 de noviembre de 2007 Opinión La Muestra

La Muestra

Carlos Bonfil
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Paranoid park

Un asesinato rodeado de enigmas y absurdo con sus consecuencias en una comunidad juvenil

Desde hace cinco años Gus Van Sant incursionó en un cine minimalista, sin concesiones a lo comercial, con actores no profesionales (de quienes desprende interpretaciones notables), y con una exploración de los espacios muy abiertos que remite a Mi camino de sueños (My own private Idaho, 1991), pero que una década después inauguró formalmente una manera singular, cargada de espiritualidad, de hacer cine.

Desde 2002 el director rompió por completo con el cine hollywoodense y con el recurso a los actores de prestigio. Su última cinta en este terreno es Descubriendo a Forrester (2000), experiencia que compensa un poco del fracaso estrepitoso de su versión de Psicosis y de la vertiente muy comercial de Mente indomable. Es tan evidente el cambio estilístico y temático en las nuevas cintas de Van Sant que muy pronto salen éstas del circuito mainstream de exhibición para perderse en los círculos más restringidos del cine de arte y en los festivales internacionales.

En México siguen sin estrenarse Gerry (2002) y Last days (2005), exhibidas una sola vez en las ediciones del festival de Morelia de 2004 y de 2005, respectivamente. Sin el impacto del 11 de septiembre y sin el referente comercial de Masacre en Columbine, de Michael Moore, posiblemente Elefante (2003) seguiría siendo una cinta inédita en nuestra cartelera.

Sus cuatro títulos más recientes funcionan en la filmografía de Gus Vant Sant como una ruptura con sus opciones estilísticas de los años 90, y como vasos comunicantes en una reflexión más radical sobre la violencia y su impacto sobre protagonistas invariablemente adolescentes. Si en Elefante el espectador asistía al largo preludio de un acto irracional (la irrupción de un joven asesino en una escuela preparatoria y la estela de cadáveres que dejaba a su paso), y a la captura desde el punto de vista de los estudiantes del hecho sangriento, en su cinta más reciente, Paranoid park (2007), el asunto es un episodio de la nota roja, en el que un guardia de seguridad amanece descuartizado en las inmediaciones de un parque frecuentado por adolescentes que practican la patineta, y las investigaciones policiales que los convierten a todos ellos en sospechosos de un posible crimen.

Entre todos ellos la cinta sigue de cerca a un chico de 16 años, Alex (Gave Nevins), consigna su entorno familiar, con sus padres a punto de divorciarse, y de modo más episódico el personaje de su novia Jennifer (Taylor Momsen), cuya inquietud mayor consiste en perder con él la virginidad lo más pronto posible, y su compañero de juegos Jared (Jake Miller), quien asiste al profundo desasosiego moral que provoca en Alex la misteriosa muerte del guardia.

Van Sant construye su relato de modo opuesto al de Elefante; ya no hay el suspenso de ese crimen múltiple que se viene preparando pacientemente y que toma a todo mundo por sorpresa en un desenlace climático, sino la revelación de un posible asesinato, rodeado de enigmas y absurdo, con sus consecuencias en una comunidad juvenil, y en particular en la experiencia de un solo adolescente que lo vive en una confusión existencial que combina el pasmo, el horror y la culpa.

Hay referencias a una violencia institucionalizada (la guerra de Irak, la miseria en África), en la que los adultos serían protagonistas y responsables –un mundo fuera del alcance e interés de Alex, y ante el cual se muestra totalmente hermético. Hay una violencia más cercana, la de el propio parque llamado Paranoid por los adolescentes más experimentados en la patineta, y al que Alex se atreve a entrar con muchas precauciones, y hay finalmente la violencia de un azar infortunado que súbitamente lo coloca en el centro de la tragedia que disloca por completo su rutina de música, juego y videos.

Gus Van Sant abre una fisura en este terror adolescente hacia una evasión mágica y lo hace acompañado de la partitura del Nino Rota de Amarcord y Julieta de los espíritus, y de la fotografía de Christopher Doyle (Deseando amar, Wong Kar Wei), a la manera de un rito poético de iniciación a la madurez.

 
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