Usted está aquí: lunes 3 de diciembre de 2007 Opinión Crecer o no crecer

Gustavo Esteva
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Crecer o no crecer

Me llovió en la milpa electrónica con esta cuestión. Mi correo se llenó de mensajes, no siempre gentiles y algunos ofensivos, porque hace 15 días me animé en este espacio a denunciar el cáncer del crecimiento económico.

El correo me confirmó dos convicciones. Por una parte, reveló una conciencia cada vez más amplia y lúcida de que el planeta no podrá soportar muchos años más el impacto de la loca compulsión a crecer propia del capital. Si prosigue su carrera insensata de rapiña y depredación episodios como Katrina, Bangladesh o Tabasco serán condición cotidiana para todos.

Por otra parte, es improbable que podamos organizar la contracción programada de la economía que hace falta. No hay consenso al respecto porque enfrentamos un prejuicio casi religioso. La ciega fe en el crecimiento económico es impermeable a los argumentos, la experiencia y el sentido común. Los hechos no pueden con las creencias.

Es urgente debatir las ventajas de una tasa negativa de crecimiento económico bien concebida para forjar los consensos democráticos que necesitamos. Un par de ejemplos puede acotar el camino.

Las economías de escala generaron el mantra moderno: “Mientras más grande mejor”. Parecía obvio. La producción artesanal de automóviles es interesante, pero ineficiente; sólo puede competir en nichos extravagantes del mercado. Y así prosperaron corporaciones privadas o públicas cada vez más grandes.

Es cierto que no conviene producir a escala menor a cierto umbral, definido según el producto y otros factores. Pero el principio de “tamaño mínimo de planta” debe complementarse con el de “tamaño máximo”, pues pasado otro umbral hay deseconomías de escala. Lo aprendieron muchas corporaciones, que ahora multiplican plantas de “tamaño óptimo”… pero no se aplican a sí mismas el criterio y siguen creciendo. Como no decidirán achicarse, nos toca imponer ese sensato principio a todas las corporaciones que hayan rebasado el umbral de lo conveniente, alcanzando un tamaño peligroso para la sociedad.

Prevalece la impresión de que manejar grandes volúmenes permite ofrecer precios más bajos. Esta media verdad se ha vuelto dogma e inspira la walmartización del mundo. Las grandes corporaciones comerciales ofrecen precios más bajos no por ser más eficientes, sino porque su tamaño les permite imponerse a otros. Se imponen a los poderes constituidos lo mismo que a sus trabajadores, a sus clientes y a los productores, que a su vez, por el deterioro en sus ingresos, llevan a sus trabajadores a nuevas formas de esclavitud. En México, 19 mil muchachos y muchachas, de 14 a 16 años, empacan productos en las cajas de Wal-Mart sin recibir salario. La empresa lo confiesa sin rubor y sostiene que son “voluntarios” y que cumple con acuerdos “concertados” con las autoridades. No descubro el hilo negro. Todo esto se encuentra bien documentado. Necesitamos actuar.

Al fijar legal y democráticamente límites a estas corporaciones provocaremos una reducción del producto nacional bruto e importantes beneficios sociales y ambientales, con mayor eficiencia en el uso de los recursos. Florecerán, en vez de los monstruos impersonales, establecimientos productivos y comerciales más pequeños, bellos y eficientes, ajustados al sentido de la proporción. Habríamos recuperado la escala humana. Si un ratón alcanzara el tamaño de un elefante se derrumbaría. Lo mismo le pasaría al elefante que se achicara al tamaño de un ratón. El diseño de sus esqueletos corresponde a su tamaño. Las crisis actuales vienen en buena medida de haber rebasado las escalas apropiadas a nuestras dimensiones.

Aún más importante sería combatir la compulsión a consumir. Podemos prolongar el uso de nuestros objetos, resistiendo la presión de quienes quieren que los reemplacemos cuando todavía son útiles. Hay muchos que desechamos por descomposturas reparables. Podemos repararlos nosotros mismos o los “informales”, entre los que estarían jubilados tan desechados como los objetos a quienes podría encantarles hacerlo. Y en vez de percibir la reparación como monserga y pérdida de imagen, sería motivo de placer creativo y orgullo. Mejoraría el bienestar de todos y la justicia social… a costa del PNB. Hay innumerables ejemplos de cómo podemos producir y consumir menos… para vivir mejor.

El desafío principal, en este empeño para tener en poco tiempo un mundo más justo, sensato y eficiente, no está en los monstruos corporativos públicos o privados, sino en nuestras cabezas y corazones.

Al recuperar el equilibrio y el sentido de la proporción y del límite, de los que carece el capital que nos programa, podremos usar imaginación y creatividad. Las sacaríamos de su sueño y las liberaríamos de las ataduras que les ha impuesto la religión universal del crecimiento económico y el consumismo en que todos hemos sido educados.

 
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