Usted está aquí: viernes 30 de noviembre de 2007 Opinión Huéspedes en su propia tierra

Víctor M. Quintana Silveyra

Huéspedes en su propia tierra

Cuando los Cuesta llegaron de España, a Chihuahua, los rarámuris ya tenían cientos de años viviendo en las riberas del río Oteros. Cuando los Miledi llegaron de Líbano, la comunidad de Repechike ya consideraba esos pinares, esas barrancas, el territorio de ellos y de los abuelos.

Ahora los Cuesta Miledi son los dueños de todos estos parajes. Los títulos que las leyes de los chabochis expiden los tienen ellos, sólo ellos. Por eso se consideran con libertad de cortar los pinos que a los indígenas les duelen como si les cortaran los dedos; por eso cuentan con todo el apoyo de las autoridades, para desesperación de los repechikes, cuyo buen sentido no les da para entender ese tipo de absurdos.

Para que las cosas queden bien claras, los Cuesta Miledi hicieron llegar una carta entre mayo y agosto de este año a los indígenas que habitan las comunidades de San Elías y Repechike en el municipio de Bocoyna. Se les notifica que están en esos predios “en calidad de huéspedes (y que) se les presta la tierra para que la trabajen con la condición de que el día que se les requiera la tierra para cualquier uso, éstos (los indígenas) devolverán la tierra a sus dueños, acuerdo que se realizará con cada persona o familia en particular”.

Este lenguaje, propio de las famosas mercedes reales o de las encomiendas, es en el que se redactó la carta que se entregó uno por uno a los indígenas de las comunidades mencionadas. Supuestamente se les hizo firmar de recibido, pero todas las cartas están signadas con la misma letra, y muchos indígenas ni se enteraron de ella. Incluso algunas de las cartas ostentan el sello de la subagencia del Ministerio Público en Creel. Con todo esto se quiere amedrentar a la comunidad de Repechike, que poco a poco ha ido perdiendo el miedo y, con ayuda del Frente Democrático Campesino, ha peleado sus tierras y demandado detener la tala de su bosque.

Desgraciadamente, éste es sólo uno de los casos en que a los indígenas o se les considera “huéspedes” (mejor dicho, “arrimados”) en su propia tierra, o se les ofrece reubicarse en otro sitio. Es lo que sucede con los predios de Mogótavo y el Madroño, en el municipio de Urique. Así lo denuncia la mesa de justicia y derechos humanos del Programa Interinstitucional de Atención al Indígena (PIAI), instancia que aglutina a organizaciones no gubernamentales, a dependencias federales, como es la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indios, o estatales, como la Coordinadora de la Tarahumara, a la propia diócesis de la Tarahumara, al INAH y a la ENAH.

Al disminuirse sensiblemente la riqueza forestal, el nuevo nombre del despojo en la sierra Tarahumara es el de los megaproyectos turísticos. Los promueven los gobiernos federal y estatal, dizque para generar empleos y mejorar las condiciones de vida de los indígenas. Pero la experiencia tiene mucho que enseñar: los grandes hoteles, los campos de golf, los centros de diversiones, desplazan a las comunidades, se apropian de sus recursos naturales, les disputan la poca agua disponible en la sierra, generan desechos de todo tipo que contaminan corrientes de agua y suelos, importan mano de obra de otras partes del país, como hacen los grandes proyectos mineros, y excluyen a los indígenas. Éstos no son los beneficiados, sino un puñado de hoteleros, restauranteros, promotores de bienes raíces, los que ahora se dicen dueños de la tierra, pues.

La lógica del capital ya fue y ya viene de vuelta en la Tarahumara. Primero convirtió en mercancía las piedras del subsuelo de las abruptas montañas y fragorosas barrancas. Luego inyectó el cálculo mercantil a los pinos que tardan hasta 40 años en madurar en este bosque seco, pero se derriban en unos cuantos minutos. Es una lógica que, sin embargo, no ha podido penetrar a los rarámuris. Ellos siguen viviendo en el mundo de los valores de uso, del derecho al ocio y de sobrevivir con lo mínimo. Si los tratan de integrar, se remontan. Todos han fracasado cuando quieren imponerles las estructuras y las prácticas de la acumulación.

Como el capital ya agotó todo el valor que pudo extraer de los minerales y de los bosques de la Tarahumara y nunca pudo convertir a los rarámuris en una fuerza de trabajo dócil y sometida a su lógica, no le queda más que explotarlos como paisaje. Ésa es la sustancia de los nuevos proyectos turísticos. Ése es el nuevo escenario de la resistencia india en Chihuahua.

 
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