Usted está aquí: martes 4 de diciembre de 2007 Política Amor, no fumes en la cama

Marco Rascón
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Amor, no fumes en la cama

Compulsión, frenesí, escalada por igualarnos a las reglas comunitarias de una civilización marcada por los valores del capitalismo más despiadado, que exalta de manera ficticia la preocupación por la salud o la educación.

Una de estas reglas han sido las medidas que se están tomando en contra de los fumadores de tabaco en lugares públicos, cultivando con ello el rechazo y la intolerancia, sólo comparable con el tamaño de la doble moral de los factores verdaderamente contaminantes.

Principalmente en Estados Unidos se sembraron estas leyes de protección a los no fumadores, y hoy prácticamente en ningún lugar que no sea la calle y aun dentro de una distancia reglamentada los adictos a la nicotina pueden hacerlo, siempre vigilados y mal vistos por los otros.

Tratándose de la educación no se avanza, pues los recursos estratégicos que se destinan a ésta en México son insuficientes frente a la voracidad del contratismo en obras públicas y la especulación inmobiliaria en pos de hacerse de un perfil de país consumidor de automóviles y de edificios, que erosiona los territorios, y que mediante el bombardeo diario de mensajes a través de los grandes medios de comunicación se conforma una sociedad desinformada, prejuiciosa, dócil y temerosa ante el predominio de escándalos, nota roja y fanatismos políticos y religiosos. El ambiente de misas contra misas, prejuicios contra prejuicios, lleva al desarrollo de una sociedad marcada por reglas y leyes que crean un ambiente de intolerancia y confrontación, más que de cultura democrática.

La ley contra fumadores en el Distrito Federal tiene su inspiración en las recetas que vino a dar Rudolph Giuliani desde el gobierno pasado y que la izquierda, a falta de visión propia, pretende adoptar íntegramente, tal como operan en Estados Unidos y la mayoría de ciudades en Europa.

Se soslaya que al tiempo que se impone la ley contra los consumidores de tabaco para crear una falsa preocupación por la salud y el medio ambiente, entrarán en circulación miles de autos viejos y nuevos de la producción automotriz estadunidense y china. La visión de una sociedad orientada al transporte privado sobre el público, que caracterizó al Gobierno del Distrito Federal desde el año 2000, más la combinación de créditos para la compra de autos baratos, como los que entrarán de China por conducto de la concesión del Grupo Azteca de Ricardo Salinas Pliego –quien venderá autos en “abonos chiquitos”–, más los que ingresarán por la frontera norte desde Estados Unidos, nos ponen en la perspectiva del colapso ambiental, pues circularán todos los días y elevarán el parque vehicular al grado de que se necesitarán más que segundos y terceros pisos. Cada uno de estos autos, ¿cuántos fumadores representará en términos de contaminación del aire?

Si nos vamos a la alimentación, la libre propaganda y comercialización de productos chatarra, nocivos a la salud, principalmente infantil, ha provocado altos índices de obesidad, diabetes, males cardiovasculares debido al consumo de refrescos, golosinas, sopas y alimentos llenos de carbohidratos vacíos que matan el hambre, pero erosionan la salud y se venden en las escuelas públicas como parte de una cultura alimentaria de la pobreza moderna.

Prevenir el tabaquismo no es incorrecto, pero en una sociedad democrática la visión debe ser integral, basada en la libertad, la responsabilidad y el derecho de todos.

En el consumo de drogas se castiga al productor y al traficante y el adicto es considerado un asunto de salud pública. Sin embargo, en el caso del tabaco es al revés: se empieza por castigar al consumidor final, segregándolo de todo espacio público, cuando en el fondo es también un discapacitado que requiere de todas las consideraciones comunitarias.

Una propuesta que se base en la libertad sería que toda empresa o negocio de acceso al público declare si en ese establecimiento se aceptan fumadores o no, pues en los de fumadores pueden entrar los que no fuman, bajo su responsabilidad, como sucede hoy en restaurantes y bares, donde el esparcimiento radica en estar con gente que fuma.

Variantes sujetas a una buena información y responsabilidad de todos, incluyendo la salud personal, son importantes, mas no generando estos ambientes de intolerancia, como en Estados Unidos, que siendo el país más contaminante de la Tierra y el que contribuye más al calentamiento global, es el más hipócrita al sancionar a sus ciudadanos por un cigarrillo.

La urgencia por entrar en la histeria de las formas supuestamente modernas, pero altamente intolerantes como las de no fumadores, debería generar debates más profundos, no sólo desde la perspectiva empresarial o los negocios, sino dentro de la sociedad que supuestamente construiría una visión democrática y progresista sobre estos asuntos de la salud personal con las fuentes de contaminación o los medios de comunicación con la educación.

 
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