Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de diciembre de 2007 Num: 667

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Billy Wilder: pasión
por lo grotesco

AUGUSTO ISLA

Recuerdos sobre Mandelstam
ANNA AJMÁTOVA

Después del final de
Harry Potter

VERÓNICA MURGUÍA

Estupefacto en la FIL
JORGE MOCH

Campos en la
Academia Mallarmé

EVODIO ESCALANTE

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Hugo Gutiérrez Vega

QUERÉTARO DEVASTADO

El 4 de mayo de 1865, en el baile organizado en la casa de Zacarías Zúñiga, se hizo el recuento a gritos de los mochos presentes y se dictaminó que los puros (los liberales) eran unos cabrones. Se armo la escandalera y Pedro Corona, delator de los puros cabrones, recibió una paliza más que regular que se lo llevó a la tumba de los mochos, a cantar himnos sacros y recibir la corona del martirio.

La introducción de la obra de Blanca Gutiérrez Grageda, Querétaro devastado (fin del Segundo Imperio) nos habla, a través de anécdotas aleccionadoras sobre la polarización que se dio en la ciudad y nos obliga a reconocer que los mochos eran más que los cabrones. No en balde el emperador, ya totalmente entregado a los generales mochos, decidió hacer la última defensa de su imperio en una ciudad en la que predominaban los simpatizantes de su causa. Querétaro era, en suma, una ciudad mocha, y sus puros fueron perseguidos hasta obligarlos a salir de la ciudad. Esta costumbre la conoce bien el cabrón que esto escribe, que tuvo que salir por piernas, perseguido por los mochos. Menos mal que ya no vivía don Pedro Corona, pues se hubiera vengado de la paliza que lo trasladó a mejores.

Con rigor académico, muchas lecturas y una cantidad notable de información, Blanca ha hecho un libro en el cual lo que realmente vale es el procesamiento de esa información, que la faculta para exponer su propia teoría y su interpretación de los acontecimientos que tuvieron lugar antes, durante y después del sitio de Querétaro y del fin del imperio del archiduque austríaco y de sus alecuijes nacionales. Tal vez el rasgo más destacable de este trabajo sea su armonización de la verdad histórica con nuevos enfoques enriquecidos por el buen humor, la excelente prosa y la amenidad narrativa. Estos datos son suficientes para recomendar ampliamente este libro riguroso y, al mismo tiempo, divertido y ligero. Por otra parte, no se trata de una obra maniquea. En ella los mochos y los puros se presentan tal y como eran: seres humanos y no personajes de hagiografía. Por lo tanto, su crítica abarca hasta el período de la dictadura liberal y deja constancia de las contradicciones en que incurrieron algunos de los puros que gobernaron Querétaro los primeros meses después de la caída del Imperio.

Blanca coincide con Joseph Fontana en lo que se refiere a las nuevas estrategias de la historiografía, que consisten en una inmersión total en archivos y bibliotecas con la mente libre de prejuicios y el propósito de ir descubriendo poco a poco los aspectos históricos que, a veces, son víctimas del manoseo ideológico y de los excesos del fundamentalismo. De ahí el carácter polifónico del trabajo de Blanca, pues en él se escuchan todas las voces del pasado, sea cual sea su posición política. Vale la pena recalcar que su trabajo fue casi heroico, si tomamos en cuenta el caótico estado de los archivos de la provincia. Blanca buscó el lado humano del acontecer histórico y pensó, con sensibilidad extraordinaria, en los daños sufridos por los ciudadanos de a pie que se vieron, sin deberla ni temerla, envueltos en la feroz contienda. El drama humano de Miguel López, el traidor de todos los recuentos, abre todos sus matices y presenta al hombre que vivió los momentos terribles de un sitio ya perdido por los mochos desde mayo de 1867. Recuerdo que Miramón, en una de esas salidas de la ciudad para buscar pertrechos y, sobre todo alimentos, le confesó al emperador su idea de que la batalla estaba perdida. Esto lo pensó al percartarse de que el ejército de Sóstenes Rocha tenía ya en sus manos el fusil de repetición.

El levantamiento de Jalpan en contra de la República , faculta a la historiadora a afirmar, al margen de las especulaciones, que los derrotados (mandos medios, soldados de línea), o dieron el chaquetazo para seguir chupando del presupuesto o tomaron de nuevo las armas en contra de la República restaurada. El caso de Julio María Cervantes, caudillo y señor de horca y cuchillo, es otro de los episodios de este libro que, en muchos momentos, llega a apasionarnos. Yo confieso ser un cabrón liberal puro, seguidor de Juárez y de su República que tuvo algunos momentos de verdad democrática, pero no soy maniqueo, y el libro de Blanca me ha permitido escuchar esa polifonía que enriquece la labor historiográfica y deshace la venda que los fundamentalismos, de uno o de otro bando, se ponen en los ojos y definen como la única verdad casi revelada.

Tenemos en nuestras manos una buena lección de historia. Percibimos el olor de la putrefacción que inundó a la ciudad sitiada, las carencias de todo, la crueldad de los cuerpos de seguridad, el desasosiego colectivo. Por eso (y así lo vemos en las imágenes de la época) la ciudad quedó devastada y las consecuencias fueron largas y dolorosas. Gracias a Blanca por esta lección de humanismo envuelta en los datos precisos y las investigaciones exhaustivas. Por eso el libro, recordando a Nietzche, resulta, leído el último párrafo, “humano, demasiado humano”.

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