Usted está aquí: sábado 17 de noviembre de 2007 Opinión El oscuro objeto de la restauración

Gustavo Gordillo
http://gustavogordillo.blogspot.com/

El oscuro objeto de la restauración

Tocqueville. Sea a través de un lento proceso de descomposición o de un acceso democrático al poder por medios plesbicitarios, muchas transiciones democráticas tienen en común que fueron básicamente acordadas entre las elites tradicionales. Transportan las semillas de la restauración conservadora, sea encarnadas en actores sociales, sea expresadas en arreglos institucionales refuncionalizados. Alexis de Tocqueville en su libro El antiguo régimen enfatiza sobre todo los hilos de continuidad que trascienden las grandes rupturas revolucionarias como en Francia de fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Estos impulsos de continuidad en medio de grandes transformaciones subrayan cómo de las cenizas del antiguo régimen emerge un nuevo orden político que no es radicalmente diferente sino radicalmente similar. Esta similitud sustentada en dos rasgos, centralización administrativa y democracia restringida, se agudiza muchas veces en vez de disminuir en el cambio de régimen. Por ello sirve la premonición de Tocqueville: “Así pues surge de las entrañas de una nación que había removido a su monarquía, una autoridad central con poderes más amplios, estrictos y absolutos que aquellos que había ejercido ningún rey francés.... (1858)”.

El interinato imaginado. Decía en mi artículo anterior que el momento clave en el proceso poselectoral de 2006 no se jugó ni en las calles ni en los tribunales, sino durante el mes de agosto, en reuniones privadas. Un espectro atrapó la fantasía de parte de la clase política. ¿Qué tal un interinato? Para muchos parecía una solución idónea frente a lo que aparecía desde entonces como una verdad incontrovertible. Calderón encabezaría un extremadamente debilitado gobierno. Debilitado por la forma en que había desmadejado Fox al poder del Estado durante su sexenio. Debilitado porque no había ganado con una coalición armada y articulada en un horizonte de largo plazo; sino como consecuencia de una estampida histérica de un pequeñísimo y poderoso sector del empresariado, apoyado en un segmento de gobernadores priístas que veían naufragar a su candidato y su campaña, e igualmente temían el triunfo de la coalición amloísta. El TEPJF, como se sabe, no recurrió a las “causas genéricas” para invalidar las elecciones y tampoco había condiciones para una alianza entre el PRI y el PRD en el Congreso. Pero quedó una imagen y sobre todo una lección política.

Aglutinante por ausencia. La enseñanza que obtuvieron muchos actores desde el mirador del Congreso fue única. La correlación de fuerzas que surgió de las elecciones de 2006 se modifica sustancialmente al momento en que la segunda fuerza política, el PRD, al negarse a reconocer al presidente constitucionalmente electo, renuncia a ejercer su papel de principal oposición. Las razones son de sobra conocidas a partir no sólo del desarreglo del proceso electoral reconocido claramente sobre todo por el TEPJF, sino de la convicción del PRD y un segmento sustancial de los ciudadanos que las elecciones habían sido fraudulentas. Pero aquí más que los méritos de esta argumentación política, me interesa resaltar sus consecuencias. La mayor de todas es que abrió un enorme hueco para que la tercera fuerza en las elecciones de 2006 jugara no sólo el papel de gozne que estaba destinada a jugar en un esquema de tres fuerzas, donde dos están bastante equilibradas. Pero la más importante consecuencia de la decisión del PRD es que la tercera fuerza se ha convertido en realidad en el factor articulante de iniciativas políticas.

Los otros poderes fácticos. Esto ocurre no sólo porque los puentes de negociación política directa entre el PAN y el PRD son en el mejor de los casos débiles y coyunturales. El otro gran tema es el poder ejecutivo. Desde ese ámbito no existe una estrategia de formación de coaliciones políticas. Esa es para mí la esencia de un régimen presidencial: la capacidad para articular consensos, acuerdos y sobre todo, coaliciones de gran calado. Lo que existe en su lugar es la renuncia implícita a la esencia de un régimen presidencialista sin que exista en su lugar ni régimen parlamentario ni coalición política capaz de operar en todo caso esa transformación de régimen de por sí tremendamente complicada. Pero sabemos bien que no existen vacíos políticos. Se rellenan de una u otra forma. Generalmente al margen de reglas explícitas institucionalizadas en códigos y en normas sociales. Se trata también de poderes fácticos. Paralelos o al margen, como corrientes y con peso propio y redes de poder político, e insertos en el marco de partidos políticos débiles institucionalmente y reglas severas de competencia. Aquí está el contexto para una restauración conservadora.

¿Restauración conservadora en México, con un partido dominante y pactos corporativos como sustento social? Las restauraciones no son repeticiones del pasado. Aluden al pasado, pero sobre todo transportan en su seno hilos fundamentales de continuidad institucional. Esos hilos de continuidad autoritaria están en nuestro país armados alrededor de la centralización administrativa y un ejercicio restringido de democracia. En ausencia de un poder Ejecutivo que, usando las prerrogativas legales de un régimen presidencialista, genere y encabece iniciativas políticas y construya coaliciones políticas; lo que tenemos son acuerdos impulsados por la tercera fuerza electoral en el contexto de un parlamentarismo apenas estrenado y un sistema de partidos extremadamente endeble. La estrategia del liderazgo parlamentario del PRI es inteligente y congruente con sus intereses. Ha transformado una profunda fragmentación interna en el inicio de lo que podría ser un nuevo pacto fundador de su partido, evitando excluir a ninguna de sus fuerzas principales. Comienza a reconocer que para competir exitosamente en las elecciones presidenciales en el futuro tendrá que reconstituirse desde el Congreso y los gobiernos locales. La parálisis del poder Ejecutivo le ayuda, la negación del PRD a jugar el papel que le corresponde como oposición en el marco de un régimen democrático es sin duda maná caído del cielo.

Frente a la dinámica de la restauración hay otras dos dinámicas también presentes. La decadencia administrada y la modernización democrática. Sobre esta última reflexionaré en mi próximo artículo.

 
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