Usted está aquí: domingo 25 de noviembre de 2007 Opinión ¿La fiesta en paz?

¿La fiesta en paz?

Leonardo Páez
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Romance de la creciente

Ampliar la imagen José María Gurría Urgell es creador, además del filete Chemita, de numerosos romances y poemas José María Gurría Urgell es creador, además del filete Chemita, de numerosos romances y poemas

Escribe Julia Montejano, aficionada hidalguense, para informar que “antes, durante y después de los políticos y sus impunes negligencias sin límite, los pueblos del mundo siempre han estado sujetos a los caprichos de la naturaleza, tan invocada, pero a la vez tan desatendida y agraviada, por el falso progreso.

“En tercero de secundaria –informa Julia– gané un concurso de declamación precisamente con el Romance de la creciente, del prolífico poeta tabasqueño José María Gurría Urgell (Pichucalco, Chiapas, 1889; Veracruz, Veracruz, 1965), quien además de haber sido el creador del famoso filete Chemita, escribió mucha poesía que reunió en romanceros como Tabasco, Grijalva y Pichucalco, cuidadas ediciones con elegante y sobria tipografía, publicados originalmente en la imprenta del también poeta y escritor Miguel N. Lira, en la ciudad de Tlaxcala, el año de 1951.

“Al romancero Grijalva, el número dos corresponde el Romance de la creciente, inspirado en uno de tantos desbordamientos del malhadado río. Llama la atención que a casi 60 años de que fuera escrito, el descriptivo poema conserva la dramática actualidad que le confieren los atroces acontecimientos recientes, mientras despliega, vertiginoso como la corriente, bellos términos regionales tan familiares a los Pellicer, Gorostiza o Becerra, pero tan ‘exóticos’ para quienes seguimos siendo extranjeros en nuestra propia patria, ¿o también esta palabra ya fue sustituida por algún neologismo?

“Dice Gurría Urgell: Las aguas, color ladrillo,/ por instantes se acrecientan; / ganan los rojos barrancos;/ saltan las verdes riberas./ El río se abre camino/ entre colinas y cercas;/ quiere llegar a la Mar/ buscando la línea recta./ Se va comiendo los tornos;/ los horizontes aleja;/ nada resiste su saña;/ nada resiste su fuerza./ A su empuje van cayendo/ los amates y las ceibas;/ los huapaques centenarios/ que hasta las hachas respetan./

Los manglares de la orilla,/ abatida la cabeza,/ se joroban castigados/ por la corriente colérica./ Camalotes y jimbales/ a las orillas se aferran/ con la red de sus raigambres/ que en vano agárranse en tierra./ Pasan árboles flotando/ con las raíces de fuera;/ serpientes que no deshacen/ el celo que las uniera./ Pasan los cuerpos inflados/ de las grandes reses muertas./ Islotes en que los chombos,/ al par que comen, navegan./

Pasan vivos platanares/ arrancados de sus cepas,/ manchando en verde y morado/ los raudales que los llevan./ Y pasan techos de casas/ que, en las márgenes serenas,/ cobijaban los amores/ y las humanas tristezas./ En uno se yergue un gallo;/ se dijera un alma en pena./ Único ser que la vida/ entre la muerte conserva./ En los pueblos ribereños/ aguas turbias se pasean/ por las calles asoladas/ por la muerte y la miseria./

Y el Hombre sufre el estrago,/ mas a pesar de su pena,/ admira al río que mata/ con su salvaje belleza.”

 
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