Usted está aquí: lunes 10 de diciembre de 2007 Política Defensor de garantías ciego recibirá el Premio Nacional de Derechos Humanos

Invidente desde los siete años, Jaime Pérez Calzada se especializa en discapacitados

Defensor de garantías ciego recibirá el Premio Nacional de Derechos Humanos

Ahora es diputado y su sueño es que se construya una ciudad de los oficios

Víctor Ballinas (Enviado)

Ampliar la imagen Felipe Calderón entregará pasado mañana el Premio Nacional de Derechos Humanos Felipe Calderón entregará pasado mañana el Premio Nacional de Derechos Humanos Foto: María Luisa Severiano

Durango, Dgo., 9 de diciembre. El presidente Felipe Calderón entregará este miércoles el Premio Nacional de Derechos Humanos a Jaime Pérez Calzada, quien es ciego desde los siete años, pero eso no fue obstáculo para que pudiera estudiar y graduarse de abogado en la Universidad Juárez de su entidad.

Se hizo acreedor a dicho premio por su labor en defensa de los discapacitados, ciegos, sordos, paralíticos y personas con otros padecimientos.

Pérez Calzada nació con un problema de retinitis pigmentaria progresiva, que a los siete años le quitó la vista para siempre. Recuerda: “una noche me despertó el llanto de mis padres, lloraban por mi hermana Gabriela y por mí; ambos somos ciegos. Los oí lamentarse: ‘¿Qué va a ser de nuestros hijos en la vida? Ojalá pudiésemos estar con ellos siempre, pero sabemos que no será así’”. Abunda: “En ese momento me hice una promesa: ‘voy a estudiar y trabajar para ser el número uno en todas las actividades que haga, para que ellos no se preocupen más’. Dios me fue llevando, poco a poco fui triunfando. Ya estaba yo en primaria cuando empecé a perder la vista y mis padres me llevaron a la ciudad de México en busca de una cura para la ceguera o el aprendizaje del sistema braille. Me llevaron al Comité Internacional para Ciegos, pero dijeron que no tenía yo la edad para aprender braille.

“Un muchacho que se llamaba Chon dijo a mis padres que él sabía el sistema braille y que me enseñaría. Me dio gusto y nuevamente prometí: ‘cuando yo sepa voy a enseñar a otros como yo sin cobrarles’. Ésas fueron la raíces de mi porqué”.

Jaime recuerda que en la escuela tuvo muchos amigos, y poco a poco fue perdiendo la vista. Al principio se iba solo a la escuela, pero después sus amigos pasaban por él y lo regresaban a casa. “Estudiábamos en grupos, yo me sentía parte de ellos, preguntaba, respondía a sus cuestionamientos y ellos decían que sí sabía. Me sirvió mucho aprender braille. Las maestras me hacían resúmenes de la clase que mi madre me leía en casa”.

Recuerda que fue en preparatoria cuando empezó a usar el bastón blanco. “Un día un amigo se me acercó y me lo quitó. Me dijo en tono molesto: ‘Cuando ya no tengas amigos lo usarás; mientras estemos nosotros, nosotros te guiaremos’. Era un ambiente de camaradería; mis amigos me llevaban a la escuela, me regresaban, trabajábamos en equipo y no me sentí dependiente”.

Pérez Calzada logró, pese a su limitante, recibirse de abogado. “Los maestros no me querían en la escuela regular, no sabían cómo enseñarme; decían a mis papás que me enviaran a una escuela especial, pero si ni secundarias ni prepas había en Durango, menos escuelas para ciegos”.

Dice que su amor por el derecho lo heredó de su papá. “Él era abogado y yo me la pasaba en su despacho; prácticamente conocía los términos, pero decidí que eso iba yo a estudiar. Me daba mucho trabajo integrarme a los nuevos equipos en la universidad. Cada vez que iba a un nuevo semestre me enfermaba del estómago una semana. Me daba miedo decir a los maestros ‘yo no veo’ y en ocasiones ellos se dirigían a mí preguntándome, pero, como no veo, no sabía que la pregunta era para mí y decían que no sabía. Me costaba mucho trabajo decirles ‘no veo’”.

En entrevista, a propósito del Premio Nacional de Derechos Humanos 2007, Jaime Pérez Calzada cuenta: “Ya desde estudiante fui uno de los mejores. En una ocasión estaba en la secundaria cuando se presentó el presidente Luis Echeverría y entonces varios compañeros corrimos adonde él se encontraba y me dijeron: ‘tú, tú dile que él sea nuestro padrino de generación’. Me acerqué y le entregué un papel. Una semana después nos respondieron que sí, que él aceptaba ser nuestro padrino”.

Pero también, como estudiante logró ser campeón de cultura general y representó a su estado en 1974. Al recibir el premio de manos del presidente Echeverría le pidió un laboratorio triple de física, química y biología para su escuela Benito Juárez.

Cuenta: “desde la secundaria me dediqué con otros compañeros a ayudar a los ciegos, hacíamos grupos e íbamos a hablar con ellos, les enseñaba lo que yo sabía y mis compañeros también les daban clases, yo quería que se integraran a la escuela normal. Siempre quise ayudar a la gente como yo, a los ciegos, y a veces los llevaba a la casa; me ofrecí de voluntario para la enseñanza del sistema braille y matemáticas en la Escuela del Niño Atípico, pero como era estudiante no fui aceptado, y sólo cuando ya estaba en la prepa pude impartir clases de braille, aritmética, matemáticas y artesanías”.

Recuerda que en 1980, cuando trabajaba en el CREA, la esposa del gobernador de Durango le pidió un proyecto para los ciegos. “Yo siempre había querido trabajar por ellos y ya tenía un proyecto; fue fácil pasarlo al papel.”

Recuerda que el centro de capacitación para invidentes que creó el 20 de marzo de 1980 “fue en un cuartito de cuatro por cuatro metros. El mobiliario eran siete costales llenos de aserrín que la hacían de sillas y por librero cajas de madera en las que empacan las manzanas. Me llevé mi libro de braille y ahí estuvimos cuatro domingos”.

Después a su proyecto se unió la maestra Gabriela Josefina de la Cruz, quien fue su compañera de proyecto y su compañera de vida, con la que tiene tres hijos, dos de ellos estudiando en la universidad.

Terminando sus estudios se afilió al Partido Revolucionario Institucional, a la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, y desde ahí empezó a conocer gente que más tarde, dice, le ayudaría en sus proyectos. Desde hace 27 años él con su familia se dedica al Centro de Capacitación para Invidentes (Cecapi), donde es profesor, cocinero, velador, intendente, cubre los gastos y en ocasiones ha llevado a su casa a niños ciegos que acuden de otros estados u otras entidades.

Ahora es diputado, se encarga del Cecapi y su principal ilusión es que se construya la Ciudad de los Oficios. Cuenta con una casa donde enseñan electrónica, corte y confección, encuadernación, elaboración de piñatas, cocina, manualidades, mecanografía, braille, fotocopiado y engargolado. Ello ha sido posible con fondos de coinversión, apoyos del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia y del gobierno estatal y municipal.

Acceso para cientos de niños

Explica que a los ciegos se les da una capacitación de tres meses, no se les cobra y en ese tiempo aprenden un oficio para salir adelante, pero él quiere contar con la Ciudad de los Oficios, en la que se atienda a cientos de niños, porque hoy se forman grupos de 20 o 40, pero él desea que tengan acceso cientos, para que se puedan integrar a la educación normal y estudien carreras profesionales como él.

A Jaime Pérez se le otorgará el Premio Nacional de Derechos Humanos por su ayuda humanitaria y de defensa de las garantías de las personas con capacidades diferentes. Una de sus vivencias en las injusticias que padecen, entre otros, los ciegos, fue la siguiente: “En una ocasión me llamaron de la procuraduría después de que tuvieron a un joven detenido una semana; lo torturaron pero él no les respondía, lo responsabilizaron de un robo. Él se llama Simón, y ¿cómo les iba a responder si era sordomudo? De ese tamaño son las cosas que vivimos; después de que me entrevisté con él, de que pude traer a personas que hablan el lenguaje de los sordomudos supimos que era sordomudo y sólo le dijeron ‘usted disculpe’”.

 
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