Usted está aquí: viernes 30 de noviembre de 2007 Opinión Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba
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Tres apuntes para un brindis

Ampliar la imagen El código del brindis es tan firme que se presta al símbolo, a la señal ominosa, al principio de la destrucción. Arriba, visitantes del spa Beaujolais Noveau celebran la apertura del lugar con un baño de vino del mismo nombre, en Hakone, Tokio El código del brindis es tan firme que se presta al símbolo, a la señal ominosa, al principio de la destrucción. Arriba, visitantes del spa Beaujolais Noveau celebran la apertura del lugar con un baño de vino del mismo nombre, en Hakone, Tokio Foto: Ap

Uno. El código del brindis es tan firme –estamos celebrando, alegres, dedicamos esta copa a la salud de alguien, presente o ausente, o a su honor o a la dicha de estos tiempos o de los que fueron o de los que serán– que se presta al símbolo, a la señal ominosa, al principio de la destrucción. En cine es incesantemente así. No voy a detenerme en el brindis resignado, amarguísimo, de Rick en Casablanca (Michael Curtiz, 1943): “Here’s looking at you, kid”, porque todo el mundo lo recuerda. He aquí un ejemplo mejor: al principio de Mala mujer (Scarlet Street, 1946), obra maestra absoluta de Fritz Lang, fúricamente misógina y, para el caso, intachablemente misantrópica, se brinda por el año 25 de servicio de Chris Cross para un banco: 25 años sentado ante su caja. Su jefe le regala un reloj de oro atribulado de diamantes, le da puros, champaña; los compañeros alzan su copa también por la salud de este hombre que intuye, en el fondo, que no se brinda aquí por un logro, sino por una vida funeral, cuyo único sentido es la repetición de todo interminablemente, interminablemente... Tan bien lo sabe, que a la salida del brindis conocerá a Kitty March, hermosa y mortal como un sable japonés, y se atreverá a encenderse, a amar, a mentir, a robar, a matar, a enloquecer: todo eso estaba preparado en aquel brindis... Un ejemplo más: el primer verdadero brindis entre Joe Clay y Kirsten Arnesen en Días de vino y rosas (Days of wine and roses, 1962) de Blake Edwards. Están en el muelle, en su primera salida: en Joe está la pedez y la condición de pobre diablo, en Kirsten la ingenuidad y la fe. Entonces, con la vista en el mar Negro, Kirsten repite unos versos de Ernest Dowson:

They are not long, the days of wine and roses:

Out of a misty dream

Our path emerges for a while, then closes

Within a dream

Son breves estos días de vino y rosas: el camino se abre entre un sueño y una niebla y un momento después se cierra en otro sueño. (La rosa, el vino, la brevedad de todo recuerdan los rubáiyát de Khayyám.) “Son breves estos días”, dice Kirsten, y Joe saca su anforita, la alza en un salud y bebe sus heces: no saben ellos (pero nosotros sí, horriblemente) que en ese brindis está ya la Kirsten del futuro, abyecta y rota de alcohol barato. Podría seguirme –El Padrino II, Días sin huella, Miller’s Crossing, Adiós a Las Vegas, obviamente, quién sabe cuántos momentos de Los Soprano y, del otro lado del estrecho callejón del mundo, Homero Simpson, ante la multitud, con la copa alzada, diciendo (Homer vs. the 18th amendment, temporada 8): “Por el alcohol, la causa y la solución de todos los problemas de la vida”– pero ya se entiende a lo que iba.

Dos. Poco a poco va olvidándose el Brindis del bohemio, tal vez con injusticia. Es el fin de año: “en todos los labios había risas,/ inspiración en todos los cerebros,/ y, repartidas en la mesa, copas/ pletóricas de ron, whisky o ajenjo”. Cuando dan las doce –“digamos el recquiescat por el año”– empiezan los brindis del grupo de bohemios: los hay por el año que comienza, por la esperanza, “nuestra dulce amiga”, por el pasado, “que fue de luz, de amor y de alegría”, por la poesía, porque alcance el corazón de granito “de la mujer ingrata/ que a desdenes me mata.../ ¡pero que tiene un cuerpo muy bonito!”, por la patria, por las flores, por los castos amores y por los amores de las putas. El último brindis es el de Arturo, “de noble corazón y gran cabeza;/ aquel que sin ambages declaraba/ que sólo ambicionaba/ robarle inspiración a la tristeza”. Él brinda largamente por su madre, con algunos versos memorables y otros olvidables: “... por la anciana/ que piensa en el mañana/ como en algo muy dulce y muy deseado”, o la que “lloró de alegría/ sintiendo mi cabeza en su corpiño”, por la que “llora y siente/ que mi ausencia es un fuego que calcina”, por mi madre, bohemios, “que es dulzura/ vertida en mi amargura/ y en esta noche de mi vida, estrella”. Entonces se hace un silencio muy grave, una enorme tristeza convive en ese brindis, “y pareció que sobre aquel ambiente/ flotaba inmensamente/ un poema de amor y de amargura”. La verdad es que si se lee con cariño, el texto es muy sabroso.

Tres. El brindis más intenso de la literatura sucede hace unos dos mil años en algún punto entre Bethania y Getsemaní, y aparece originalmente en los libros de Juan, Marcos, Lucas y Mateo. Es jueves en tiempo de Pascua, de los panes sin levadura. Jesús tiene 33 años; ha vuelto del desierto, ya siente las befas de la muerte cernirse sobre él. Llama a sus discípulos a la cena. Así lo cuenta Marcos: “Y como se sentaron á la mesa y comiesen, dice Jesús: De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me ha de entregar. Entonces ellos comenzaron á entristecerse, y á decirle cada uno por sí: ¿Seré yo? Y el otro: ¿Seré yo? Y él respondiendo les dijo: Es uno de los doce que moja conmigo en el plato”. Sobre ese ambiente también empieza a flotar inmensamente un poema de amargura. Jesús toma el pan, lo bendice, lo reparte, lo llama “mi cuerpo”. Luego toma su vaso de vino, y “habiendo hecho gracias, les dió: y bebieron de él todos. Y les dice: ésto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada. De cierto os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día cuando lo beberé nuevo en el reino de Dios”. Jesús sí lo sabe: en ese brindis pavoroso ya están los dineros de Judas, el beso, el martirio, la cruz, la resurrección. Entonces baja el vaso y comienza el segundo acto de la historia universal.

 
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