Usted está aquí: martes 20 de noviembre de 2007 Cultura El imaginario nacional refrenda a Villa como un revolucionario

Investigadores dan seguimiento a las pesquisas de Friedrich Katz sobre el personaje

El imaginario nacional refrenda a Villa como un revolucionario

La faceta de bandido también forjó sus cualidades militares y convicciones sociales, sostienen

Muchos jóvenes, que durante varios años vivieron al margen de la ley, se sumaron al movimiento, dijo Jesús Vargas

Zapata y él desarrollaron un compromiso social y político en favor del pueblo

Arturo Jiménez

Ampliar la imagen Francisco Villa, de niño Francisco Villa, de niño Foto: Archivo

No pudo haber mejor homenaje a Friedrich Katz por sus 80 años de vida que dar seguimiento a sus investigaciones.

En una de las sesiones para celebrar al historiador austriaco-mexicano, varios especialistas y alumnos suyos, directos o indirectos, abundaron sobre sus pesquisas en torno a Pancho Villa. Hablaron, entre otros aspectos, sobre el “bandolero” y el “revolucionario”.

Sucede, se confirmó, que ambas versiones son históricamente ciertas. Aunque, como se dijo, no existe una contradicción entre ambas sino, más bien, un entendible y específico proceso que llevó al Centauro del Norte de una situación de su vida a otra, en el cual fueron emergiendo sus cualidades militares y sus convicciones sociales.

Caldo de cultivo en Chihuahua

“Cuando nos hemos referido al ‘Francisco Villa bandido’, en ningún momento lo hemos hecho como si se tratara de algo deleznable o despreciable. Hemos dejado muy claro que en la Revolución participaron muchos jóvenes que durante años habían llevado una vida al margen de la ley; hemos explicado por qué y en qué forma se dio este fenómeno social, especialmente en algunas regiones de Chihuahua y Durango”, dijo Jesús Vargas.

El historiador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, quien revisó tres momentos del Villa bandolero: 1901, 1904 y 1910, un adelanto que forma parte del ensayo que espera publicar en 2008.

En Durango era el bandolero perseguido Doroteo Arango y, en Chihuahua, el comerciante de ganado Francisco Villa, comentó el investigador. Un hombre común y corriente en apariencia, pero que pronto sería reclutado para la causa revolucionaria, de la que ya había un caldo de cultivo en Chihuahua.

Vargas, quien participó en una de las mesas del Homenaje a Friedrich Katz: del amor de un historiador a su patria adoptiva, que se desarrolló hace unos días en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, abundó:

“En la historiografía estos procesos se deben ubicar en su momento, y el investigador está obligado a interpretarlos a partir de las condiciones en que se dieron. En todo caso, la figura de Villa quedó registrada en el imaginario mexicano como la de un revolucionario y no como la de un bandido.”

Agregó que, “a pesar de tantas leyendas de maldades, a pesar de todo lo malo que se escribió y se sigue escribiendo en torno a Villa, el pueblo conservó en la historia la imagen del revolucionario”.

“Carranceadores” de ayer y hoy

A partir de ahí, el investigador trajo a cuento una “analogía poco estudiada” que tiene que ver con las etapas de la Revolución y que está más relacionada con la descomposición moral y la crisis política y de credibilidad que padece México actualmente:

“Después de la derrota de la División del Norte en Celaya y León, casi todo el país quedó en poder de los carrancistas-obregonistas, y automáticamente se desató la descomposición moral, donde la mayoría de quienes tenían jerarquía se sintieron con derecho de apoderarse del botín. Toda la nación se convirtió para ellos en botín, y se desató un proceso al revés (de como sucedió con Villa), un proceso donde muchos revolucionarios se transformaron en bandidos.

“Al principio, el reparto, el apoderamiento del botín, se realizaba de manera burda y casi salvaje, por eso la gente rápidamente acuñó el modismo ‘carrancear’ como sinónimo de ‘robar’. Sin embargo, con los años se inventaron otros medios para ‘carrancear’ de manera ‘legal’, y así, poco a poco, se fue erigiendo una nueva cultura del poder, donde ‘político’ se convirtió en sinónimo de corrupto.”

Y Vargas concluye que, ese no es un “asunto cerrado”, pues “buena parte de los problemas del pueblo mexicano se derivaron de la descomposición moral, del trauma social que produjo a lo largo del siglo XX la dicotomía, la dualidad, corrupción-política, efecto que se empezó a expresar en todos los ámbitos de la vida mexicana, desde aquellos años en que los “revolucionarios” tomaron el poder.

Es en ese contexto que, quizá, podrían explicarse los asesinatos de Villa y de Emiliano Zapata, quienes habían desarrollado un compromiso social y político con las causas populares.

Y en ese sentido también pueden retomarse los planteamientos del historiador Rubén Osorio, quien en otra mesa detalló el modelo económico y social impulsado por Pancho Villa en la hacienda de Canutillo, luego de convenir la pacificación de sus tropas con el gobierno de Álvaro Obregón.

En la región de Canutillo, dijo Osorio, se desarrolló un amplio reparto de parcelas, se creó una escuela para niños y adultos con el apoyo del titular de Educación, José Vasconcelos; se puso a funcionar una tienda a precios de productor, no como las anteriores tiendas de raya, que endeudaban a los campesinos, y se buscaron mercados para sus productos agropecuarios.

Villa, retirado a las labores del campo, contaba con la confianza y el reconocimiento de la gente del pueblo y tenía planes de desarrollo, como la construcción de vías férreas y puentes sobre ríos.

Pero el 20 de julio de 1923 el líder revolucionario fue asesinado en Parral. Incluso retirado, Villa seguía siendo incómodo para diversos ámbitos de poder, tanto en México como en el vecino país, Estados Unidos.

 
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