Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de diciembre de 2007 Num: 667

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Billy Wilder: pasión
por lo grotesco

AUGUSTO ISLA

Recuerdos sobre Mandelstam
ANNA AJMÁTOVA

Después del final de
Harry Potter

VERÓNICA MURGUÍA

Estupefacto en la FIL
JORGE MOCH

Campos en la
Academia Mallarmé

EVODIO ESCALANTE

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

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LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Recuerdos sobre Mandelstam1

Anna Ajmátova

Osip Mandelstam era uno de los más brillantes interlocutores: no se escuchaba sólo a sí mismo, ni se respondía a sí mismo, como ahora hacen casi todos. En la plática era cortés, agudo e infinitamente diverso. Nunca escuché que se repitiera... Con pasmosa facilidad, Osip Emilievich aprendía idiomas. Sabía de memoria en italiano páginas enteras de la Divina Comedia. Un poco antes de su muerte le pidió a Nadia2 que le enseñara inglés, idioma que desconocía por completo. Cuando hablaba de poesía era deslumbrante, aunque parcial y a veces podía ser extraordinariamente injusto (como, por ejemplo, hacia Blok). De Pasternak dijo: “He pensado tanto en él, que ya estoy cansado” y “Estoy seguro que él no ha leído ni uno solo de mis versos.” Y sobre Marina Tsvetáieva afirmó: “Soy anti Tsvetáieva.”

En música Osip se sentía en casa, lo que era una peculiaridad bastante rara. Lo que más temía en el mundo era la propia mudez. Cuando ésta lo alcanzaba, se espantaba y se inventaba las más disparatadas razones para explicar ese infortunio. Otra de sus aflicciones eran los lectores. Permanentemente le parecía que lo apreciaban aquellos que menos le interesaban. Conocía y recordaba bien los versos ajenos, con frecuencia se extasiaba en determinadas líneas y con facilidad memorizaba lo que le leían...

Conocí a Mandelstam en la “Torre”3 de Viacheslav Ivánov en la primavera de 1911. Por entonces era un muchacho muy delgado, que portaba un muguete en un ojal, con una alta cabeza echada hacia atrás y pestañas que le llegaban casi a las mejillas [...]

En los años diez, por supuesto, nos encontrábamos con Mandelstam en todas partes: en la redacción de las revistas, donde los amigos, en el Perro Vagabundo4 donde, entre otras cosas, me presentó a Maiakovski... sobre lo que después contaría muy graciosamente a Jardzhiev (en los años treinta), en la “Academia del verso” (“Sociedad de adeptos de la palabra” donde reinaba Viacheslav Ivánov) y en las hostiles reuniones de esta “Academia” con el “Círculo de poetas”, donde rápidamente llegó a ser el primer violín [...]

Gumiliov muy pronto apreció bien a Mandelstam. Los simbolistas, en cambio, nunca lo aceptaron.

Osip Emilievich visitaba a veces a Tsarskoe Selo. Cuando se enamoraba, cosa que sucedía a menudo, muchas veces yo era su confidente. La primera en mi memoria es Anna Mijailovna Zelmanova-Chudovskaya, una bella pintora, que le hizo un retrato de perfil con fondo azul y la cabeza echada hacia atrás. A Anna Mijailovna, Osip no le escribió versos, por lo que se quejaba amargamente ante mí. La segunda fue Tsvetáieva, a quien dedicó versos escritos en Crimea y en Moscú. La tercera fue Salomé Andrónikova, a quien Mandelstam inmortalizó en su libro Tristia (“Cuando, la pajilla...”)

Con mucha frecuencia me encontré con Mandelstam en los años 1917-1918, cuando yo vivía en Vuiborski y Sreznevski (calle Botkinskaya núm. 9), no en una casa de locos, sino en el departamento del médico Viach, Viach Sreznievski, esposo de mi amiga Valery Sergeievna.

Mandelstam me visitaba con frecuencia y los dos nos íbamos en coche de punto pasando sobre increíbles baches en el invierno de la revolución, en medio de las infaltables fogatas que ardían casi hasta mayo, y escuchando el traqueteo de fusiles que llegaba quién sabe de dónde. Así viajábamos a las presentaciones de la Academia de Arte, en donde había veladas en beneficio de los heridos y en donde los dos participamos varias veces. Osip Emilievich también estuvo conmigo en el Conservatorio, en el concierto de Butomo-Nasvanova, cuando ella cantó a Schubert. A esa época se refieren todos los poemas que me dedicó: “Yo no buscaba instantes florecientes...”, “Tu pronunciación maravillosa...”, “Es una golondrina, una hijita...” y, tal vez, “Se niega a ponerlo en prueba...”. Los dos juntos colaboramos en La Voluntad del Pueblo. Mandelstam fue uno de los primeros en escribir versos con temas de valor civil. La revolución era para él un gran acontecimiento y la palabra pueblo no por casualidad figura en sus versos [...]

De nuevo, y por muy poco tiempo, volví a ver a Mandelstam en Moscú, en el otoño de 1918. En 1920, una o dos veces vino a verme a la calle Sergievskaya (en Petrogrado), cuando yo trabajaba en la biblioteca del Instituto de Agronomía. Entonces supe que había sido arrestado por los blancos en Crimea, y por los mencheviques en Tbilisi. En el verano de 1924, Osip Emilievich vino a mi casa (en Fontanka, núm. 2), junto con su joven esposa. Nadiezhda era exactamente lo que los franceses llaman laide mais charmante.5 Desde ese día se inició nuestra amistad, que hasta hoy continúa [...]

En el otoño de 1933, Mandelstam recibió, por fin, un departamento en el callejón Nashokinski y fue como si la vida andariega para él hubiese terminado. Ahí, por primera vez, pudo reunir sus libros, principalmente las antiguas ediciones de los poetas italianos. En aquel tiempo traducía a Petrarca.

En realidad nada terminó, porque siempre había alguien a quien llamar, algo que esperar, algo a lo que aspirar. Pero de todo esto nunca salió nada [...]

Vivíamos, en general, precariamente: de algunas traducciones, de reseñas a medias, de promesas a medias. La pensión apenas alcanzaba para pagar el departamento y comprar la ración.

Por aquella época, Mandelstam cambió mucho en su aspecto: aumentó de peso, encaneció, comenzó a respirar con dificultad, producía la impresión de un viejo (tenía cuarenta y dos años), pero sus ojos brillaban como siempre. Sus versos cada vez eran mejores, y su prosa también [...]

El 13 de mayo de 1934 lo arrestaron. Ese mismo día, después de una granizada de llamadas y telegramas, llegué a donde los Mandelstam desde Leningrado [...] Todos nosotros éramos por entonces tan pobres que, para poder comprar el boleto de regreso, me llevé la estatuilla de porcelana (en que me representaba Natalia Danko, en uno de sus trabajos de 1924) para venderla [...]

La orden de arresto estaba firmada por el propio Iagoda.6 El registro se prolongó toda la noche. Buscaban los poemas. Todos estábamos en un cuarto, en total silencio. Tras las paredes, en la casa de Kirsanov, sonaba una guitarra. El juez de instrucción ante mí encontró el poema “El lobo” y se lo mostró a Osip Emilievich. En silencio, él asintió con la cabeza. Al despedirnos, me dio un beso. Se lo llevaron a las siete de la mañana, cuando despuntaba el día. Nadia fue a avisarle al hermano y a los viejos amigos, y convenimos encontrarnos más tarde en algún lugar. Regresamos a casa juntas, limpiamos el departamento y desayunamos. Tocaron de nuevo a la puerta, otra vez un registro. Evgueni Jasin nos había dicho: “Si ya realizaron un allanamiento ellos regresarán otra vez, seguro se las llevarán a ustedes también.” Pasternak, a quien yo acudí ese mismo día, fue a interceder por Mandelstam ante Bujarin en “Izvestia”, y yo ante Enukidze 7 en el Kremlin. De esa manera nosotros aceleramos y, probablemente, atenuamos el desenlace. (La sentencia fue de tres años en Cherdina, donde Osip se tiró de una ventana de la clínica, rompiéndose un brazo. Nadia envió un telegrama al Comité Central. Stalin ordenó revisar el caso y permitió elegir otro lugar, después llamó a Pasternak. Lo demás es suficientemente conocido.) [...]

A visitar a Nadia llegaban muchas mujeres, pero de los hombres sólo se aparecía uno: Pierets Markish. Recuerdo bien que las mujeres eran muy bellas y bien arregladas, con sus frescos vestidos de primavera: la todavía no tocada por la desgracia Sima Narbut8; la bella “prisionera turca”, esposa de Zenkievich;9 la serena y esbelta Nina Olshevskaya. Y Nadia y yo en ropa arrugada, amarilla y ajada [...]

Unas dos semanas después, muy temprano en la mañana, llamaron a Nadia y le propusieron que si ella quería irse con su esposo tendría que estar en la tarde en la estación de Kazán. La espera había terminado. Nina Olshevskaya y yo fuimos a recolectar dinero para el viaje. Recogimos bastante. Elena Sergievna Bulgákova se puso a llorar y me entregó en la mano un montón de dinero sin contarlo.

A la estación fuimos solamente las dos. Pasamos a la Lubianka por unos documentos [...] A Osip tardaron en traerlo a la estación. Mi tren a Leningrado saldría de otra estación y no pude esperarme. Evgeni Iakovlevich Jazin y Alexandr Emilievich Mandelstam me acompañaron, y cuando regresaron a la estación de Kazán, apenas habían traído a Mandelstam, con quien ya no estaba permitido comunicarse. Estuvo muy mal que yo no lo haya esperado y él no me hubiera visto, porque desde Cherdina a él le parecía que yo había perecido [...]

En febrero de 1936 estuve donde los Mandelstam en Voronezh y me enteré de todos los detalles de su “asunto”. Él me contó cómo en un acceso de delirio corrió por las calles de Cherdina buscando mi cuerpo fusilado, inquietud que gritaba a quien cayera [...] Es sorprendente que la libertad plena, la amplitud y una profunda respiración, aparecieran en los versos de Mandelstam precisamente en Voronezh, cuando él no era un hombre libre...

Mandelstam no tuvo maestros. Es un aspecto que valdría la pena reflexionar. No conozco en la poesía mundial un caso parecido. Conocemos los orígenes de Pushkin y Blok, ¿pero quién podrá señalar de dónde nos llegó esta nueva armonía divina que radica en los versos de Osip Mandelstam?

En mayo de 1937 los Mandelstam regresaron a Moscú, a su “casa” de Nashokinski. Una de las dos habitaciones estaba ocupada por una persona que escribía sobre ellos delaciones mentirosas, por lo que muy pronto ellos dejaron de aparecerse por el departamento.

Osip no recibió autorización para quedarse en la capital. No había trabajo. Fue cuando llegaron de Kalinin y se sentaron en un bulevar. Tal vez en esa ocasión fue cuando Osip le dijo a Nadia: “Hay que saber cambiar de profesión. Ahora somos indigentes” y “Para los indigentes en verano siempre es más fácil.”

La última vez que vi a Mandelstam fue en el otoño de 1937. Ellos (él y Nadia) vinieron a Leningrado por dos días. Era un momento apocalíptico. La desgracia nos pisaba los talones a todos. Los Mandelstam no tenían ni un kopec. Tampoco tenían dónde vivir. Osip respiraba mal, pescaba el aire con los labios. Yo llegué para verme con ellos, no recuerdo dónde. Todo era como en una pesadilla. Alguien que llegó después de mí, dijo que el padre de Osip Emilievich no tenía ropa caliente. Osip se quitó el suéter que tenía puesto debajo de la chamarra y pidió que se lo entregaran al padre. Mi hijo me ha contado10 que en el tiempo en que le seguían la instrucción del sumario le leyeron las declaraciones de Osip Emilievich sobre nosotros dos y que éstas eran irreprochables. ¿Muchos de nuestros contemporáneos podrían, acaso, decir lo mismo?

El 2 de mayo de 1938 lo arrestaron por segunda vez en un sanatorio cerca de la estación Cherusti. En esa época mi hijo ya tenía cerca de dos meses en la cárcel de Shpalierna. Todo el mundo sabía de las torturas. Nadia vino a Leningrado. Tenía unos ojos espantosos y me dijo: “Yo me tranquilizaré, sólo cuando sepa que Osip murió.”11

1957

Traducción de Jorge Bustamante García

Notas:

1Fragmentos sobre Mandelstam del diario de Anna Ajmátova

2Nadezhda Mandelstam, esposa del poeta.

3Se refiere al departamento del poeta Viacheslav Ivánov, en San Petersburgo, en donde con frecuencia había tertulias literarias.

4Legendario sótano y café literario en San Petersburgo entre 1911 y 1915, visitado habitualmente por la crema y nata de los artistas del Siglo de Plata ruso.

5Fea, pero encantadora.

6Guenrij Grigórievich Iagoda (1891-1938). Comisario del Pueblo para el Interior y despiadado jefe de la policía secreta. Destituido por Stalin en 1936, acabó ejecutado, tras el tercer proceso de Moscú, en marzo de 1938.

7Avel Sofrónovich Enukidze (1877-1937). Secretario del Comité Ejecutivo Central de los Soviets de 1922 a 1935, miembro del Comité Central del pc en 1934. Expulsado del Partido en 1935, fue detenido en 1936 y ejecutado en prisión.

8Esposa del poeta y editor Vladímir Narbut (1888-1944?), cercano a los acmeístas , quien desapareció víctima de las purgas.

9Mijail Zenkievich (1886-1973). Prosita y poeta, uno de los últimos representantes del Siglo de Plata de la poesía rusa.

10Se refiere a León Gumiliov, fruto de su unión con el poeta Nikolái Gumiliov. León pasó casi veinte años en una cárcel de Leningrado, en los tiempos más duros de la dictadura de Stalin. Después se convertiría en un filósofo y pensador reconocido en las décadas de los setenta y ochenta.

11Osip Mandelshtam murió en un campo de prisioneros en la región de Vladivostok, el 27 de diciembre de 1938.