Usted está aquí: martes 4 de diciembre de 2007 Opinión Eugenio Espino, fotógrafo

Teresa del Conde

Eugenio Espino, fotógrafo

Durante mi visita a la recientemente concluida Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, asistí a la presentación de un libro de arte, en edición cercana a lo impecable, del fotógrafo Eugenio Espino Barros (1883-1976), nacido en Puebla, cuya obra y acciones son de sobra conocidas por especialistas, como José Antonio Rodríguez y Xavier Moyssén, entre otros, así como por la directora de la fototeca de Nuevo León, Loretto Garza Zambrano, instancia que depende del Consejo para la Cultura y las Artes de esa entidad.

A principios de este año, se presentó una abundante exposición con obras que integran un abanico muy amplio, a la que se sumaron las cámaras que él construía continuamente, determinantes para la consecución de las imágenes de autor que realizó.

Durante su permanencia de más de 30 años en Monterrey, Espino Barros montó una pequeña fábrica de cámaras y materiales destinados a los fotógrafos profesionales. La llamada Cámara NOBA, fabricada en esa ciudad, es una de sus creaciones, según anota otro de los autores del libro, el fotógrafo e investigador Roberto Ortiz Giacomán.

La exposición mencionada incluía aparatos ahora de acervo, reproducidos en el volumen publicado. Las tomas dan cuenta de uno de los quehaceres fotográficos abocados con insistencia a captar la industrialización. El autor hizo tomas de la perforación de pozos petroleros, presas, compañías de hilados y tejidos, de la fábrica Volkswagen en Puebla, de los pozos de Amatlán (Veracruz) y, desde luego, de la Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, que dejó de operar en 1986.

Los ámbitos prodigiosamente conservados y recuperados forman uno de los principales núcleos del Parque Fundidora. Los que visitan la ciudad son recibidos por lo que es en realidad un museo industrial, sin que por ello se cancele la romántica percepción de lo que ya es arqueología de los siglos XIX y XX. No nos eran desconocidas las imágenes de los momentos en los que la fundidora marcaba desde hace muchas décadas el ritmo obrero de la ciudad, pues a Guillermo Kahlo se le deben inolvidables encuadres, como igualmente a otros fotógrafos, entre los que Espino Barros ocupa sitio preponderante.

Según el relato de su nieto, el escritor Felipe Montes Espino, desarrollado a lo largo del libro a modo de narración paralela a los textos, el jefe tribal de numerosa familia se aposentó en Monterrey hacia 1930, después de una vida nómada que tuvo su inicio hacia 1900, cuando inició un larguísimo periplo testificado en imágenes, moción que lo llevó a muchos estados, durante y después del porfiriato.

Cosa que no siempre sucede, el diseño es acertado. Se debe a Óscar Estrada de la Rosa y obedece al tema, sustentado mediante un equipo profesional de investigación. El formato no es “tipo ladrillo”, las imágenes que acompañan a los textos son congruentes con los mismos y en el apartado denominado Galería se aprecian excelentes impresiones a página completa o doble página de los diferentes géneros abordados por el artista, quien abundó casi en todos, con exclusión de la lucha armada.

Desde mi punto de vista, algunas de las imágenes que más interés provocan son urbanas, como la del Palacio Municipal de Monterrey, delante del cual transita el tranvía y se estacionan los automóviles típicos de la época (hacia 1932). Debido a que se reproducen tomas de otros fotógrafos en las secciones correspondientes, podemos constatar que en la calle Zaragoza, en la misma ciudad, circulaba en 1900 igualmente un tren, al tiempo que los personajes que por allí deambulaban eran jinetes. Esta toma corresponde a Winfield Scott.

Advierto a los posibles lectores de este artículo, que el fotógrafo Scott (no confundirlo con el legendario general Scott) recorrió el país por lustros en compañía de su colega estadunidense Charles B. Waite, cuyo renombre lo oscurece a pesar de que la Fototeca del Instituto Nacional de Antropología e Historia, en Pachuca, cuenta con obras de ambos en su abundante acervo.

Espino Barros y otros fotógrafos, al decir de Xavier Moyssén, se encontraron “en un cruce de caminos en el momento exacto en el que se daba el último adiós a una mirada romántica, mística, bucólica de la vida y el país”.

En 1908, Espino Barros retrató Mitla (al detenerme en esa imagen, pensé en Gerardo Suter), esa toma no necesitaría ni el título; en cambio, las “Ruinas de Montealbán” apenas si resultan identificables en lo que registró el mismo año. Tampico sufrió una inundación de alcances considerables en 1921, que se encuentra ilustrada. ¿Cómo no pensar en Tabasco y en lo que pudo haberse evitado ahora?

La revista Cuartoscuro reprodujo anteriormente imágenes de Eugenio Espino, pero los interesados (aunque no especialistas en este género) desconocíamos la obra que tras cuidadosa selección nos entrega el libro. La primera lámina reproduce uno de sus autorretratos, al parecer le complacía bastante su apariencia, de la que supo sacar muy buen partido a sus 27 años y después en otras ocasiones.

 
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