Usted está aquí: martes 4 de diciembre de 2007 Opinión Bolivia: el espíritu de la revuelta

Adolfo Gilly/ II y última

Bolivia: el espíritu de la revuelta

Una revolución victoriosa, como la del octubre boliviano, implica un cambio de fondo en las instituciones y en el mando político. Es cuanto advino en las elecciones presidenciales de diciembre de 2005 y en la toma de posesión del presidente indio Evo Morales en enero de 2006. Pero mando político emergente y revolución que lo suscita, si bien conexos, son dos fenómenos en sustancia diferentes.

El nuevo poder es un resultado de la revolución, pero no es su encarnación. En las reflexiones finales de su libro Revolutionary Horizons – Popular Struggle in Bolivia, Forrest Hylton y Sinclair Thomson abordan esta cuestión crucial.

Los pueblos no van a una revolución en pos de una imagen de sociedad futura, anotaba León Trotsky, sino porque la sociedad presente se les ha vuelto insoportable. Su revuelta se nutre de la imagen de los antepasados esclavizados, no del ideal de los descendientes liberados, escribía Walter Benjamin.

Una revolución significa que nada volverá a ser como antes en los espíritus de los vivos y en sus mutuas relaciones; pero es también un homenaje a los muertos, un rescate de la memoria y de los penares de los antepasados humillados, una renovación del propio universo simbólico. Por eso ella repercute tanto en el territorio como en los tiempos venideros. Pero su duración es corta. Y si bien, cuando logra vencer, engendra un nuevo mando político, la insurrección no se encarna ni se prolonga en él y la fractura temporal se cierra: “mais il est bien court le temps de cerises”. Se trata entonces de otro tiempo sucesivo, aun cuando el nuevo mando pueda continuar afirmando: “La revolución soy yo”.

Discutir y sopesar la composición y los cambios ulteriores en los mandos políticos surgidos de una revolución tiene importancia. Pero subsumir allí su análisis y su significado es extraviar el camino y adentrarse en un teatro de sombras. Suelen hacerlo quienes, ellos mismos, sin sospecharlo van siendo también sombras de la vida verdadera que prosigue en otra parte, lejos de ellos.

La historia de las revoluciones suele ser tratada como la de su consolidación en tanto nuevo orden. En otros términos, la revolución habría sido un preludio necesario para ese orden. No es de este modo como este libro considera a esta tercera revolución boliviana que inauguró en el altiplano el siglo XXI.

Thomson y Hylton conceden toda su importancia al hecho de que la existencia del Movimiento Al Socialismo (MAS), encabezado por Evo Morales, pudiera dar un canal y un instrumento político a la insurrección popular cuyos protagonistas fueron los movimientos populares y sociales. Pero anotan:

“Morales y el MAS, antes que dirigirlas, más bien fueron a la cola de la insurrección de 2003 y 2005. Y en el terreno electoral, Morales y el MAS han funcionado como el único vehículo efectivo para la articulación nacional de los heterogéneos movimientos.”

Sin embargo esto no autoriza a esa dirección, continúan diciendo, para sostener que en lo sucesivo los sectores indígenas no necesitan tener una representación especial como tales (por ejemplo, en la Asamblea Constituyente), con el argumento de que “ya han logrado representación –a través del MAS”. En lugar de continuar en resistencia, prosigue el argumento oficial, esos sectores “necesitan ubicarse en este nuevo tiempo, el de ocupar estructuras de poder”.

Ambos historiadores se inscriben contra tal argumento: “Cualquiera fuese su intención, tales declaraciones desautorizaban, marginalizaban y silenciaba las demandas indígenas. Era un nuevo ejemplo de la condescendencia que ha infestado históricamente las relaciones entre los indios y la izquierda y que ha impulsado a los activistas indios hacia posiciones más radicalmente autónomas”. No basta con un presidente indígena para hacer, de la nación clandestina, la República.

Por supuesto, preciso es comprender los límites inelásticos con que topan quienes ejercen el gobierno, sea en la resistencia feroz de las clases desplazadas del poder y de sus representantes políticos y económicos, nacionales y extranjeros; sea en la jaula de acero en que aprisiona sus posibilidades de acción el nuevo orden neoliberal global, más la presencia inmanente de su poderoso sustento material, la fuerza militar de Estados Unidos, el Pentágono; sea en los límites materiales de la escasez, el encierro nacional y la pobreza.

Dicho en las palabras de los autores de este libro: “Hay consecuencias del presente cuya fuerza será difícil contener o revertir en el futuro inmediato. Pero, aún así, si bien la historia ha mostrado que los momentos revolucionarios dejan una marca indeleble en el futuro, ha mostrado también que el colonialismo interno y las jerarquías de clase son estructuras duraderas”.

Pero, por eso mismo, los movimientos del pueblo que dieron origen a ese poder no pueden confundirse con él. Necesitan preservar, no su indiferencia o su neutralidad hacia el nuevo poder que su rebelión engendró y al cual defienden contra enemigos comunes, sino su autonomía y su independencia con respecto a él.

* * *

La historia de las revoluciones queremos tratarla como la de esos momentos únicos en que los olvidados, los oprimidos, los humillados de siempre, los que construyen el mundo con sus manos, sus cuerpos y sus mentes, irrumpen y suspenden el tiempo del desprecio para inaugurar un tiempo nuevo, un momento, largo o no pero imborrable, de revelación de su propio ser, su inteligencia, su herencia que es la de todos los humanos.

“El sujeto del conocimiento histórico es la clase oprimida misma, cuando combate. En Marx aparece como la última clase esclavizada, como la clase vengadora, que lleva a su fin la obra de liberación en nombre de tantas generaciones de vencidos”, escribió Walter Benjamin en sus tesis sobre la historia. Es allí donde pervive y arde en secreto, en tiempos y territorios diferentes, el espíritu de la revuelta.

Aquellos momentos en que ese espíritu sale a luz y se torna vendaval, esas fracturas en el tiempo cuya duración debe multiplicarse por su intensidad, pueden luego quedar en suspenso y convertirse en memoria y en pasado; pero se convierten también en experiencia vivida y, en consecuencia, en reverberaciones interminables hacia todos los futuros posibles de quienes, como pueblo, los vivieron.

Tales son los temas de este libro excepcional, obra de dos historiadores que han seguido y vivido la vida boliviana.

Horizontes revolucionarios es una crónica, una historia y una arqueología de la insurgencia indígena en el altiplano de los Andes; y es, al mismo tiempo, un maduro fruto intelectual de la experiencia, el estudio y la reflexión.

 
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