Usted está aquí: viernes 16 de noviembre de 2007 Política Tabasco

Jorge Camil

Tabasco

Estamos tan politizados que todo lo convertimos en tema de discusión, en oportunidad de agredir a los demás, en partida de caza para buscar culpables. Por otra parte, andamos con el tema de las denuncias penales a flor de piel: contra Vicente Fox, contra los presuntos culpables de las desgarradoras tragedias en Chiapas y Tabasco, contra una pléyade de funcionarios de todos los partidos, y contra los organismos del Estado. ¿Qué sucede con estas innumerables denuncias una vez que son entabladas? ¿Constituyen únicamente una forma de catarsis, o pretenden realmente llegar, como inevitablemente se amenaza, “hasta sus últimas conclusiones”? ¿Quién las persigue?, porque siempre nos enteramos de su presentación, pero jamás del resultado final. Debe existir por ahí, escondido en lo más remoto de los archivos de las procuradurías de justicia, un cementerio de denuncias con tintes políticos que duermen el sueño de los justos, que es en cierta forma el sueño de la muerte. ¡Denuncio, luego existo! ¿Ése es, finalmente, el significado de la democracia, o es una especie de deporte nacional?

Cuando aún no bajan las aguas, y nuestros hermanos tabasqueños buscan familiares extraviados, y lloran la irremediable pérdida de sus bienes personales; cuando convierten camas y mesas en balsas improvisadas para escapar despavoridos de hogares asediados por las inundaciones, los demás nos apresuramos a denunciar antiguos gobernadores, funcionarios federales y presidentes municipales. ¡Vaya, hasta Naciones Unidas, ese inútil organismo internacional afectado de parálisis terminal, se atreve a asegurar que “la tragedia pudo evitarse”! Y no ha faltado quien denuncie que la ayuda enviada por el Gobierno del Distrito Federal se está distribuyendo exclusivamente entre tabasqueños pintados de amarillo, los simpatizantes del PRD. (Estos denunciantes deben haber leído el libro del irresponsable de Vicente Fox, especialmente el capítulo donde afirma que después de las devastadoras inundaciones que trajeron dengue y cólera a Guerrero y Oaxaca en 1997 las víctimas describían cómo funcionarios del gobierno priísta iban de casa en casa dispensando ayuda únicamente a los miembros leales del partido.) ¡Por Dios!, nos están convirtiendo en una nación de hienas.

¿Quiénes nos han vuelto así: los políticos? Porque los mexicanos de a pie nos unimos como ninguno en la tragedia: abarrotamos de inmediato los centros de acopio con toneladas de ropa y alimentos. Somos un pueblo solidario. Ahí están las brigadas de socorristas que se dieron a la tarea de ayudar y alimentar a las víctimas del terremoto de 1985 frente a la parálisis del gobierno de Miguel de la Madrid.

Mientras el presidente Calderón hace esfuerzos denodados por tranquilizar a las víctimas, cuando distribuye personalmente despensas a los necesitados, surgen de inmediato las interpretaciones políticas: “pretende legitimarse”, “no es sincero”, “busca evadir la responsabilidad oficial atribuyendo las tragedias de Chiapas y Tabasco a fenómenos naturales”: el CO2 de Supergore, que después del Oscar y del Nobel está de moda. Y surgen presurosos los “todólogos”, una plaga nacional, porque en momentos así todos somos ingenieros hidráulicos, expertos en mecánica de suelos, avezados especialistas en climatología. Todo eso mientras nuestros hermanos sufren. Ojalá no tengan acceso a los medios, porque aunaríamos a su inmensa tragedia el dolor de nuestras infantiles denuncias y recriminaciones. ¿Qué sentiría la víctima de un atropellamiento que yace postrada, con los huesos rotos, mientras los ambulantes de la Cruz Roja, los vecinos y el policía de la esquina deciden quién fue el culpable? “Él cruzó la calle con luz roja.” “No, el automóvil se pasó el alto.” “Un momento –podría decir el policía–, ese auto es chocolate, espérenme unos minutos mientras doy parte a la PGR.” Todo mientras la víctima se desangra. ¿No podríamos dejar la racionalización de la tragedia para 2009, cuando las víctimas hayan encontrado casa, comida y sustento? Cuando hayan visto la cara amable de mexicanos sin intereses políticos. Cuando los empresarios de Tabasco hayan abierto sus negocios y los niños regresen a la escuela. ¡Por favor, señores!, dejemos la politiquería para después.

Por lo pronto, vayamos a los bancos y a los centros de acopio a donar; a mostrar la generosidad que nos ha caracterizado en tiempos de necesidad. La tragedia aparece diariamente en los medios internacionales. ¿Cómo reaccionarán los donantes extranjeros al ver que los mexicanos nos enfrascamos en una cacería de brujas en medio del dolor?

Comparemos a Calderón con el Bush de Katrina. Éste perdió la presidencia en Nueva Orleáns, y aquél podría ganarla en Tabasco. Para los tabasqueños, el control inmediato del daño, la oportuna intervención para salvar vidas humanas y la solidaridad con las víctimas son más importantes que el análisis político de la tragedia. Los tabasqueños (hombres, mujeres y niños) difícilmente olvidarán a un presidente que los visitaba para entregarles personalmente víveres, mantas y medicinas, y para darles palabras de aliento.

 
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