Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de noviembre de 2007 Num: 663

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Marx no era marxista
ALEJANDRO MICHELENA

Tu cuerpo
ARISTÓTELES NIKOLAÍDIS

Horacio Durán, pionero
del diseño

ÓSCAR SALINAS FLORES

Entrevista con Horacio Durán
FRANCISCO JAVIER GARCÍA NORIEGA

Philippe Perrin o la repetición de la pérdida
ELIZABETH DELGADO NAZARIO

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Hugo Gutiérrez Vega

LEANDRO ARELLANO, ESCRITOR Y DIPLOMÁTICO

Leandro Arellano, our man in Seul, es uno de los pocos diplomáticos escritores que tiene la Secretaría de Relaciones Exteriores. Al lado de Jorge Valdés-Díaz Vélez, Alejandro Estivill, Alejandro Pescador y Andrés Ordóñez, sigue manteniendo la tradición nacional del diplomático que es, además, escritor, o del escritor que es, además, diplomático, sea como sea, generalmente los escritores son diplomáticos de vocación, serios y cumplidos que encuentran el tiempo necesario para escribir su obra sin descuidar sus labores diplomáticas. Nervo, Reyes, Estrada, Gorostiza, Paz, Fuentes y Pitol son buenos ejemplos de esta ardua tarea que combina estas dos vocaciones. A su lado figuran Payno, Altamirano, Rebolledo, Tablada, Manuel Eduardo de Gorostiza, Rodolfo Usigli, Antonio Gómez Robledo y otros muchos escritores que sirvieron a la diplomacia con honestidad y conocimiento de los muchos vericuetos que la profesión tiene y que se vuelven verdaderos laberintos cuando entran en los terrenos de lo multinacional.

Cuando salí por primera vez al Servicio Exterior, don José Gorostiza, a la sazón encargado del despacho, me dijo: “Sea cauteloso, Hugo, los viajes ilustran, pero también estriñen.” Creo que ambas cosas, sobre todo la segunda, me sucedieron. Por otra parte, de mis viajes saqué el material que conforma gran parte de mi obra y siempre procuré escribir un poema o una página al día para evitar los estragos de la constipación.

Leandro Arellano es uno de esos viajeros inteligentes e informados que sabe exprimir todo el jugo vital de cada viaje, de cada paisaje, de cada ciudad visitada. Por esta razón, Julián del Casal le entregó el epígrafe de este libro: “Tengo el impuro amor de las ciudades.” Así sucede con Leandro, se encanta con las ciudades, se involucra con lo que sucede en los países donde vive y sabe las maneras justas de amar a una ciudad y a un país, con la distancia exigida por sus tareas diplomáticas y la cercanía necesaria para cumplir su función de testigo y de escritor.

Rumania lo apasionó y lo obligó, con el mayor de los entusiasmos, a adentrarse en su historia tan llena de tragedias y de grandezas. Escribe sobre Bram Stoker quien, a su vez, dedicó gran parte de su vida al estudio de los vampiros, especialmente de Vlad Tepes, Voivoda de Transilvania, que pasó a la historia con el terrible nombre del conde Alucard (coloque usted la palabra frente a un espejo y verá con terror cómo aparece el nombre de Drácula, el dragón, el demonio en la tradición transilvana). Leandro entró a fondo en el tema y seguramente en alguna noche de luna en Sigishoara vio pasar volando al vampiro o escuchó el aullido del lobo, o sintió el paso de las miles de ratas que se convierten en el siniestro conde. Desde el castillo de Drácula localizado en Bran, distrito de Rasnov, “sobre la curvatura de los Cárpatos, en pleno corazón de Rumania”, Leandro contempla el mundo de los vampiros y, además, con pleno conocimiento de causa, nos habla de las realidades rumanas y de algunos aspectos de su literatura y de su accidentada historia.

Son muchos los intereses y muy grande la curiosidad de Leandro Arellano. Esto lo lleva a estudiar la historia de China, a encontrarse con los grupos de nestorianos refugiados en Catay y con la presencia de los jesuitas martirizados en el Japón de los shogunatos, espacialmente nuestro San Felipe de Jesús. Entre los meandros y los laberintos de la historia, Leandro da con el primer sinólogo de Occidente, el jesuita italiano Ricci y nos habla de su historia y de su amor por la cultura china.

Corea se ha apoderado de la voluntad y de la inteligencia creadora de este ensayista que también es narrador y que juega con maestría con los dos géneros y sus combinaciones. Escribe sobre el cine coreano, en particular sobre Park Chan Wok, cineasta de notable originalidad y representante de la sensibilidad de su pueblo inteligente, vigoroso y capaz de grandes delicadezas. Un ensayo sobre Yi Munyol completa el panorama de la Corea de Leandro y nos permite conocer a uno de los grandes novelistas de nuestro tiempo.

Este libro de viajes nos recuerda a los notables viajeros británicos que, en el siglo XIX, escribieron sus impresiones sobre los países y ciudades que visitaron y, en algunos aspectos, se adelantaron a los científicos en sus observaciones y predicciones. La prosa de Leandro es tan sabrosa y tan clara como lo de sus anteriores colegas, empezando por Marco Polo.

Muchos de estos trabajos han aparecido en las páginas de La Jornada Semanal y la han enriquecido.

Desde el perfil del entrañable Bucarest, la estatua de Ovidio, Julio Verne, Azorín, Odiseo y Reyes, Odessa, Ulan Bator, estampas de oriente y las calles de Viena, hasta los temas draculescos y orientales que he mencionado, la prosa de Leandro camina con paso seguro y nos descubre muchas cosas de la variedad de este mundo que debemos defender a toda costa.

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