Usted está aquí: martes 27 de noviembre de 2007 Opinión Lenguas y campanas

Marco Rascón
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Lenguas y campanas

Una de las principales libertades que se ejercen en México es la de destruirse a sí mismo, la de tropezarse con los pies propios, enredarse con la lengua y morir como el pez: por la boca.

Los que irrumpieron en Catedral, hoy sujetos a investigación, acusados de provocación, sólo han sido fieles y leales a lo que se ha dicho desde la tribuna desde hace meses y ha sido la característica, fuerza y debilidad de la era lopezobradorista, que ofrece, acusa, insulta, pero es pobre en estrategia y en la forma verbal para construir y razonar el pensamiento y la acción democrática y transformadora.

Ya desde los tiempos de la inauguración de los puentes con sus mensajes a la oligarquía; ya desde los tiempos del desafuero, organizando las primeras rechiflas como bienvenida a sus invitados; ya desde los reclamos por el espacio noticioso que tenía la muerte del Papa; ya desde las acciones presupuestales y patrimoniales de otorgarle recursos millonarios a Norberto Rivera para la Catedral y luego entregarle el terreno adjunto, un mercado público, para la Plaza Mariana en la Basílica de Guadalupe a la jerarquía católica inmobiliaria. Ya desde los tiempos del “cállate chachalaca” y luego los afanes por encontrar los más graves y originales epítetos desde la tribuna mayor de ese movimiento, construido a base a adjetivos y que se sintetiza en insultos y acusaciones contra todo aquel que no se mantuviese en el estado de ira y de delirio que se pregona desde el presídium. Ya desde esos tiempos, la estrategia central era confrontar, irrumpir y no construir.

Los que ahora son acusados de irrumpir en Catedral son los mismos leales que han estado en presentaciones de libros, que estuvieron el 18 de marzo en el Monumento a la Revolución, insultando a Cuauhtémoc Cárdenas y a los asistentes porque hablaron sin permiso y con convicción sobre el petróleo. Son los mismos que estuvieron insultando y declarando visitante no grato a Rodríguez Zapatero, a Lula, a Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina. En todos esas ocasiones, seguramente recibieron felicitaciones de sus dirigentes, y por eso, para ellos la irrupción en Catedral era sólo la extensión de lo que habían venido haciendo desde hace meses, pues en ningún caso hubo la más mínima disculpa o deslinde ni se les dijo que lo que hacían era incorrecto; por el contrario, siempre los felicitaron.

Quientes ingresaron a la Catedral no son provocadores, sino una parte orgánica del discurso y de la visión lopezobradorista, que ha hecho de la falta de salidas e imaginación política, la alternativa del insulto y la lengua fácil.

Ya el pasado 15 de septiembre, para la ceremonia del Grito se les planteó que el Zócalo era de ellos y que se daría el “Grito de los libres” y que se impediría el “del espurio”. Protestar es correcto y muchas veces tiene riesgos, pero cuando se hace esa convocatoria, quien convoca debe estar en la primera línea, en la primera trinchera, haciendo valer su protesta, pero protegiendo con su integridad a los suyos: no fue así, el “presidente legítimo” se fue a un municipio lejano de Oaxaca a dar el Grito, y la posibilidad de que hubiese provocaciones, heridos y hechos graves pudo haberse dado.

En el caso de las campanas, la ignorancia no supo entender y ganar la partida al sonar a júbilo, pues no hay repique que sea burla a menos que hubieran tocado a luto, que no fue el caso. Cuando tocan a misa en la tercera llamada tocan fuerte, y estas mismas campana tocaron en solidaridad con el movimiento estudiantil en 1968 o durante los sismos de 1985. Era para que la oradora hubiera dedicado las campanas a los caídos, a los desaparecidos, a la lucha por democratizar el país, pero no: fueron acusadas de interrumpir su discurso y eso es grave. ¿Se imaginan si han interrumpido a López Obrador? ¡Tumben la torre!

Ya desde el plantón para que el descontento y la ira se fueran por el drenaje de Reforma, en la tribuna la competencia ha sido por quién dice el mayor insulto y levanta la mayor rechifla. Es una interacción de enojos, gozando la derrota, convencidos al máximo de que entre menos sean tienen mayor razón para convertirse en la conciencia nacional. Por eso hoy el “deslinde” tiene escaso margen de credibilidad ante el sistemático autosaboteo de sus actos, en esto que ha sido la labor contrainsurgente de liquidar toda la credibilidad para acabar con toda la fuerza.

Quedémonos con la historia de Daniel Molina, historiador del siglo XIX, quien descubrió que una campana que repicó sola fue condenada por la Inquisición en España a ser despojada de su badajo y exiliada a México para permanecer muda. Ahí estuvo más de un siglo arrumbada en Palacio Nacional hasta que Benito Juárez preguntó por ella y al conocer la historia la mandó fundir para hacer cañones para defender la República contra los invasores.

Hoy quedará para el recuerdo: cuando los “legítimos”, como aquellos inquisidores, sacrificaron a un puñado de los suyos y les dijeron provocadores, no como los juaristas, que con inteligencia hubieran mandado a fundir la campana con una buena lengua para una buena causa.

 
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